Tengo solamente
como chispas de imágenes sobre Mamá Cala. Mi bisabuela por línea materna. Son no
obstante tan brillantes, que las puedo reunir en una secuencia viva con
sensaciones muy cálidas de admiración y ternura. Se funden en el entorno de un
clima que oscila entre los 35 y 40 grados centígrados en el mes de mayo, con las
sonrisas, los saludos y palmadas de abrazos sinceros, cariñosos, de los habitantes
como imagino el entonces pueblo de Iguala Guerrero hace muchos años.
Ella era
originaria de Iguala. No tengo más datos de cómo trascurrió su vida, ni si se
casó. Lo que sí se ha grabado en el recuerdo es su imagen como madre de mi
abuelo. Especialmente en la etapa en que él asumió el cargo de presidente municipal,
de lo cuál mi madre nos contaba con mucha añoranza y admiración.
Mi madre señalaba
que a su abuela le decía Mamá Cala. Era usual mantener los lazos de unión
familiar de línea directa mediante el respeto a las mujeres, por la función
fundamental que ellas ejercían al ser los pilares de la fuerza y unión
familiar. El trato de madre se extendía por lo tanto a la mamá y a la abuela.
Esta deferencia es
una de las costumbres que de una manera u otra se pueden observar como actuales
en muchas regiones de México para valorar la importancia que guarda el
pertenecer a una familia consolidada por tradiciones que entendían una
cosmovisión superior. Sobre la base de la integración de todos los aspectos y
miembros de un grupo humano. Desde mi punto de vista sobresaliente en cuanto a
reconocer en el equilibrio de fuerzas humanas y de la naturaleza una mayor
armonía de convivencia y evolución.
En ese esquema de
la familia, los nietos o en este caso la nieta, corría al lado de su abuela
quien representaba una segunda madre, que por su supremacía se transformaba en
un refugio infranqueable. Su presencia era mucho más benevolente. Le era
permitido apaciguar los ánimos y podía contener como nadie, cualquier disgusto o
reprimenda causado por los malos comportamientos infantiles…
La imagen de su abuela que mi
madre nos transmitió con esa tradición y benevolencia, es la de una persona cariñosa,
fuerte, y comprensiva. Nos decía que ella caminaba con aire de orgullo. Con una
cadencia entre la sencillez y la dignidad de una señora indígena. Libre de la
opinión pública para su indumentaria, sus costumbres y su discurso en el idioma
náhuatl y en español.
De acuerdo con
los relatos de mi madre, cuando mi abuelo asumió el cargo de presidente
municipal, mamá Cala solía ir a la casa para recibir la moneda de plata que
tenía asignada con la devoción de su hijo, para que pudiera mantenerse y
comprar lo que necesitara.
Es un encanto
imaginarla aceptando ese dinero que gastaba en no sé qué cosas, pero seguro, no
en atuendos que en una imagen social era de esperarse para la madre de aquel
rango. Pues, al contrario, usualmente le
pedía a su hijo el presidente municipal, camisas y zapatos que ya no usara, para lucirlos
ella como su ropa habitual, en conjunto con una falda plisada, y un rebozo
enrollado sobre la cabeza. Esta prenda así llevada, también le era útil para para transportar algo de la compra, con un porte erguido, grácil, entre las calles,
el mercado y su hogar.
“Nel” era el nombre
de cariño que ella pronunciaba para dirigirse a mi abuelo Daniel de quien
seguramente estaba muy orgullosa por sus logros. Pero sobre todo porque él
aprendió a demostrarle su cariño, respeto, y protección. Me imagino cómo sería
su mirada. ¡Es una lástima que no se conserve alguno de sus retratos! Sin embargo, el recuerdo de la imagen de mi
abuelo me da idea de su carisma. De su donaire para vestirse con la ropa de su hijo. Sin importarle "el que dirán" cuando se tiene la
belleza innata que sobre sale de cualquier atuendo y falsa apariencia.
Recreo a Mamá Cala
en mi imaginación como una mujer de altas miras a pesar de su modesto origen.
Con la visión mayor de una raza pura que ostentaba y presumía a los que se
atrevían a llamarla indígena, replicando que era un orgullo serlo así, y no
como una mezcla “revuelta como usted”.
Que portento
poder haberla visto con su camisa remangada, con su falda blanquísima, su
rebozo como una corona sobre su cabeza y su paso firme con los zapatos de su
hijo que debió haberla bendecido en cada visita y para siempre en toda su vida.
Con esa
personalidad no sólo crio a su Nel, sino que su ejemplo trascendió en sus
nietos y conocidos. También alguna de sus palabras y directrices de
comportamiento se conservan en sus descendientes que de vez en cuándo repetimos
que: “Hechos son amores, y no buenas razones” para no divagar con palabrería la
necesidad de la acción paralela a las ideas factibles. El trabajo constante y
cotidiano como una disciplina que es lo que produce resultados palpables y
útiles. Hay que considerar que el valor
de las palabras se sostiene con los actos que demuestran el compromiso, el
respeto y la integridad de las promesas románticas o mundanas. Esas son alguna
de sus enseñanzas.
Me gusta pensar
que aun que no conviví con ella, su herencia fue evidente en mi abuelo y en mi madre.
Haber escuchado las dos diversas descripciones de esos maravillosos
detalles en el carácter, que ellos mismos demostraron durante su vida, es prueba de
su gran valía y encanto. Si me imagino
en el silencio que caracterizaba a mi abuelo lo que su madre significó para él,
puedo suponer que como en un dúo de fuerza y dulzura creció con la confianza
de tener nobles ideales. De tener una
familia unida y no olvidar sus raíces.
Por eso también
mi madre siempre regresó a su tierra en cada oportunidad que tenía. Trajo durante
toda su vida el pan desde aquella querida tierra. De lejos como versa un Salmo,
y nos cubrió con las ropas que ella misma tejía. Todo esto sin duda es la obra
continuada de mi bisabuela. Mamá Cala
es otro de los eslabones fuertes que conforman una cadena de personajes
entrañables que no se deben ni pueden olvidar. Reúne en su recuerdo la realidad
y fantasía que, en un momento mágico, casi puedo asegurar, vuelve a prendarse
con mucho cariño de las mujeres atemporales que viven en cada historia
personal.