EL NIÑO EN LA VENTANA



Se sabe de muchas visiones inquietantes en múltiples escenarios distintos. Algunas menos creíbles que otras, pero que dejan dudas para seguir con el interés de saber que es lo que realmente sucede o sucedió…

Este relato es de buena fuente. De alguien sin expectativas de impresionar ni darse crédito. Lo vivió con gran sorpresa y  se pasó un  largo rato preguntando a sí misma que había ocurrido. 

Era una mañana en la que ella había invitado a compañeritos de sus hijos en edad escolar a venir de visita a casa. La casa era “nueva” para su familia, pero le faltaban terminados y accesorios como las cortinas.  Hacía poco que se habían mudado por la conveniente cercanía de la escuela para los niños, el bosque en los alrededores, un lago a unas cuantas cuadras, el terreno que era grande, la zona tranquila, y bonita. Así que era ideal para que todos jugaran a sus anchas corriendo en el frente y por la parte posterior que también tenía un amplio espacio. 

Ese día, la señora se dedicó a hacer los preparativos para la comida, y platicó un poco con la mujer viejita que le ayudaba en los quehaceres. La ancianita era una bendición por su invaluable ayuda para asear la casa, ayudar en la cocina, cuidar de todo con absoluta honrradez, y atenta disposición de servicio. Se había quedado en la casa para cuidarla hasta que hubo un comprador, y conocía muy bien todo para  apoyar en lo que fuera necesario, por lo que cuando se compró la casa solicitó a la señora  quedarse con el trabajo. Su oferta  fué más que bien recibida, y desde entonces  trabajó con constancia  y dedicación para la familia.

Los niños continuaban afuera jugando y la señora se asomaba de vez en cuándo para ver que hacían los invitados y sus hijos. La sopa y el guisado casi estaban en su punto, y ella decidió que podía ya cambiarse de ropa para estar a tono y salir al jardín con ellos. Como las recámaras tenían ventanas sin cubrir y la  suya estaba del lado posterior, no pensó que pudieran verla al cambiarse, pero mejor salió para advertir que no se pasaran  por un momento para el patio trasero. Que se cambiaría de ropa y saldría a organizarles un juego. 

Se metió en la casa y se dirigió a la recámara. Empezó a quitarse el sweater, y de reojo alcanzó a ver a; ¡Un niño asomado en una esquina de la ventana! Al verlo claramente, el niño como agachado, dio pasos rápidos para escabullirse y correr fuera de su vista.  La señora de inmediato se puso la prenda y salió muy enfadada diciendo en voz alta que: !Quien había desobedecido! Que les había pedido no pasar, y era muy feo que alguien estuviera espiando lo que no debía. 

Su asombro fue mayúsculo cuando observó que todos los niños estaban juntos hasta abajo cerca de la puerta de entrada y voltearon a verla diciendo que ahí se habían quedado como les  había dicho. 

Ella sólo dio media vuelta y no supo que decir. Pensó detenidamente si alguno se había escapado y pudo asomarse a la ventana para luego reunirse con ellos sin que lo hubieran notado. O si alguno estaba en el patio de atrás solo y no escuchó la orden de quedarse adelante, o; Quién era aquel niño que ella estaba segura había visto agazapado y luego caminar rápido para no ser descubierto;

O …???!!!

Regresó a la cocina y le contó a la señora anciana que seguía ahí,terminando lo necesario para servir, lo que había visto. La viejita muy tranquila le dijo que no se preocupara; Que era muy común que en el lugar en dónde hubiera niños, el “niño Fidencio” se aparecía, pero que no había porqué alarmarse. Que todo estaba bien y él cuidaba siempre de los niños en todas partes.















LOS ABUELOS


Milenarios robles de inmensa estatura. Cálida presencia que nos llena de paz y seguridad.

Cada uno guarda la emoción que viste a esas personas que si se tiene la fortuna de que estén vivos recibe un abrazo y un saludo cariñoso. Oferta de apapachos y hasta de malcrianza. Si están muertos, conservar el recuerdo vivo de su amor incondicional.

Sus historias son reales. Tanto si son relatos de cuentos que escuchamos cuando niños, como de su vida personal cuando de adultos nos enteramos de anécdotas y experiencias que como seres humanos vivieron con errores, “pecados” y aciertos.

De cualquier manera, prevalece en mí por los relatos en familia, su buen hacer como padres al recordar como hacían para que se tomara una medicina. Ponerla en una cuchara, “saborearla” e invitar a probar al enfermo que se rehusaba aferrado a abrir la boca.

Alentar la confrontación, con su respaldo, en situaciones o tareas complicadas para dar la seguridad de poder contra las circunstancias atemorizantes. Dar órdenes firmes, o la exigencia sin discusión de los comportamientos debidos para encontrar salidas y no quejarse de las condiciones.

Tener aprecio por un libro y animarse a leer mucho como un medio de aprender, desarrollar la imaginación y construir lo que la mente es capaz de crear. Pensar mucho más allá de lo conocido y sentir lo infinito como una fuerza al alcance para no claudicar, y mantenerse firme.

Herencia de valores transmitida por generaciones encarnada en nuestra madre y padre, inmenso orgullo personal, para afinar con inteligencia el presente y seguir adelante.

Son cronistas confiables de sucesos históricos como los asaltos al tren en la época de la revolución, o los fusilamientos a los contrarios a una causa. Portadores de medallas o actores importantes en asuntos públicos, así como de actos de caridad en las cárceles y hospitales.

Mi abuelo, maestro estricto para “regresar “a grados escolares anteriores a su propia hija para mostrar la disciplina debida al estudio. Abogado de las causas sociales y de las medidas exactas para las balanzas que pesan los alimentos que se venden. Buscador incansable de la Justicia y el conocimiento.

Mi abuela, con manos fuertes pero capaces de dar una caricia tierna y cobijarnos con su rebozo. Ceño austero por haber librado batallas personales difíciles emocional y materialmente. Pero siempre presente a pesar de su propio bienestar.

Es poco lo que se dice en estas líneas. Pero es posible provocar en su lectura recuerdos inefables, propios, gratos o amargos de los cuales estamos hechos para orgullo, o para el cambio que por su remembranza sigan siendo guía en nuestro andar.

Tal vez no me equivoque si escribo que habrá más cosas por las cuales agradecer a ellos quienes “como a hombros de gigantes” nos permiten ver el pasado, lo presente y el horizonte con mayor claridad.

¡Salve abuelos! Se lo merecen.

CIRENIO


 

 Existen lugares maravillosos que se confabulan para crear un encuentro inesperado y dejar una huella que se graba profundamente y para siempre. Sucedió en un punto de la sierra cálida en el estado de Guerrero.Ahí donde la gente de campo cultiva maizales que se pierden en el horizonte hasta donde alcanza la vista, y  a veces un pastor cruza con sus animales.

 Fue de pronto  que unos ojos enormes negros azabache, brillantes como capulines regados con lluvia, se me quedaron mirando.

Los ojos con forma de almendra en una carita morena entre curiosa y asustada eran de Cirenio. Un niño indígena de la sierra  guerrerense. Estaba sentado en un tecorral a pleno sol con su sombrero de Tlapehuala que le cubría la cabeza, pero dejaba ver el fleco lacio de su cabello color también negro, brillante, igual que la obsidiana.

No dijo algo, solo sonrió  un poco para observar el torpe caminar de alguien que viene de la ciudad a pisar su tierra que para él es su hogar y le asombra que para otros sea desconocida. Seguramente también le llamó la atención la indumentaria extraña en comparación con su camisa y pantaloncitos de manta blanca bordados, como su fajilla con franjas coloridas, y sus huaraches atados con correas de cuero.

En algún momento le pregunté su nombre, viendo con admiración su estampa como la de un cuadro que se exhibe en una galería de arte. Un niño indígena con la dignidad y hermosura para despertar el respeto a  su persona, y a nuestros antepasados. A la magnífica creación artesanal de sus trajes que Cirenio complementaba con un morralito colgado terciado al hombro que contenía su almuerzo, para cuando los animales que pastaban le permitieran un descanso, y un guaje con agua para refrescarse un poco.

Después de que mutuamente nos observamos, su sonrisa ya más alegre y franca, iluminó su carita dejando ver sus pequeños dientes blancos. Se bajó de un brinco de la barda de piedras para continuar con su trabajo, y corrió para juntar a los borregos y chivas que se dispersaban. 

Lo vi alejarse cuesta abajo de la loma hacia otro campo. Cirenio volteó para decir adiós agitando su mano y siguió corriendo. No me quedó más que su imagen perfecta en la mente como una comunión en medio del silencio, el viento caluroso, y esa mirada negra, inolvidable, llena de luz que vive en la tierra que se ama.  

Deseo fervientemente que Cirenio no haya perdido su gracia, su inocencia. Pero también que  haya realizado para bien, lo que su imaginación  hubiera creado en aquellas montañas apacibles que lo vieron crecer con tanta belleza.



EL PICHI


Realmente su nombre era Pichicuas. Tenía un color como del trigo, pajita, con algo de blanco en sus patas. Su talla pequeña, pero con un andar garboso y ligero. Muy alegre, activo, súper inteligente. 


El haber crecido junto a niños le desarrolló su instinto explorador y de caza. Su sensibilidad para entender el lenguaje de las señas lo hizo alerta para observar cada detalle. “Quieto; ¡Vamos!; Busca! No te muevas” …


Cuando fue cachorro, sus compañeros de aventuras también lo eran, así que conjuntaron sus energías para correr, jugar, y darse un descanso al final de la jornada comiendo toda clase de golosinas y frutas.


De adolescente y joven acompañó todos los días a su ama mayor muy temprano por la mañana a comprar la leche para la familia. En ese entonces había un establo un poco lejano de la casa en donde vivían, pero a su ama mayor le gustaba la caminata y sobre todo conseguir buenas cosas como la leche recién ordeñada. En la primavera y verano a veces iban también los niños, pero en tiempo de invierno, ellos se quedaban dormidos y él y su ama mayor hacían el recorrido solos. 


El frío se sentía fuerte, el vaho salía de la boca así que los cachorros humanos se quedaban bien cobijados en casa. 


Cuando ellos crecieron y tenían la edad aproximada a su vida perruna, la jornada era compartida bajo la supervisión del ama mayor. Se acompañaban todos y en el camino había carreras, juegos, trucos, pero sobre todo estaban alerta para avistar a las bandas de los callejeros que amenazaban con darle una tunda. A veces lo habían logrado y él salía lastimado. Por eso el mayor reto era que sus compañeros lo defendieran, esquivaran a los malosos, espantaran a los peleoneros y como último recurso, lo cargaran en brazos para que no le hicieran daño. 




Los domingos eran días de misa. Como él no podía entrar se quedaba en la puerta del templo. Escuchaba toda la ceremonia echado. Movía las orejas para monitorear cualquier sonido, con lo cual sabía cuándo la celebración había concluido y se sentaba atento oliendo el paso de la gente. Cuando veía a su manada daba brincos emocionado y partían todos de regreso a casa. 




¡Llegó a tanto su inteligencia y buen comportamiento que lo llevaban de vacaciones a Acapulco!
Se metía al mar, lo tapaban con arena, tomaba agua de coco, hacía las mismas escalas “estratégicas” nunca sufrió de mareos ni se ensució en el auto. A tal grado que unos vecinos humanos lo “pidieron prestado” para llevarlo también con ellos a Acapulco. Él ya conocía el mar, y no hubo problema.
Precioso canito, espero que en dónde estés ahora, tengas todo lo que te ganaste por ser un maravilloso amigo y compañero. :)