LA CHICA o CACUANA


Una historia que envuelve sensaciones muy fuertes de manera personal sucedió cuando mi abuelo se puso muy enfermo. Él había sido un hombre fuerte y saludable, pero al correr del tiempo cumplió ochenta y cuatro años. Su salud empezó a decaer y pasó unas temporadas viviendo en su casa de la ciudad de México con su hijo, y cerca de sus tres hijas. Otras veces se iba cada vez con menos frecuencia a su casa de Iguala cuando tenía añoranza por su tierra natal.

La enfermedad terminal que padecía hizo que ya casi al final mi madre lo cobijara en nuestra casa para atenderlo personalmente. Ella le preparó una recámara para que estuviera cómodo y lo cuidó con todo el esmero que le fue posible.

En esa temporada él me solicitaba que le pusiera música de los valses que tanto le gustaban. Intentaba distraer al dolor terrible que se apoderaba de su vida sin misericordia.  Tarareaba las melodías y cerraba los ojos para recordar mejores tiempos…

Aguantó con toda su fuerza. Aparentaba que no era tan fuerte el dolor, pero mi madre se daba cuenta que empeoraba y que retenerlo en la casa no sería muy pronto una opción. A pesar de todo su esfuerzo ella sabía que eran necesarios otros cuidados paliativos. Escuchar los murmullos apagados de mi abuelo por los terribles dolores que le aquejaban pero que él trataba de que no se escucharan, eventualmente se convirtió en un fondo constante de sufrimiento.

Fue realmente un calvario muy angustiante y doloroso para mi madre, tomar la decisión de ingresarlo a un hospital para un tratamiento adecuado…

Muchos años antes, en las visitas que hacíamos a mi abuelo en Iguala, él mismo nos relataba de vez en cuando las historias de creencias sobre las aves a las cuales la gente les creaba un aire de misterio y superstición.  Que si las lechuzas con sus gritos estridentes anunciaban la muerte. Que si los búhos con su ulular pausado y profundo, su vuelo silencioso en las noches de luna o totalmente a obscuras también presagiaban algún deceso… El caso es que siempre eran asociados por el miedo colectivo con malas noticias.  Esas dos aves eran, sin embargo, nada, a comparación de la Chica o Cacuana.

Ahí sí no había duda. Era un hecho que alguien se moriría. Ese animal que nadie se atrevía a ver ni se sabe al fin de cuentas su apariencia, la gente no obstante decía que su presencia o canto era distinguible sin equivocación, porque daba escalofríos. Se dice que pone los pelos de punta.

Desconozco si efectivamente existe otra variedad de Búho, Lechuza o Mochuelo al que se le tema con tanta vehemencia y que el miedo popular le denomine Cacuana o Chica. Pero ese nombre se quedó en mi mente como ningún otro para tales escalofriantes acontecimientos. Inclusive en cualquier otro lugar después de haber escuchado esas historias, si me encuentro en la montaña o en el campo al oír el canto de alguna de esas aves vuelve el recuerdo asociado y es un momento de tensión y congelamiento…hasta que, con calma al poner atención, se vuelve un canto sereno, que engalana el esplendor de las noches.

Todo esto viene a cuento porque siguiendo con la decisión de mi madre al enfrentar la enfermedad terminal de mi abuelo, lo llevaron ella, sus dos hermanas y su hermano a un hospital. Cada día le tocaba a alguien acompañarlo y quedarse a dormir en la habitación para estar al pendiente de cualquier atención o pedir ayuda médica urgente. Al día siguiente hacían el relevo y así continuaron durante el tiempo en que ya con medicamentos muy potentes para aminorar el dolor, mi abuelo se mantuvo tranquilo con la visita de cada uno de sus hijos.

Un día que le tocó a mi madre, me permitió ir con ella al hospital. Saludé con un beso en la frente a mi abuelo, y mi madre empezó a acariciarlo y preguntarle cómo se sentía.  En un momento los médicos, la llamaron fuera del cuarto para informarle del estado de salud que guardaba su paciente. Mientras tanto mi abuelo me pidió que le leyera un párrafo de su biblia. Una carta del apóstol Pablo que seguramente le significaba algo en especial. Con la voz temblorosa y los ojos nublados por las lágrimas comencé a leer.  Ante su vista tierna y cansada, las emociones me invadían y tuve que resistir para aclarar la lectura y terminarla.

Esa ha sido una lección de vida que conservo con un montón de recuerdos de la convivencia con él y de su rostro amable que comprendió en esos momentos todas las emociones que se agolpaban al verlo en esas condiciones. Posiblemente él sabía que esperar de su enfermedad. Así como de la gran tristeza de su familia y particularmente de su hija mayor que interpretó aquella decisión como si lo abandonara en un lugar frío, impersonal, lejos de sus cuidados; Por lo que lloró todos los días durante el recorrido de ida y vuelta entre su casa y el hospital. Además de pedirle perdón en silencio por no haber tenido otra alternativa ante una enfermedad tan cruel que le exigía apartarlo de su lado, y luego fingir que era lo mejor, darle tranquilidad para no lastimarlo más a él y a ella misma con la impotencia de hacer otra cosa para evitar lo inevitable.

Mi abuelo me agradeció con una sonrisa y me quedé sentada en una silla enfrente de él viendo como recostaba su cabeza para meditar en lo que había escuchado. Lo dejé tranquilo y me dediqué a mirar aquel cuarto de hospital. Me fijé que en una de las paredes más arriba de lo que suele estar la altura de una ventana común, había una ventanita al lado de su cama que daba como a un espacio para ventilar la habitación. se veía un techo de otro recinto y un espacio entre las dos habitaciones.

Con esa vista vuelvo al momento en que me quedé pensando en que todas las experiencias durante la enfermedad de mi abuelo dimensionaron una diversidad de sentimientos respecto a la familia, la relación entre los hijos y sus padres, la interpretación de sucesos dolorosos que más tarde se tienen que reconsiderar porque no son acciones premeditadas con maldad de ninguno de los que enfrentan situaciones difíciles. 

Es inmensamente triste suponer que mi abuelo pudiera haber pensado que no se le quería tener en casa. O que su cuidado representaba un trabajo extraordinario para mi madre. Ella lo hizo con todos los recursos a su alcance y con todo su cariño. Estoy completamente segura de su dedicación y amor para con su padre.  Por eso le agradezco a mi abuelo su última sonrisa y recostarse apaciblemente. Su descanso mostraba que entendía lo que estaba pasando para todos y para él mismo.

La conclusión de todos esos acontecimientos quiero pensar que confirma por qué el día que a mi madre le toco la guardia nocturna ella relató que, en la madrugada, la puerta del cuarto del hospital se había abierto sola, dejando pasar un aire frío que salió de la nada pues todo estaba cerrado. Que además a través de la ventana se pudo escuchar un canto muy conocido… Su relato fue inquietante.

Ese día por la mañana, cuando llegó una de sus hermanas para sustituirla, se encaminó para dirigirse a la casa. No bien había llegado sonó el teléfono. La noticia fue desesperante y terrible…Pero hasta ese último momento la relación con la Cacuana quedo impresa como sello entre las creencias peculiares de la tierra en que se nace.

Regresamos de inmediato al hospital. Sólo recuerdo las vendas blancas que envolvían el cuerpo de mi abuelo. A su cabeza con un sudario, y sus pies desnudos que nunca más se moverían. Ahora todo está en paz.

2 comentarios:

  1. La vida nos da oportunidades de vivir experiencias impactantes y sobrevivir las, con el tiempo encontramos el amor que dieron a nuestras vidas un sentimiento complejo de amor añoranza orgullo y privilegio de haberlas conocido

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  2. Así es. Son vivencias que se guardan para siempre y para bien.
    Gracias por tu comentario!.

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