Existen lugares maravillosos que se confabulan para crear un encuentro inesperado y dejar una huella que se graba profundamente y para siempre. Sucedió en un punto de la sierra cálida en el estado de Guerrero.Ahí donde la gente de campo cultiva maizales que se
pierden en el horizonte hasta donde alcanza la vista, y a veces un pastor cruza con sus animales.
Fue de pronto que unos ojos enormes negros azabache, brillantes como capulines regados con lluvia, se me quedaron mirando.
Fue de pronto que unos ojos enormes negros azabache, brillantes como capulines regados con lluvia, se me quedaron mirando.
Los ojos con forma de almendra en una carita morena entre curiosa y asustada eran de Cirenio. Un niño indígena de la sierra guerrerense. Estaba sentado en un tecorral a pleno sol con su sombrero de Tlapehuala que le cubría la cabeza, pero dejaba ver el fleco lacio de su cabello color también negro, brillante, igual que la obsidiana.
No dijo algo,
solo sonrió un poco para observar el torpe caminar de alguien que viene de la ciudad a
pisar su tierra que para él es su hogar y le asombra que para otros sea desconocida.
Seguramente también le llamó la atención la indumentaria extraña en comparación con su camisa y
pantaloncitos de manta blanca bordados, como su fajilla con franjas coloridas, y sus
huaraches atados con correas de cuero.
En algún momento
le pregunté su nombre, viendo con admiración su estampa como la de un cuadro que se exhibe en una galería de arte. Un niño indígena con la dignidad
y hermosura para despertar el respeto a su persona, y a nuestros antepasados. A la magnífica
creación artesanal de sus trajes que Cirenio complementaba con un morralito
colgado terciado al hombro que contenía su almuerzo, para cuando los animales
que pastaban le permitieran un descanso, y un guaje con agua para refrescarse
un poco.
Después de que
mutuamente nos observamos, su sonrisa ya más alegre y franca, iluminó su carita dejando
ver sus pequeños dientes blancos. Se bajó de un brinco de la barda de piedras para continuar con su trabajo, y
corrió para juntar a los borregos y chivas que se dispersaban.
Lo vi alejarse
cuesta abajo de la loma hacia otro campo. Cirenio volteó para decir adiós
agitando su mano y siguió corriendo. No me quedó más que su imagen perfecta en
la mente como una comunión en medio del silencio, el viento caluroso, y esa
mirada negra, inolvidable, llena de luz que vive en la tierra que se ama.
Deseo
fervientemente que Cirenio no haya perdido su gracia, su inocencia. Pero también que haya realizado para bien, lo que su imaginación hubiera creado en aquellas montañas apacibles que lo vieron crecer con tanta belleza.
Tu narración me conmovió me transporte a esa imagen me dio paz, gracias
ResponderBorrarGracias a ti. Tu comentario me llenó de alegría!
BorrarGRACIAS una bonita historia los ojos el sobrero la sonrisa los huracanes y el lugar
BorrarQue belleza Ana...esta hermosa tu narracion...descriptiva..evocadora...conmovedora linda...gracias!!!
ResponderBorrarMuchas gracias!
BorrarEfectivamente un lugar hermoso lleno de narraciones maravillosas y más contadas así con tanto cariño.
ResponderBorrarCierto muchas gracias. Me siento muy orgullosa de la tierra guerrerense.
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