La mujer estaba en espera de poder aclarar un gran resentimiento hacia su madre. Le resultaba muy penoso hacer memoria de muchas vivencias en dónde se había quedado grabadas escenas incomprensibles pero que le molestaban sobre manera. Se había preguntado si era coraje, decepción, o algo parecido. No lograba dar un calificativo a los recuerdos en diferentes etapas de su vida en dónde la seguía la misma inquietud, y las sensaciones dolorosas. Su mayor deseo era poder acercarse a su mamá, verla a los ojos. El tema era muy difícil de tratar puesto que por principio está fuera de discusión cuestionar si los padres y en su caso, la madre, pudiera haber hecho algo para lastimar o para hacer sentir mal a una hija. Eso era impensable. Un tema tabú. Pero ahora que era mayor decidió confrontar las emociones sobre la consideración hacia los padres.
Su intención era
en algún momento ver a su madre y poder darle un abrazo enorme. Cosa que cada
vez que intentaba le era imposible. Su ilusión era de verdad poder abrazarla,
con todo el cariño, para que supiera cuánto la quería y poder explicarse el cómo
era que se habían alejado tanto. Cada vez que en su imaginación se esforzaba
por entender, sus emociones exaltadas le hacían creer que fue abandonada. Que para
su madre era molesta su presencia y hasta la hizo sentirse un estorbo. No obstante,
era consciente que le había tenido todos los cuidados debidos. Pero faltaba a
su entender lo más preciado de todo. El haberla hecho sentirse amada,
protegida, aceptada, y muchas cosas más que en los ideales comunes se dicen
para el gran amor que una madre tiene, o “debe tener” por sus hijos.
La reflexión
inició con traer a su memoria los años de infancia. Se vio en un rincón hecha
un mar de llanto. No podía moverse. Estaba sentada en un banco alto. La imagen
de su madre le había advertido que se quedara ahí quieta. Que estaba castigada.
No pudo evitar las lágrimas. No le fue permitido ni levantar la mirada. ¡No
sabía ni siquiera el porqué del castigo! Ella era una niña pequeña. Qué pudo
haber hecho para merecer un desprecio tan cruel. Cómo se podía dejar sola a una
niña en un rincón. Y lo peor; Cómo es que ella no se atrevió a bajarse del
banco. Verla a los ojos para protestar. Reclamar o suplicar para que su madre
se conmoviera y no la dejara ahí a pesar de su “mal comportamiento”. Todo eso no
lo podía entender.
Entre su enojo, el
miedo a quedarse sola, el coraje y no sabía que más sentimientos su rostro se
tornó serio. Concluyo para sí misma que su madre era una persona más. Nada
extraordinario. Si se atrevía a abandonar a una niña SU hija era capaz de tener
malos sentimientos. Así que ella tenía derecho de despreciarla de igual manera.
Ya vería cuando creciera. No recordó más. Pero ya despierta se preguntó si
habría guardado un sentimiento de venganza. Dado que, en esa edad en su
recuerdo, no tenía la fuerza real para haber enfrentado todo lo que le causaba
el sentirse impotente ante la sola presencia de su madre.
Con el paso de
los años por supuesto que sus fuerzas mejoraron. Como es debido ella ganó en
estudios, juventud. pudo ver con nuevas perspectivas los cambios en su
personalidad. las circunstancias en que transcurría su vida y la relación con
su madre. Las escenas de su infancia se desvanecieron. Al menos eso era lo que
ella creyó.
Era normal su
vida en familia. En una aparente buena relación; Tuvo oportunidad de agradecerle
sus cuidados con regalos traídos de los viajes a diferentes partes del mundo. También
le hizo invitaciones para ir a comer o desayunar juntas. Inclusive la llevó a
conocer muchos lugares en Europa y otros continentes. Pero la sensación de
distancia permaneció latente. Le disgustaba pensar en desamor mutuo a cambio de
consideraciones casi de respeto obligado por las costumbres. Ella cumplía como
hija su deber para con su madre como era esperado.
Pero justamente
eso era un conflicto. le provocaba un sentimiento de culpa, enojo, vergüenza, o
algo que nuevamente era difícil de calificar. Había aprendido de memoria que la
relación madre e hija “debía ser “amorosa. De un amor incondicional. Pero de
acuerdo con su percepción el supuesto fue transgredido por su madre al hacerla
sentir indigna de ser amada. No obstante, ella deseaba poder rescatar un sentimiento
bueno para reafirmar que entre ella y su madre existía en realidad Amor. Se
repetía que portarse con cortesía sonaba hueco. Eso lo entendía para las
relaciones entre compañeros de trabajo o en situaciones ajenas a un núcleo de
familia. Saber que ella era considerada o complaciente con su madre. No era lo
que buscaba. Pero al verdadero sentimiento que deseaba demostrar le costaba
mucho quitar toda la interferencia que la agobiaba.
Se visualizó
como adolescente. revivió los momentos en que su mamá era el centro de atención
de grupos de invitados. Era muy simpática a decir de los que la conocían. Hacía
plática con todos y reían juntos de sus ocurrencias y comentarios. Festejaban
con frecuencia reuniones en su casa. Se juntaban grupos de mujeres y hombres por
separado. Su madre se daba el tiempo para departir con unos y otros, mientras
ella solamente observaba desde lejos. cuando se animaba a pasar cerca de los
grupitos en dónde las señoras platicaban de intimidades nadie notaba su
presencia. Pero luego su madre se sorprendía al oírla decir frases o juicios
sobre las relaciones de pareja que se suponía no debiera saber por su edad. ¿Es
decir que la consideraban tonta? ¿Que no entendía? ¡Tal vez la pasaban desapercibida pero claro
que comprendía! Por eso había cierto temor de que en su familia pudiera
presentarse un incidente de infidelidad que la mortificaba mucho. Pero se
negaba a pensar en eso. Tuvo que recapacitar y reconocer que algo semejante
nunca ocurrió. El alivio fue enorme. Otra duda despejada era tranquilizante.
Siguió su
recorrido como mujer adulta, en donde compartió la etapa de ancianidad de su
madre. Sintió un escalofrío. Cómo pudo reaccionar de manera tan cruel. Las
personas que las veían murmuraban del mal trato que al parecer significaba que
dejara a su madre caminar, sentarse, subir escaleras etc. sin su ayuda. Pero es
que la gente no sabía. Sencillamente desconocían su historia y sus indirectas eran
despreciables. No tenía para que dar explicaciones. Además, su misma madre se
negaba a que la tocara. Se las podía arreglar para hacer sola sus cosas. Si
bien la tenía que acompañar no era necesario que la compadeciera. Así que le
ahorraba la molestia de pasar los límites de un trato por el respeto y la consideración
que ella misma fomentaba con sus comentarios para que no la tratara como a una inútil.
Hasta ahora se daba cuenta que pesares su madre podría sentir para portarse con
frialdad y desapego.
Cuando en ese trayecto
imaginario confrontó despacio. Con más conciencia, cada una de las etapas
vividas, de pronto pudo sentir un respiro de liberación. No es que su madre no
fuera extraordinaria. Fue como un destello que iluminó tanto tiempo en la
oscuridad de su resentimiento. Comprendió que en las etapas de vida de su madre
sucedieron cosas que la enfrentaron, con similares inseguridades, miedos y
dudas. Creció en un medio que la moldeaba de acuerdo con las ideas, costumbres
y prejuicios de sus propios padres. Solamente podía responder con lo que
contaba. Que tantos sufrimientos sucedieron para ella, que no tuvo otro remedio
que “copiar” sin mala intención lo que conocía. Se decía que fue extremadamente
consentida. Que tenía todo lo que necesitaba. Pero se dijo: ¿¿¿¿y si fue IGUAL
A TI????
Si en algún
momento le dieron todas las comodidades y cosas materiales, pero se sintió
abandonada, ¿o triste por no tener el cariño que necesitaba según sus
emociones? Como una cascada los recuerdos, actitudes, sentimientos, se presentaron
de frente.
La mujer se
preguntó: Cuántas veces cabía haberle dicho: Me porto contigo como me has
enseñado. Si no demuestro cariño es que no me lo mostraste. Si parezco
indiferente, es la misma indiferencia que modelaste con tu comportamiento en nuestra
relación. Si me muestro cordial y considerada en un modo de cortesía. ¡¿Será
que al fin comprendo que soy IGUAL A TI?! En el colmo de lo desconocido su enojo hizo
que reaccionara con violencia. ¡No! ¡Nunca igual a ti! No toleraba la
comparación. Lentamente sin embargo volvió a estar en calma. Tomó un gran
respiro y pausadamente empezó a detallar la imagen de su madre. Ahora ya no le
resultaba tan amenazadora. Fue como haber entrado en un lugar con un gran
espejo que refleja imágenes en sí mismo. Una fila interminable de la misma
imagen reproducida hasta el infinito. Parecerse a su madre, tampoco era ya un
insulto. por fin su esfuerzo para entender tanta confusión acumulada le
permitió construir un puente. Se imaginó cruzando lento. Por un instante el
dolor fue mucho más grande
Su madre ya no
estaba desde hacía mucho en su presente. Pero el abrazo tan deseado se proyectó
con una intensidad que al cerrarse a los sentidos tomó la fuerza suficiente
para tenerla como en vida. Se acercó con mucho cariño como había imaginado. La miró
a los ojos muy cerca. La abrazó totalmente cerrando los brazos con fuerza. En
silencio le dio las gracias. Le dijo lo mucho que la quería. Podría asegurar que
también sintió en ese instante que su madre dijo lo mismo. dio las gracias por
las dos, y como siempre la llenó de bendiciones.
Muy interesante lo que mencionas.
ResponderBorrarConforme fui leyendo la historia.
Me imaginé la historia de mi abuela materna.
Ella vivió algo similar. Ella fue una persona bastante fría con mi mamá.
Y al final le compartió que su mamá así era con ella. Fría y que nunca recibió un cariño o un abrazo.
Y bueno. Creo que es una historia bque se repite en muchas mujeres.
Gracias Ceci por tus maravillosas narraciones.😍
Muchas gracias por tus comentarios! Hay muchas historias semejantes. por eso la imagen sin fin en el espejo. Inclusive se aplica a las relaciones de padres con sus hijos varones.
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