Era viernes por
la tarde. La mayoría de los compañeros de trabajo estaban guardando sus cosas y
dejando acomodados los documentos y artículos que utilizaban en las diferentes
áreas de la empresa. Él también se preparaba para ir a casa después de una
semana en la cual tuvo que resolver diversos problemas de mantenimiento y
operación de equipos. Ya casi era la hora de salida. Se dirigió por el pasillo
hacia las cámaras de refrigeración saludando a las personas que se retiraban a
sus casas.
Normalmente el
fin de semana, no se quedaban guardias. Él sólo quería revisar que todo
estuviera en orden. De pronto le pareció escuchar un ruido que provenía de una
de las cámaras de refrigeración a pesar de que ya todas estaban cerradas. Las
puertas tenían una palanca que las resguardaba por fuera, como un seguro para detener
el paso a la puerta de la cámara sellada que impedía el escape del aire helado
que las mantenía a una temperatura bajo cero.
No obstante, se
podía acceder al interior “brincando “esa cerradura. Él pensó en revisar rápido
aquel sonido y salir sin problema para terminar la jornada y pasar el fin de
semana con su familia en casa, tranquilamente. Pasó por debajo de la palanca de seguridad,
abrió la puerta, y se metió para dar un vistazo. Empezó a observar el sistema
para localizar el ruido que le había parecido extraño. No se dio cuenta que la
puerta lentamente había vuelto a su lugar cerrando firmemente aquel congelador.
Cuando él terminó de revisar y trató de salir la puerta estaba sellada. Debió
haber sido un shock comprender que estaba encerrado. Él sabía lo que
significaba. Su trabajo cotidiano le dio la visión aterradora de la situación
que enfrentaba. Estaba solo, en un viernes por la tarde, cuando todo mundo se
retiraba del trabajo. En una sección del edificio en dónde no era común el
tránsito de los trabajadores. El sistema de refrigeración continuaba encendido
y él había entrado dejando intacto el cerrojo de seguridad que aparentaba por
fuera que la cámara estaba en su funcionamiento normal.
Hasta ese momento
consideró el gran riesgo que implicaba que la puerta no tuviera un mecanismo
interior para abrirla.
Nada se
escuchaba más que la salida del aire helado que ahora lo mantenía en un ambiente
hostil que atentaba contra su vida bajando su temperatura corporal lenta pero
inexorablemente. Se tumbó en el suelo intentando gritar por alguna rendija en
la base de la puerta. ¡Pero, era una cámara de refrigeración hermética! No
había manera que pudiera dejar salir ni un resquicio de aire. El aire vital que
afuera a temperatura ambiente ni se notaba al respirar, pero que ahora en cada
inhalación le provocaría un congelamiento letal.
Hizo todo a su
alcance, intentó todo lo que sabía, pero el frío empezó a mermar sus fuerzas.
Cuántos recuerdos vinieron a su mente como en un desfile de cuadros en una
película…
Era un ser
noble. Desde su niñez y juventud le había tocado enfrentar situaciones
terribles. Podría haber relatado en
varios libros episodios que superarían cualquier historia inimaginable para
muchos.
También tuvo
experiencias luminosas. Inexplicables. Como cuando en un maravilloso viaje a la
tierra de Israel en Jordania, pudo pisar los caminos que en su memoria los
tenía atesorados con un significado sublime. Al llegar a un templo, se puso en oración, ensimismado y encendiendo velitas. Se sentía en paz, pero muy cansado por el trayecto. Feliz por visitar sitios tan especiales. No se dió cuenta de cómo apareció un monje. Levantó la vista para mirarlo. El monje se acercó para explicar que con su devoción había ayudado a muchas almas a llegar a esos santuarios tan lejanos. Que había
servido de medio para llevar hasta aquellos lugares el aliento de los que no
podían ir por sus propios medios. Que cada luz en las veladoras que había
encendido le permitió dar luz a los que se habían allegado a su persona para
alcanzar aquel privilegio de estar en comunión en esos espacios sagrados.Le dijo que ya podía descansar.
Él no
lo acababa de entender, pero la sensación de ligereza que experimentó al
terminar de poner encendida cada veladora le hizo sentir alegre y liviano para
continuar su viaje. Aún que no pudo despedirse de aquel monje, a quien en un
segundo perdió de vista. Con una sensación peculiar de misterio que lo acompaño
desde entonces, al enterarse que no se suponía hubiera ni gente ni monjes que
estuvieran desde hacía mucho tiempo allí, en aquel templo.
Otro recuerdo de
una aventura de juventud en el mar de Acapulco, con un grupo de amigos entre la
angustia de verse cansado en el agua flotando desesperado gritando por ayuda y
ver que la gente en la playa se aleja en lugar de intentar hacer algo. De
presentir que era su fin sumergido en el agua que asfixiaba sus pulmones, nubla
la vista para dar paso a un estado entre sueño y realidad de voces que le decían
“calma”. De alguien que lo llevaba entre sus brazos hasta dejarlo en tierra
firme a salvo. De volver en sí para agradecer y darse cuenta de que no había
gente a su alrededor. Que el mar estaba también solitario sin lanchas ni las personas
que él sintió que lo rescataron.
Ahora al través
del frío creciente la visión de su familia. Su esposa, sus hijos, ¡Qué les
sucedería! Sus manos estaban tensas, la lengua entumecida y todo su cuerpo ya
no respondía ante el ambiente helado que lo aprisionaba.
El vigilante
pudo haber tomado el otro corredor y pasar por alto la revisión del lugar en
donde se encontraban las cámaras de refrigeración. Había visto salir al personal del área
platicando alegremente despidiéndose y deseándose mutuamente un buen fin de
semana. Sin advertirlo, milagrosamente se desvió hacia el lugar de los
refrigeradores para dar un último rondín. Él Alcanzó a escuchar sus pasos. ¡¡¡¡AUXILIO!!!!! ¡¡¡¡¡AUXILIO!!!!!
Realmente él
tuvo nuevamente un llamado milagroso. Entre el congelamiento inminente, la
memoria de tantos acontecimientos y el poderoso anhelo de vida, el sello mortal
cedió para dar paso a la certeza de un renacer.
Mi hermano mayor
renació ése día. De manera similar a otras de sus experiencias. Pudo relatar
más tarde parte de esas vivencias con un tono embelesado en sus recuerdos con
su mirada transportada en el tiempo, hacia la esperanza, en la Fe que hasta la
fecha lo sostiene en la compañía de tantos sucesos que calificamos de milagrosos.
¡Cuántos sentimientos
experimentados!, ¡que sensaciones vividas! Por eso mi hermano mayor es ejemplo
de nobleza, y a pesar de todo, conserva un centro de bondad que a su modo como
en un arte de malabares ha compartido en cada etapa de su vida.
Si sumamos su
entereza y carácter aguerrido que mostró según las historias de familia desde
que era pequeño; Imagina a un niño con la cara llena de sudor, tomando vuelo en
un triciclo por una pendiente de bajada tan rápidamente pedaleando hasta
chocar, sí, ¡chocar con la primera pared que se le pusiera enfrente! ¡Colgar peligrosamente al ras de las llantas
de un camión columpiándose de la parte trasera en la caja de volteo haciendo
que la madre sufriera el susto de su vida al observarlo sin poder hacer algo!
O en otra ocasión en que ella tuvo que ir al
patio por el llamado aterrado de los vecinos para levantarlo del suelo,
después de que se cayó de cabeza desde la azotea en dónde jugaba al caballito
con una escoba que se atoró en la orilla y lo precipitó al vacío. llevarlo de
emergencia al hospital, tenerlo en observación y dieta especial rezando por su
recuperación que a decir de los médicos fue un milagro. Cerrando ese accidente
con la invitación al cumpleaños de un vecinito, al que mi madre accedió para
que “se distrajera” con la condición de que guardara la dieta. Pero que la
vecina desconocía y le sirvió raciones dobles al niño que; “¡Hasta sudó, del
apetito con que se comió todo!
También
memorable es el paseo a Acapulco al cual nos invitó, cuando ya era un joven
trabajador. Nos fuimos en uno de sus múltiples carros que eran y son su
afición. Compraba cuánto automóvil le pusieran enfrente. Desde los enormes Ford, hasta los más raros ejemplares de marcas menos conocidas. Comprendo con el paso de los años el entusiasmo y el esfuerzo que
habrá sido llevar a sus hermanos menores bajo su cargo. Es imborrable el desayuno en Chilpancingo en
un merendero al pie de la carretera. Consistió en un café con leche, unos
huevos preparados en salsa roja estilo Guerrero y tortillas hechas a mano.
Al llegar al
puerto nos alojamos en una casa de huéspedes.
¡El alboroto de pura gente joven está ligado al sabor del chocolate que
la señora de la casa preparaba con leche evaporada y que sigue en la memoria
con un gusto inigualable! Ni hablar del jolgorio que se escuchaba por las
tardes, y la referencia que se hacía de dormir “como plátanos fritos en sartén”
entre los vecinos de cuartos, que se quedaban todos juntos en una sola
habitación ante la falta de dinero, pero sobra de energía para divertirse por
todo y con todos.
Cualquier frase
de agradecimiento es poca para tus hazañas hermano. Pero; ¡Gracias, hermano
mayor por haber sembrado y cultivar tantos
gratos recuerdos! Que tu vida sea llena de bendiciones. Es ahora igual de
amable verte disfrutar con sencillez y fuerza sacada de todos tus años el continuar
detrás de tus nietos con nuevas enseñanzas para tu persona. Alegrarte con los adolescentes
cuyo desarrollo te asombra, y del más pequeño que no deja de conmoverte para
consentirlo y disfrutar de sus travesuras como vigía dispuesto a la defensa. De
la misma manera en que nuestros tiempos coincidieron, y en los cuales te
convertiste en soldado y escudo protector para nuestra familia.
Recibe un gran
abrazo, desde el fondo de mi corazón.