Ahora te cuento. Empezó la música. Tocaron un danzón. Adivina quien se levantó a bailar sola. Bueno era todo un espectáculo. Las señoras del “Heraldo del Refinamiento” no dejaban de agitar sus abanicos como dementes. Los señores se quedaron como hipnotizados al compás de la melodía y ante la visión que muchos calificaron de maravillosa. La tanda continuó con una cumbia, el caballo no sé qué, y hasta una rumba flamenca. Aquello era la locura. Me consta que los señores y los caballeros invitaron a bailar a todas las damas. Pero las casadas ni al caso. las solteras y demás mujeres se hacían las remolonas para no parecer desesperadas o causar la impresión de muy fáciles de convencer. Total, que yo las vi a cuál más, moviendo las patitas, como decimos, debajo de los manteles o en sus asientos. Pero no accedieron a las invitaciones para bailar así que allá ellas.
Luego alguien
propuso conectar el famoso Karaoke. ¡No bueno! Ya sabrás; quien tomó el
micrófono. Pero mientras lo ajustaban empezó a cantar a capella esa dé;
Extraños en la noche de Sinatra. ¡¡¡Uy!!! Otro revuelo de incomodidad para las mujeres,
pero para los hombres un ensueño de embeleso.
Empezaron los
reclamos en voz baja de las esposas, amigas, conocidas y demás. Caras largas y
cortas, digo yo, por lo que a unos les encantaba, para las otras era motivo de
gran enojo. Si hubieran podido abrir ahí mismo las puertas del Hades y enviar a
ya sabes quién, de cabeza, hecho estaba. Pero como ella tiene amistad con el
propio Mefisto, no se les hizo. Al contrario. Cuando terminó su canción,
recibió muy complacida los aplausos. Se dirigió a su mesa y brindó con los
presentes por la buena noche de diversión que estaba pasando.
Yo estaba en esa
mesa y me di cuenta de que una de las señoras le cuestionó en tono bajo alguna
cosa. Desconozco cuál haya sido la pregunta, pero bien que oí la respuesta.
-Señora: Si a
usted le parece inadecuado, mi baile, mi canto, o cualquier otro de mis
comportamientos no la culpo. Debe ser horrible abstenerse de ser feliz un
momento y disfrutar lo que la vida nos ofrece. Como ve, nadie se ha muerto. Al contrario,
percibo que unos cuántos por fin han decidido reír, bailar, y estar contentos a
pesar de la pareja que los acompaña. Al parecer se han descargado un poco de
culpas no merecidas o de la pena ajena que les impide mostrarse como son.
Sabe usted; El primer
paso para no estar al pendiente de las vidas de otros y empezar a vivir la
propia vida es aceptar el cómo somos. Así de simple. Si el que dirán de otros rige
su conducta particularmente en un ambiente de fiesta como en el que nos
encontramos es un desperdicio de tiempo. Habrá siempre a quien le guste o no,
lo que se hace. ¡Pero si es su gusto bailar o cantar qué mejor! ¡Estamos en una
fiesta! Le aseguro que el día que tenga el valor de ser como es, empezará a
vivir su vida y dejará a otros en paz.
De sobra sé de
protocolos de conductas correctas en el trabajo, un asunto oficial, y cosas por
el estilo. Me esforcé mucho tiempo con todas mis capacidades para hacer lo
debido. Actualmente eso ha quedado atrás. Tengo la fortuna de; ¡Seguir con
vida! A veces sucumbí ante las situaciones formales porque era conveniente.
Pero tengo profundamente arraigada mi idea de libertad. Entonces como ahora
aprecio mucho la sencillez de una convivencia agradable. No me interesa el quedar
bien con alguien. ¿Sabe? Lo que valoro
es quedar bien conmigo misma.
-Mi visión del
tiempo es lineal. Nada de que lo que me perdí en un momento volverá en otro. Si
la oportunidad se deja pasar, ya no vuelve. Al menos no en las mismas
condiciones. ¿O me dirá que bailar a los 25 es igual que a los 70?
A esas alturas
de la explicación ya todos los que estábamos en la mesa y otros tantos se
pusieron alrededor para seguir escuchando. -Ya que se ha acercado a mi para que
le conteste, le voy a platicar otras cosas que tal vez le interesen para
descalificarme como a usted le parezca. -En una ocasión pude ir de paseo al mar
y hacer un clavado para sumergirme a contemplar a los peces en el fondo de un
lugar llamado el Botellón por lo cristalina del agua. Subí y bajé del barco
muchas veces sin problema. Fue
maravilloso. Años, muchos años más tarde
fui a un parque acuático. Me dijeron que había que montarse en una llanta de
salvavidas para bajar por una resbaladilla de gran altura. El trayecto de bajada
por la resbaladilla fue emocionante. ¡Pero a la hora de sacarme de la mentada
llanta, no le cuento! ¡Ni entre cuatro salvavidas de a deveras podían jalarme
para quedar fuera!
-Ya se imaginará
el espectáculo que armamos! Entre que dos me tomaban de los brazos para
jalarme, y otros dos detenían la llanta para que me desatorara, ¡la risa no nos
dejó hacer algo! Mi hermana malvada con quien habíamos ido a los juegos
acuáticos ya ni se molestó en taparme porque con tanto movimiento ¡“retraté” a
todos los presentes! - Era tan alegre su relato que todos reímos junto con
ella. Durante todo el relato Doña Angustias ya no sabía dónde meterse. ¡Eso
creo fue más gracioso!
Luego continuó:
- Años después, como sin darme cuenta de la merma de mis fuerzas, pero no de mi
entusiasmo en otra aventura subí con un grupo a una lancha de goma por el cauce
de un río. Lo disfrute enormemente hasta que un rápido de remolino nos botó a
todos al agua. La mayoría eran jóvenes y se subieron con facilidad de nuevo a
la embarcación. Pero agradecí el gran trabajo de equipo que realizaron para
ponerme a mi de nuevo a flote y luego para subirme a la lancha. ¡Viva la
juventud! ¡Y me refiero a la juventud de los otros que sólo así pudieron
ayudarme! No se hicieron esperar las risas de todos los que escuchábamos con
regocijo su narración. Hasta de las otras mesas se asomaban para ver qué tanto
estábamos haciendo. Concluyó la doñita diciendo:
-En resumen, le
invito a quitar de su vocabulario lo “inapropiado”. La escala para medir eso es
muy personal. Ahora mismo ya se ha ganado una fea discusión con su marido y se
ha amargado esta velada sin razón. He
tenido la paciencia de explicarle y por lo que veo el tema es de gran interés
para muchos-. Los que la habíamos oído asentimos con muchas sonrisas. Doña
Angustias se quedó pasmada. Como en ese momento entraba la orquesta en vivo cada
uno se fue a su mesa para romper el baile. En cuánto iniciaron los primeros
acordes ya estábamos más que puestos.
Pero todavía
hubo algo extra que nos dejó a todos admirados. ¡¡¡Que llega el galán de la
señora!!! Le entregó un ramo de rosas y le dio un beso en la mano. Creo que
muchos perdimos el paso. Tú sabes que Don Leoncio ya no es un jovencito, ni la
señora tampoco. Pero se pararon a bailar. Sus rostros llenos de luz. De esa que
brilla en la cara de los que son felices. ¿¿Puedes creerlo?? Yo sí. Y me
alegra. ¡Por lo que dices seguro que a
las damas del Heraldo y a las del “Todo Recato” les volvió a dar el patatús!
¡Que lo digas! Muchas
hubieran dado lo que fuera porque el Don les hubiera tirado un lazo. Es el
colmo. Las hemos visto cómo le ofrecen cocinarle, lavarle su ropa, acompañarlo
etc. suponen que nadie las ve. Pero en este pueblo todo se sabe. Un día se van
como de cacería y al otro a arrepentirse de sus desvaríos.
A veces hasta me
dan tristeza. Nos encontramos en un corralito tan limitado a comparación de lo
grande que es este mundo y todavía les da miedo salirse para encontrar lo que
quisieran. Les pesan mucho las costumbres. Soportan con infelicidad cuánta
imposición les cargan. Antes di que asistieron a la fiesta. Sólo porque es en
honor de” la octava novena del año terminal”.
En fin, amiga;
La fiesta estuvo buena. Luego nos vemos para empezar los preparativos del mes
de aniversario. ¡Esta vez haré una invitación especial para la señora! Me
sorprendió cuándo la vi entrar al salón sola, sin invitación, y además por lo
visto, invitar a su pareja para que se reunieran frente a todos. Como dicen:
Sorpresas te da la vida. ¡La vida te da sorpresas!