CUENTOS DE MELODÍAS, Y SOMBRAS


Que pasa cuando en medio de la noche se escucha una melodía ejecutada en un piano, que nadie ha tocado dese hace tiempo… o si en tu casa por la tarde se observa una sombra de pie con la figura de un caporal con sombrero de ala y una larga capa que le cubre…

Es posible que los cuentos a continuación despierten en  alguien  el recuerdo de alguna situación inexplicable, pero que se guarda en la memoria, y acude pronto como un ensueño para contar y compartir experiencias.  

Hacía ya mucho tiempo que la joven que tocaba aquel piano se había marchado de casa. Sólo quedaban como habitantes, un matrimonio que convivía cada uno en su espacio y casi con un mínimo de conversación. No obstante,  en la casa debieron  haberse guardado muchos sonidos. Los de una familia que ahí había vivido hasta que cada hijo se fue independizando.  Los juegos y ladridos de  dos perros que cuidaban el patio, y  en general ruidos  pasados del trajín cotidiano,  de muchos años de vida presentes ahora  en  la memoria  de cada uno de la pareja  de adultos mayores para acompañarles sus tardes y noches en soledad.

 Sin embargo, el piano con sus notas era frecuente que despertara al hombre de la pareja y lo hiciera ponerse en alerta. Él se levantaba muy despacio de la cama, caminaba lentamente, mientras se escuchaba el toque de las teclas en la obscuridad. Como era una casa de dos pisos, en la planta alta dónde estaban las recámaras la suya estaba  en frente del barandal que conducía hacia la escalera  por un pasillo para llegar a la planta baja. Cada vez que se escuchaban las notas del instrumento, se aproximaba con mucho cuidado hasta el barandal y comenzaba a caminar para lograr asomarse al rincón en dónde se encontraba el piano.  

A veces de golpe, el sonido se apagaba. Ya no tenía sentido tratar de bajar…  Si el sonido continuaba, con mayor sigilo se agachaba y continuaba procurando alcanzar el descanso de la escalera desde donde ya era visible la banqueta que hacía juego con el piano, pero que permanecía vacía aún que los acordes todavía se escuchaban. De pronto, nada. Todo era silencio. El piano  estaba en su lugar callado y con la tapa puesta. No había algún movimiento en toda la sala.

En una  ocasión, cuándo se hizo el silencio,  él alcanzó a ver una sombra.  Por su forma se apreciaba que era la silueta de un hombre. Vestía una capa corta y  portaba un sombrero. Desde la perspectiva  en que había logrado colocarse para ver entre la obscuridad, la sombra estaba dándole la espalda. Ésta contemplaba un cuadro entre la sala y el comedor de la casa.  El hombre pensó que se atrevería a llegar a él.  Se dijo para sus adentros que ojalá y  aquello no se diera vuelta… como era una persona mayor de edad, lentamente se quiso aproximar para observarlo de cerca. ¡¿Quién era?!  Cómo había entrado!? él sintió que era arriesgado ponerse de frente, pero lo alentaba la curiosidad por ver quien era. Quien en la quietud de la noche permanecía de pie contemplando un cuadro en la sala de su casa... Dió un  paso, dos, lentamente,  y cuando menos se lo esperaba, así de la nada, la sombra desapareció.


Sin poder explicarse que había pasado, se quedó en el frío de la noche, sintiendo los latidos de su corazón todavía acelerados. Pudo hacer un respiro profundo para tranquilizarse, y regresó a su cuarto con la incertidumbre de lo que había presenciado.

¿Habrá en todas las casas apariciones desconocidas que traen mensajes, o sólo inquietan a los habitantes sin algún propósito malévolo, pero como una forma de despertarles la imaginación hacia vivencias que muevan su curiosidad por lo desconocido?

En ésa misma casa, el hombre de la pareja también aseguró que con frecuencia él se topaba con una figura muy  ágil y graciosa.  Aparecía  a cualquier hora dado que la casa estaba la mayor parte del tiempo callada. Lo había podido sorprender cuándo él bajaba para prepararse algo en la cocina. El personaje estaba entretenido, como en busca de algo.  Al darse cuenta de la presencia del hombre, la figurilla corría a esconderse. Se metía entre los muebles, se escurría por debajo de la escalera o se metía en un closet de la planta baja que  servía además como alacena y estaba lleno de cajas. 


Varias veces el hombre lo había visto y trataba de seguirlo con su mirada. Pero lo más que pudo fué ver  sus rasgos como los de un  pequeño duende irlandés. La  manera peculiar de sus ropas lo distinguía. Eran de color verde, calzaba zapatillas de punta. Su traje era de dos piezas, con chaleco y un sombrero negro de hongo. Se veía muy gracioso de acuerdo a la descripción, que con detalle había reconocido  el hombre admirado de su presencia.  Era emocionante para él cada vez que lo sorprendía. Trataba de alcanzarlo  al menos con sus ojos para adivinar su escondite. Como lo había visto desaparecer a veces debajo de la escalera, con  trabajos se asomaba por debajo de los escalones. 
Si lo veía correr hacia el closet, abría  de golpe la puerta para tratar de acorralarlo. Pero inevitablemente el duende se  le escapaba y se escabullía.

  A raiz de aquellos relatos, en uno de sus cumpleaños, la nuera del señor le regaló un muñeco-duende algo similar al de sus  visiones. Él lo puso sentado en la cabecera de su cama como agradecimiento. Pero le alegraba siempre mucho la visita  o permanencia en casa, del otro amigo que de vez en cuando se le aparecía y en una carrera rápida se le volvía a perder de vista ya fuera debajo de la escalera, en el closet o esfumándose en el pasillo.

 Los personajes; Sombras y sonidos, son parte de variados relatos en muchos lugares.

Otra historia es la de una mujer que  presenció personalmente una aparición que no pudo explicarse. 

Su casa se localizaba en un fraccionamiento rural.  Las construcciones formaban un conjunto en  cuyo centro había un espacio de áreas verdes, con una zona de juegos, caballerizas,  y palapas para la convivencia  de unos pocos vecinos que habitaban por temporadas  alguna de las casas.  En los linderos exteriores había terrenos para la siembra de maíz que cruzaban senderitos que marcaban con su andar rutinario, perros, los dueños de las siembras, y los trabajadores que cuidaban la milpa.  La gente del lugar contaba además del tránsito de las víboras chicoteras o las culebras Cincuates que hipnotizaban a las mujeres que acababan de tener a sus niños para robarles la leche de los recién nacidos… También de los Aluxes que salían de noche para cruzar las milpas y llegar a las casas de los alrededores en busca de cosas interesantes para ellos que les gusta el material brillante y algunos objetos para su colección…

Una tarde la mujer se había quedado en casa sola. Ya pronto se haría de noche y preparó algo de comida para irse a su recámara. Las habitaciones para dormir estaban al lado de un corredor largo. La suya era la última de aquel pasillo que en principio comunicaba con la sala-comedor. 
 Se llevó una charolita con lo necesario para leer y cenar sentada en su cama. Tenía un tocador con un gran espejo justo al frente de la cama,  desde dónde se podía ver parte del pasillo que llegaba a la sala. Ella se acomodó, tomó un bocadillo y comenzó su lectura.

 No se dio ni cuenta que afuera ya estaba obscuro, pero empezó a escuchar el sonido de los animales del campo que en aquella hora despiertan con toda una serie de cantos, y carreras por todo el sembradío que estaba en los límites posteriores de  la casa que ella ocupaba. En una pausa que hizo para tomar un vaso con agua levantó la vista para descansarla y cerró un poco los ojos. Cuando los volvió a abrir miró por el espejo que en el fondo de la sala  había una sombra alta. Ella percibió que se encontraba parada mirando de frente hacia el espejo, pero no se le veían bien las facciones porque estaban todas las luces apagadas. 

Ella no podía ver más claramente el rostro de aquella silueta, si bien, sentía su mirada directa. Como estaba sola, trató de tranquilizarse con su diálogo interno que empezó a preguntarse que sería aquella visión que de cualquier manera era inquietante, pero que permanecía inmóbil captando su atención  de una manera  que la desconcertaba. Ella sabía que el fraccionamiento era seguro. Estaba rodeado y había vigilancia. así que empezó a recorrer con la vista las lámparas exteriores y los focos de la recámara  suponiendo que fuera un reflejo proyectado de un mueble o  al través  de las cortinas de la sala… 

 No podía pedir ayuda,  porque el  único teléfono era fijo y se encontraba en la sala. Tampoco podía salir para ir con un vecino a menos que pasara justamente por la sala, que comunicaba con la puerta de entrada. La sombra estaba inmóbil. La silueta se parecía a la figura de un capataz. Tenía un  sombrero ancho con las cintas del barbiquejo ajustadas a la cara… su gabán era largo como los  que se usan para guarecerse de la lluvia. Se le veían muy bien las piernas con botas y se adivinaba una actitud inquisidora. Los brazos le caían a los lados y en una mano sostenía una fusta para acicatear a los caballos. Todo estaba en silencio. Nada se movía ni  dentro ni afuera.

La mujer no acababa de comprender que sucedía. Reinició con la búsqueda de fuentes de luz que hicieran aquella imagen desde la obscuridad. Ya había permanecido un buen rato con esa visión y nada sucedía. Apartaba la vista del espejo, pero de reojo volvía a enfocar a la sombra en el fondo obscuro.  Por fin se atrevió a quitarse las cobijas que la cubrían y lentamente ponerse de pie para salir al pasillo y mirar de frente aquella figura inexplicable. Se calzó unas sandalias y sin hacer ruido se agachó para salir despacio por la puerta de su recámara hacia el pasillo… 

Ya no revisó la imagen del espejo. No quiso encender la luz para no desviar su atención del encuentro que en su mente se había formado para encarar aquella aparición y ver de dónde se proyectaba o si realmente se encontraba alguien dentro de su casa… Empezó a caminar poniendo atención a cualquier sonido o movimiento. El corazón le latía cada vez con mayor fuerza, pero contuvo el aliento para seguir por el pasillo, poco a poco, hasta la sala en penumbra. Ella sabía que las cortinas casi transparentes dejaban pasar unos pocos rayos de luces lejanas lo cual  pensó le ayudaría a enfocar lo que estuviera dentro. Ya estaba en el principio del pasillo justo para el acceso a la sala. Se puso de pie y tomo un profundo suspiro. ¡Salió de golpe y apunto la vista hacia el lugar de la sombra… ¡Nada! Ni formas de muebles, ni reflejos engañosos ni presencia obscura que se le quedara mirando.

Al otro día comentó algo a los campesinos y gente del lugar, pero solo obtuvo nuevas historias de los Aluxes que sí “son reales” que viven por los cerros cercanos a las poblaciones y que llegan de visita por sus túneles y caminos entre las milpas hacia las casas. Pero que no son malos ni asustan con terror… Inclusive  se dice que si se les solicita, son ayuda para resolver asuntos que la gente tiene y en los cuales ellos intervienen a favor de los que los convocan, a cambio de alguna recompensa.

DOS LEYENDAS


Existen personas especiales que prefieren la lectura de historias que en algún momento son inquietantes, ponen en suspenso, y siguen siendo inciertas para los que las escuchan, pero muy reales para los que las han vivido. En algunas personas no dejan ganas de averiguar más. Pero en otras les mueve la emoción de imaginar la causa, preguntarse sobre la veracidad y hasta les motivan los sucesos espeluznantes, para recapacitar en algo.

Personalmente me reservo el recordar historias y leyendas de ese tipo. Pero como las que se relatan a continuación han estado ligadas con personas conocidas que dicen haberlas vivenciado sin lugar a duda, vale la pena describirlas con santo y seña tal cual me las contaron.

La primera surge en una época en donde  un grito  desgarrador, doloroso, se transforma en aterrador.  Proviene de la garganta de una mujer que lamenta  la pérdida de sus hijos... es una de las leyendas clásicas que se cuenta en muchos sitios. Pero el relato que escuché le sucedió a alguien en la capital de México. Él conocía la leyenda como la mayoría de la gente, pero según su dicho, no estaba en busca de emociones fuertes sobre historias de aparecidos o relatos de terror. No obstante en una ocasión en que tardó más de lo previsto en realizar un trabajo empezó a ponerse nervioso. 

La casa en donde estaba trabajando se ubicaba en la calle de Gelati  por el rumbo de Chapultepec, desde donde confluyen varias calles que desembocan en las avenidas Tacubaya, Parque Lira entre las más conocidas para los otrora “defeños”.

Esa calle tenía una fama siniestra. Su historia trascendía a otros lugares puesto que se decía que, en la tranquilidad del crepúsculo al caer la noche, el ambiente se tornaba lúgubre. El viento no soplaba y si ponías atención se escuchaba un alarido que daba escalofríos… 

La persona que lo vivenció decía: “-No me lo contaron! - Yo lo escuché! Me quedé sin aliento, petrificado. ya no sé si con el corazón temblando o casi inmóvil como mi persona. ¡Aquel sonido era espantoso!  Empezaba desde el Bosque de Chapultepec y bajaba lentamente arrastrando a su paso un gemido ahogado,cansado, lleno de amargura y llanto. “Ayyyyyy mis hiiijos!... El lamento se hacía más audible a medida que se acercaba.  " Lo percibí cerca de mí, y la piel se me puso  "de gallina" mientras un escalofrío recorría todo el cuerpo.  Ayyyy mis hiiiiijos!!! Lo escuché bien claro! Luego se alejó lentamente para continuar por la pendiente de bajada de toda la calle y se perdíó  a lo lejos como si se disolviera sin un rumbo fijo entre las avenidas en donde la calle desembocaba.  Aquel recuerdo me  acompañó para siempre".

 Años más tarde cuándo se realizó una de las primeras películas en blanco y negro sobre la leyenda de La Llorona protagonizada por la estupenda actriz María Elena Marquez, tuvimos una invitación especial  al cine. Era una tarde de Domingo, nos subimos a la camionetita de redilas, que era el medio de transporte que nos llevaría. Nos sentamos en la parte posterior o cajón que estaba al descubierto y llegamos a la sala de exhibición.  La persona que nos invitó compró los boletos y entramos para tomar nuestros lugares. Sobra decir que aquella persona ya nos había relatado la leyenda y sobre todo la experiencia que tuvo con cada detalle a flor de piel.

Cuando se apagaron las luces para dar inicio a la película, al menos yo me acurruqué muy tensa al observar las imágenes. La historia que yo conocía puso en imágenes  en un nuevo contexto el cómo en una casa de gente rica llegaba una mujer misteriosa para ser la nana de un niño. Día tras día bajo su cuidado  al pequeño le sucedían cosas que lo ponían al borde del peligro. Ella premeditaba cómo hacerle daño. Su imagen siempre vestida de negro quedaba en suspenso al contemplar como el niño se acercaba a sufrir un accidente mortal. Ella tenía un gesto de crueldad contenida hacia el niño, y sus ojos brillaban con una mirada  llena de maldad.  En una escena se veía como la mujer se debatía en la desesperación para formular una situación definitiva porque se acercaba la hora crítica de la media noche antes de la cual ella tenía que terminar su labor de acabar con la vida de aquel  pequeño para que no se rompiera la cadena de venganza hacia ésa familia que era descendiente del hombre que le hizo daño a ella. La traicionó. La abandonó,  y por eso ella había matado a sus propios hijos para después lamentar su terrible acción, quedandole solamente la oportunidad abierta, un día de cada  año hasta las doce de la noche, para desquitar su pena eterna.

Por eso tenía que darse prisa. Maquinaba situaciones de riesgo con la única intención de causarle  al  niño heredero del apellido que ella maldecía un daño mortal. Entre juego y juego, ella aparecía con el rostro cada vez más demacrado. A pesar de ser una señora muy guapa, al ver al pequeño, su cara se demudaba en un todo grisáceo, con ojeras y una mirada fija llena de odio. 

Invitaba al niño a subirse en el borde de una fuente, y con su mirada lo empujaba a asomarse al fondo.  Puso una pelota  que rodaba hacia la calle  para que él la persiguiera en el momento que se veía aproximarse un automóvil; El niño corría con la complacencia de su nana que esperaba con aquella mirada fija que lo atropellaran. Después de todos sus intentos, el reloj empezó a tocar la primera de las doce campanadas para señalar la media noche. Como la mujer no consiguió hacer el daño que quería; Al final se oía un lamento y el famoso grito retumbaba en toda la sala: Ayyyyyyy mis hiiiiiijos!!! 

La película cumplió su cometido de dejar a la audiencia llena de miedo, especialmente a los niños. 
Cuando salimos  del cine ya estaba obscuro. casi me quedo sin aliento al sentir el aire frío de la noche. Nos subimos nuevamente a la camionetita, pero esta vez nos sentamos más juntos y con la mirada puesta en todos lados. En los árboles que se mecían y proyectaban alguna sombra que se veían entre las maderas del cajón, o sobre nuestras caras. Cualquier ruido fuerte nos hacía dar un brinco y latir el corazón con más fuerza.

Al llegar a la casa y tener que subir cada uno a su recámara entre la obscuridad inicial por las luces apagadas era grande la expectativa por las visiones que se quedaron en la mente. La sensación de peligro, espanto, y suspenso de lo inesperado.

Hasta la fecha La Leyenda es una de las más comentadas. Se ha representado en una gran variedad de géneros y se mantiene como un clásico de terror. Cuando la has escuchado, visto y sentido tan cerca es todavía causa de una sensación de escalofríos a cualquier hora que se le recuerde.


LA MARAMONTA

Este nombre por sí mismo dispara sensaciones de suspenso. Es otra leyenda que por el nombre tal vez venga de otro país, pero yo la incluí en mi repertorio de miedo cuando nos mudamos a una casa en pleno bosque.

La maramonta es una especie de aparición fantasmal. Tiene a su cuidado a la naturaleza, pero especialmente a los bosques. Cualquiera que se atreva a lastimar o peor aún a derribar un árbol tendrá su castigo.

Ella se aparece todo el tiempo y de muchas maneras. Pero particularmente empieza su recorrido  en los bosques con  el canto de los grillos, el vuelo de las luciérnagas y en la quietud de la noche. Recorre las veredas y acaricia a sus preciados árboles cada día, y a toda la naturaleza en general. Cuida de que no padezca sed, se ocupa de mantenerla fuerte y viva.  A las frondas de los árboles les da forma para que su sombra proteja  a los animales. Procura que sus ramas crezcan para que sean refugio  de las aves, y sus hojas produzcan el invaluable oxígeno  que mantiene el ritmo de la vida otorgada a la humanidad. Por tal motivo a ella le enfurece cualquier irreverencia a sus dominios.  Ella es capaz de hacerse diferentes transformaciones y aparece en el lugar que haga falta para dar un escarmiento.

 Un hombre contó que en una tarde él se internó en el bosque para recorrer el sendero que atravesaba hasta un poblado.  Al paso de las horas la visión de la senda se hizo difícil. El sol en el horizonte se apreciaba cada vez más abajo y estaba a punto de dar paso a las sombras de la noche.  De pronto a lo lejos divisó una figura. Al parecer era una mujer. Su cabello era largo y se agitaba con el viento. Vestía de largo y en su imaginación pensó que tal vez era hermosa. Pero algo era extraño. En aquella región era frecuente que se levantara una bruma tenue desde dónde la mujer lo miró fijamente. 

Él pudo percibir  la fuerza de su mirada y un resplandor en sus ojos con una tonalidad rojo brillante. Además, ella parecía deslizarse flotando. Se acercaba lentamente a veces y como una ráfaga de pronto apareciendo a su espalda o en cualquier lado a la redonda. Cruzaba el camino entre los árboles que la acompañaban con el movimiento de sus ramas al compás del viento que la empujaba. El hombre empezó a inquietarse transformando aquella visión en algo espectral. 

El nombre de La Maramonta resonó en su cerebro. ¡Si era ella, había que huir lo más rápido que se pudiera! Muchas afrentas tenían guardadas por la gente que destruían sin compasión a  los árboles y dañaba sin escrúpulos  a los animales y a las  plantas de todo tipo.  Cualquiera que atravesara en la noche su terreno era el culpable que tendría que pagar en nombre de los suyos.

En su desesperación el hombre corrió sin rumbo fijo, pero cada vez se acercaba a él aquella visión más nítida y aterradora. Empezó a escuchar como un siseo de una voz seca y grave. Contempló un rostro cadavérico que batía sus mandíbulas entonando un susurro para el sacrificio. Todo fue uno al contemplar de proto aquel rostro frente a sí mismo. Sus ojos se abrieron con enorme espanto, y un aire gélido le paralizó el movimiento. ¡Perdón Maramonta! Pensó; ¡PERDÓN! yo he procurado no matar a alguna criatura!.  El rostro que aparecía frente a él se fue difuminando, y la noche recuperó su negrura. Ésa vez la Maramonta había tenído piedad...

En la obscuridad y temblando, el hombre comenzó a moverse e intentó orientarse. Como la Luna había empezado a iluminar el bosque, el sendero se hizo nuevamente visible. Dando tras pies reinicio el camino. A lo lejos vio las luces que iluminaban el poblado. Logró llegar lleno de pesar y de espanto para revivir su historia, contando sobre aquella visión aterradora.

Todos lo escucharon bajando la mirada y cruzando los brazos para sacudirse la sensación de frío que los embargaba. Todos sabían de la Maramonta. Algunos de vista, algunos de oído. Era una presencia poderosa. No obstante, sólo la sentían con pavor al saber que de vez en cuando, si alguien entraba al bosque nadie volvía a tener noticias de si estaba vivo. Si tenían que atravesar,  cada uno sabía de las afrentas que hubiera cometido,y  de su castigo. Había que ir con cuidado. Ya conocían  las consecuencias.  Más valía  encaminarse temprano porque siempre había relatos de una muchacha preciosa que se paseaba por el bosque. Pero que se convertía en   un espectro letal que los acechaba al caer la noche.

La aparición de la Maramonta también es relatada en los caminos. Una persona cuenta que  por el rumbo de la carretera vieja hacia Zumpango, de pronto vislumbró al salir de una curva, a una mujer  con un vestido largo de color blanco. Le hacía señas para que se parara.  Tenía la cabeza cubierta con un velo y no se veía  con claridad su rostro.  Al principio él estaba emocionado, pero al acercarse y poner el carro para darle paso y que subiera, tuvo una sensación de escalofríos. Cuando volteó a la ventana hacia donde ya la mujer se encaminaba, ella se  asomó y una gran cabeza de caballo era lo que tenía por cara! Arrancó  el automóvil lo más rápido que pudo y por el espejo retrovisor ya no pudo ver más a aquel espanto que lo detuvo en la carretera. Mucha gente de los lugares cercanos confirma haberla visto, y por eso alertan a los viajeros sobre una mujer, que si les  hace señales para que paren,  y se la lleven a su lado, mejor aceleren y lleguen pronto a su destino.

En otro lugar un guía relató el cómo un día él iba por un camino cerca de la costa en su motocicleta, con el casco puesto. Una mujer levantó sus brazos haciendo señales para  que la llevara... él dice que efectivamenté, se detuvo.  Le dijo que iba a un lugar cercano, pero ella no respondió por lo que supuso que el "raite" le servía.

 Sintió cómo ella se subió al asiento trasero. Dijo que algo emocionado calculó su peso por  como se movió la moto.  Ella lo tomó de la cintura para agarrarse y emprendieron el camino.

Cuando llegaron al lugar al que él iba, volteó para ver a su acompañante. Se quedó frío al ver que no había alguien en el asiento. La sensación de pánico se apoderó de él y  no se explica que sucedió pero  todas sus sensaciones fueron reales y después espeluznantes!

Quien sabe si el nombre de todas esas mujeres pudiera ser el de la Maramonta. Que cambia su aspecto,y aparece en distintos lugares. Hace que la gente cuente sus historias para tenerla siempre presente. Pero sin poder explicar realmente cuál de esos espectros en  los bosques, las playas, caminos o lugares inesperados subyuga a los que se les presenta con un toque de duda y espanto para lograr sus fines.




TRES HISTORIAS EN UNA

PASEO A PUEBLA, UN ALAMBIQUE EN LA SIERRA Y EL GATO AMARILLO.

Empiezo con el paseo a Puebla.

Mi abuelo tenía muchos amigos con quienes se juntaba a jugar partidas de dominó y pasar las tardes. Entre ellos tuve la suerte de conocer a Don Luis Pineda. Él era un hombre de complexión delgada con un carácter muy alegre. Se decía que tenía mucho dinero que hasta era millonario. Nadie en una época más reciente lo hubiera creído dada su indumentaria y comportamiento. Lo cual puede ser una muestra del como una persona sencilla puede ganar su dinero de manera honorable en todos sentidos.

Me consta que Don Luis salía muy temprano de su casa ataviado de manera simple. Camisa, y pantalón limpios. Zapatos bien lustrados y un delantal de carnaza completo que se colgaba del cuello y se amarraba a la cintura.  Empezaba su rutina barriendo la acera de su negocio ubicado en una esquina. Saludaba amablemente a sus vecinos y transeúntes. A la hora fijada abría para atender personalmente en el mostrador a sus clientes durante una jornada cada día sin falta.

Mi abuelo y él eran contlapaches de los buenos. Como Don Luis tenía las posibilidades económicas, de repente así nada más, se le ocurría invitar al “Joven Cuenca” a darse una vuelta a donde tuvieran antojo. En una de esas veces mi abuelo me invitó a acompañarlos a dar un paseo.  Vino por nosotros un chofer al servicio de Don Luis. Nos acomodamos en el asiento trasero y pasamos por Don Luis quien ocupo el asiento delantero. Él dio la orden de partir diciendo que querían ir a comer a Puebla. 

Durante el recorrido sólo pude dedicarme a escuchar sus conversaciones. No recuerdo bien que edad yo tenía, pero era una niña y no alcanzaba a ver bien por la ventanilla así que los volteaba a ver curiosa sobre todo al oír sus risas y cuentos en clave para que yo menos entendiera de lo que a ellos les causaba tanta gracia. Iban de lo más divertidos recontando sus aventuras. “te acuerdas cuando…. Jajajajaaja” y “de la vez que…. jajajaja” ellos realmente iban muy divertidos. Llevaban en el auto música del gran compositor Guanajuatense José Alfredo Jiménez. De vez en cuando tarareaban una canción con la que seguro se identificaban para entremezclar alguna anécdota y su jolgorio era en grande …

A la distancia los veo ahora como dos señores de cabellos canos, de rostros con arrugas, pero con una energía desbordante. Sus ojos brillaban entre la alegría de sentirse libres y las lágrimas que les causaban sus risas tan sonoras. Seguían su conversación muy animada, pero a tono para despistar sobre el sentido de sus aventuras con la discreción necesaria para guardar el respeto a mi persona que definitivamente por la edad no entendía sus pícaros comentarios, ni señales de  guiños de ojos, movimiento de manos, levantamiento de cejas y demás. 

En un señalamiento de la carretera Don Luis preguntó al Joven Cuenca si quería que continuara el chofer hacia Puebla, o si quería que se dirigiera hacia otra parte. Cualquier parte. Que daba lo mismo. Igual el chofer cambiaba de ruta y llegarían a dónde le dijeran. Mi abuelo convino que ya había dicho que a Puebla y seguimos el viaje entre sus risas y las canciones de José Alfredo Jiménez que cantaban a todo pulmón.

Ahora entiendo que ésas escapadas eran tan gratificantes que bien podían haberlas prolongado o que seguramente en otro momento pudieron haber hecho otros paseos con muchas intenciones como si fueran muchachos "descarriados". Con lo cuál, sin  advertirlo, me mostraron que eso de andar uno “a su aire”, poner la cara al viento y emprender cualquier camino que sea prometedor de agrado y bienestar, ¡Es algo muy valioso a cualquier edad!
Cuando llegamos a Puebla fuimos a comer a un restaurante ubicado en el Centro, en la zona de los portales. Fue una buena comida en una muy grata compañía. Regresamos nuevamente a Iguala entre risas y canciones con otro episodio memorable para ellos y especialmente para mí.



UN ALAMBIQUE EN LA SIERRA.

Otra aventura imborrable junto a mi abuelo sucedió con una invitación que le hicieron para ir a la sierra a festejar la cosecha del maíz.  Cuando las milpas ya están en su punto de mayor producción y esplendor, la gente de campo acostumbra celebrar tomando una parte de los frutos de su trabajo para realizar una gran fiesta a la cual asiste toda la comunidad y además son bienvenidos los amigos “de a deveras”. Los amigos de ley. Así que mi abuelo era invitado, y me tocó la suerte de acompañarlo.

La llegada al lugar del festejo es en sí misma una aventura. Recuerdo que Mi abuelo, como yo era joven, me permitió subir en un camión de redilas que transportaba a mucha gente de pie. A él lo acomodaron en un lugar más adecuado. Entre campesinos, gente del pueblo,  y de las rancherías vecinas,  se inició el recorrido para llegar a un lugar de la sierra guerrerense maravillosa.  Esa sierra es un escenario que te invita a ser reverente ante tanta belleza. Silenciosa y con una alma viva  que te llama a perderte en tus pensamientos y conectarte con lo infinito. Tiene una gama de tonos verdes,  en los de cerros de diferentes tamaños. El suelo se salpica con  múltiples conjuntos de pequeñas flores silvestres  de colores  lilas, rosas, amarillos, rojos, y blancos. Algunas son tan delicadas que casi crecen escondidas pero sus matices adornan todos los valles.  El conjunto es un espléndido escenario coronado por el azul de un cielo claro sin nubes que baña de luz todo el panorama. 

El camión surcaba el pasto dejando a su paso una estela de tierra que se revolvía con todos nosotros. Íbamos con el cabello alborotado por el viento y el sol a plomo sobre la cara. El camino era más bien un sendero irregular polvoriento apenas conocido por los pobladores y que se pierde para la mirada de los fuereños. Va entre surcos y hondonadas por lo que el camión se movía con un traqueteo incómodo. Pero que se aliviaba con las risas de toda la gente que coreaba cada bache y curva que se encontraba, haciendo todo el recorrido una algarabía de gritos y bamboleos. Ese coro resonaban en el silencio de bienvenida que da la tierra que es hogar, lugar de trabajo y convivio para recoger los frutos sembrados con tanta laboriosidad y esfuerzo.   

Al llegar a destino todo mundo se bajó para colaborar en la  recolección de las mazorcas tiernas que se tuestan en los comales. También se confeccionaron tamales con una masa de la molienda de los granos del maíz que se mezclan con mantequilla azúcar y canela, para los tamales de dulce. Para los que son de sal sólo se deja la molienda con mantequilla. Se colocan en vaporeras cubiertos con las mismas hojas de la mazorca  llamadas totomochli para que se cuezan y queden esponjaditos, suaves y ¡deliciosos! Se sirven en platos hondos rebosantes de salsa roja tatemada de jitomates maduros con chiles serranos que se muele en molcajetes de piedra negra. Se complementa el platillo con una cucharada de crema de rancho y queso fresco de elaboración artesanal de la misma localidad.

Se instala el comedor que se improvisa con largas filas de mesas y sillas para que toda la gente se siente sin distinción de lugares preferentes. Niños y adultos se deleitan con esa comida ganada por todo el arduo trabajo que implica el proceso de la siembra, cuidado y crecimiento de cada planta de maíz que en su temporada llena los campos con sus espigas doradas y sus largas hojas verdes relucientes que se mueven con el aire. Es un acto de gratitud también de las plantas que bailan por la fortuna de una buena cosecha.

Para acompañar estos platos es un orgullo ofrecer como bebida especial el mezcal de producción casera. Normalmente existe un lugar en donde se acondiciona el terreno con las secciones necesarias para la instalación de un alambique en dónde se destila gota a gota esa bebida tan preciada.  El mezcal de la sierra tiene un gusto tan peculiar que nunca he probado nada parecido en alguno de los de marcas ni muy costosas ni de alta fama.  No cabe duda de que lo mejor se encuentra en casa y ha sido una suerte el haber podido asistir en compañía de mi abuelo a ese ritual de gratitud hacia la tierra y a la gente de campo tan generosa que con abundancia comparte el fruto de su trabajo. 



EL GATO AMARILLO

Es una realidad que son momentos ya sea en la infancia, juventud, madurez o vejez los que construyen como una red poderosa recuerdos de momentos felices.  Ese día era el día de mi cumpleaños. Ya no sé ni cuántos serían, pero posiblemente muy poquitos. Por lo que me dijo todo mundo sobre el regalo que me encantó…
Mi abuelo me ofreció llevarme al centro de la ciudad de México para que yo misma eligiera mi regalo. Nos fuimos en el camión “de línea “como se usaba decir al transporte público. Recorrimos las calles de tiendas de todo tipo hasta que en una vi en un estante un gato amarillo con franjas negras. Estaba parado en sus cuatro patas y tenía una cola corta paradita.   Quedé prendada de aquel juguete. No sé qué me imaginé, pero insistí en que eso era lo que quería.  Mi abuelo lo compró y me lo dio para que lo cargara.

Era de hule nada suave al tacto. Rígido sin articulaciones ni mecanismos para darle movimiento. Tenía un color amarillo con franjas negras pintadas sin mucho detalle ni delicadeza. Sus ojos eran  azules de plástico brillante con el iris negro y rayitos. Eran una especie de botones insertados en el hule así  "nomás", y abajo en la panza se le veía una tapita de un pequeño orificio…

Regresamos a la casa y a muchos con cara de asombro como diciendo: “y eso???!!!”  les sorprendió que teniendo la oportunidad de pedir algo “mejor” escogiera un gato de hule que hacía un ruido raro al apretarle la panza porque tenía un silbato para hacer ruido…

No se porqué no vieron su encanto. Pero yo quedé muy contenta y lo llevaba conmigo a todos lados:)

LA CHICA o CACUANA


Una historia que envuelve sensaciones muy fuertes de manera personal sucedió cuando mi abuelo se puso muy enfermo. Él había sido un hombre fuerte y saludable, pero al correr del tiempo cumplió ochenta y cuatro años. Su salud empezó a decaer y pasó unas temporadas viviendo en su casa de la ciudad de México con su hijo, y cerca de sus tres hijas. Otras veces se iba cada vez con menos frecuencia a su casa de Iguala cuando tenía añoranza por su tierra natal.

La enfermedad terminal que padecía hizo que ya casi al final mi madre lo cobijara en nuestra casa para atenderlo personalmente. Ella le preparó una recámara para que estuviera cómodo y lo cuidó con todo el esmero que le fue posible.

En esa temporada él me solicitaba que le pusiera música de los valses que tanto le gustaban. Intentaba distraer al dolor terrible que se apoderaba de su vida sin misericordia.  Tarareaba las melodías y cerraba los ojos para recordar mejores tiempos…

Aguantó con toda su fuerza. Aparentaba que no era tan fuerte el dolor, pero mi madre se daba cuenta que empeoraba y que retenerlo en la casa no sería muy pronto una opción. A pesar de todo su esfuerzo ella sabía que eran necesarios otros cuidados paliativos. Escuchar los murmullos apagados de mi abuelo por los terribles dolores que le aquejaban pero que él trataba de que no se escucharan, eventualmente se convirtió en un fondo constante de sufrimiento.

Fue realmente un calvario muy angustiante y doloroso para mi madre, tomar la decisión de ingresarlo a un hospital para un tratamiento adecuado…

Muchos años antes, en las visitas que hacíamos a mi abuelo en Iguala, él mismo nos relataba de vez en cuando las historias de creencias sobre las aves a las cuales la gente les creaba un aire de misterio y superstición.  Que si las lechuzas con sus gritos estridentes anunciaban la muerte. Que si los búhos con su ulular pausado y profundo, su vuelo silencioso en las noches de luna o totalmente a obscuras también presagiaban algún deceso… El caso es que siempre eran asociados por el miedo colectivo con malas noticias.  Esas dos aves eran, sin embargo, nada, a comparación de la Chica o Cacuana.

Ahí sí no había duda. Era un hecho que alguien se moriría. Ese animal que nadie se atrevía a ver ni se sabe al fin de cuentas su apariencia, la gente no obstante decía que su presencia o canto era distinguible sin equivocación, porque daba escalofríos. Se dice que pone los pelos de punta.

Desconozco si efectivamente existe otra variedad de Búho, Lechuza o Mochuelo al que se le tema con tanta vehemencia y que el miedo popular le denomine Cacuana o Chica. Pero ese nombre se quedó en mi mente como ningún otro para tales escalofriantes acontecimientos. Inclusive en cualquier otro lugar después de haber escuchado esas historias, si me encuentro en la montaña o en el campo al oír el canto de alguna de esas aves vuelve el recuerdo asociado y es un momento de tensión y congelamiento…hasta que, con calma al poner atención, se vuelve un canto sereno, que engalana el esplendor de las noches.

Todo esto viene a cuento porque siguiendo con la decisión de mi madre al enfrentar la enfermedad terminal de mi abuelo, lo llevaron ella, sus dos hermanas y su hermano a un hospital. Cada día le tocaba a alguien acompañarlo y quedarse a dormir en la habitación para estar al pendiente de cualquier atención o pedir ayuda médica urgente. Al día siguiente hacían el relevo y así continuaron durante el tiempo en que ya con medicamentos muy potentes para aminorar el dolor, mi abuelo se mantuvo tranquilo con la visita de cada uno de sus hijos.

Un día que le tocó a mi madre, me permitió ir con ella al hospital. Saludé con un beso en la frente a mi abuelo, y mi madre empezó a acariciarlo y preguntarle cómo se sentía.  En un momento los médicos, la llamaron fuera del cuarto para informarle del estado de salud que guardaba su paciente. Mientras tanto mi abuelo me pidió que le leyera un párrafo de su biblia. Una carta del apóstol Pablo que seguramente le significaba algo en especial. Con la voz temblorosa y los ojos nublados por las lágrimas comencé a leer.  Ante su vista tierna y cansada, las emociones me invadían y tuve que resistir para aclarar la lectura y terminarla.

Esa ha sido una lección de vida que conservo con un montón de recuerdos de la convivencia con él y de su rostro amable que comprendió en esos momentos todas las emociones que se agolpaban al verlo en esas condiciones. Posiblemente él sabía que esperar de su enfermedad. Así como de la gran tristeza de su familia y particularmente de su hija mayor que interpretó aquella decisión como si lo abandonara en un lugar frío, impersonal, lejos de sus cuidados; Por lo que lloró todos los días durante el recorrido de ida y vuelta entre su casa y el hospital. Además de pedirle perdón en silencio por no haber tenido otra alternativa ante una enfermedad tan cruel que le exigía apartarlo de su lado, y luego fingir que era lo mejor, darle tranquilidad para no lastimarlo más a él y a ella misma con la impotencia de hacer otra cosa para evitar lo inevitable.

Mi abuelo me agradeció con una sonrisa y me quedé sentada en una silla enfrente de él viendo como recostaba su cabeza para meditar en lo que había escuchado. Lo dejé tranquilo y me dediqué a mirar aquel cuarto de hospital. Me fijé que en una de las paredes más arriba de lo que suele estar la altura de una ventana común, había una ventanita al lado de su cama que daba como a un espacio para ventilar la habitación. se veía un techo de otro recinto y un espacio entre las dos habitaciones.

Con esa vista vuelvo al momento en que me quedé pensando en que todas las experiencias durante la enfermedad de mi abuelo dimensionaron una diversidad de sentimientos respecto a la familia, la relación entre los hijos y sus padres, la interpretación de sucesos dolorosos que más tarde se tienen que reconsiderar porque no son acciones premeditadas con maldad de ninguno de los que enfrentan situaciones difíciles. 

Es inmensamente triste suponer que mi abuelo pudiera haber pensado que no se le quería tener en casa. O que su cuidado representaba un trabajo extraordinario para mi madre. Ella lo hizo con todos los recursos a su alcance y con todo su cariño. Estoy completamente segura de su dedicación y amor para con su padre.  Por eso le agradezco a mi abuelo su última sonrisa y recostarse apaciblemente. Su descanso mostraba que entendía lo que estaba pasando para todos y para él mismo.

La conclusión de todos esos acontecimientos quiero pensar que confirma por qué el día que a mi madre le toco la guardia nocturna ella relató que, en la madrugada, la puerta del cuarto del hospital se había abierto sola, dejando pasar un aire frío que salió de la nada pues todo estaba cerrado. Que además a través de la ventana se pudo escuchar un canto muy conocido… Su relato fue inquietante.

Ese día por la mañana, cuando llegó una de sus hermanas para sustituirla, se encaminó para dirigirse a la casa. No bien había llegado sonó el teléfono. La noticia fue desesperante y terrible…Pero hasta ese último momento la relación con la Cacuana quedo impresa como sello entre las creencias peculiares de la tierra en que se nace.

Regresamos de inmediato al hospital. Sólo recuerdo las vendas blancas que envolvían el cuerpo de mi abuelo. A su cabeza con un sudario, y sus pies desnudos que nunca más se moverían. Ahora todo está en paz.