El recinto era circular. Totalmente
construido de piedra. Tenía altas columnas que sostenían el techo coronado con
una media circunferencia en forma de tapa en la cual había un hueco en el
centro. La luz del día que entraba por esa forma telescópica caía como un rayo
que se ampliaba para iluminar el piso. Por la tarde noche dejaba que la
penumbra descubriera parte del interior. Cuando la sombra de la noche era plena
podía ser un observatorio para apreciar el fulgor de las estrellas. La
construcción tan peculiar servía para que los aspirantes hicieran un repaso de
las enseñanzas recibidas. Cada cierto tiempo se hacía un sorteo para dar la
oportunidad de permanecer dentro a alguien.
El proceso para ser seleccionado tenía
lugar a las puertas del recinto en una noche en que la luna no era visible. Así
que la obscuridad cubría totalmente a los asistentes. Al parecer sólo así se
atrevían algunos a presentarse. al no saber quién asistía se dejaba en libertad
el deseo para realizar las pruebas. Igual que para salir al otro día en la
misma hora que la obscuridad cubría la identidad del que salía en solitario y
se alejaba por uno de los muchos senderos alrededor de la edificación. En el
momento señalado cada aspirante tomaba de un recipiente una especie de semilla
y la guardaba entre sus manos cerrando los puños como cuando se atrapa una mariposa
sin hacer presión. Se mantenían los brazos al frente. De pronto de entre las
manos de alguien empezaba a traslucir un tenue destello. Con esa señal se
adelantaba hacia la puerta el afortunado,abría la puerta en silencio, y
cerraba por dentro. La colocación de los cerrojos también era una manera de
alentar a los participantes dado que nadie más que el ganador tenía cómo
asegurar su estancia con la seguridad de estar tranquilo para concentrarse. Los
demás dejaban el lugar y la semilla desaparecía de sus manos.
En el interior comenzaba el esfuerzo por
ver algo. Pero solamente podía apreciarse, mirando hacia arriba, los múltiples
puntitos de la luz que reflejaban las estrellas. Con esa única vista casi eran
transportados los rayos que centelleaban y quedaban atrapados en el rostro y
los vestidos del que miraba. La sensación de pertenecer a aquellos resplandores
se hacía tan intensa que la noche pasaba en calma. Ninguna inquietud había por
lo que pudiera estar alrededor ni dentro ni fuera de aquella vista. Poco a poco
se adivinaba que otra luz estaba naciendo. Las estrellas se difuminaban y los
rayos del sol llenaban de brillo varias puertas, esculturas y adornos labrados
en las paredes de piedra. Unos relieves representaban escenas de animales conformados
con partes humanas como el minotauro descrito en las mitologías clásicas. Desde
ciertos ángulos parecía moverse para señalar la puerta que custodiaba con un semblante
como el de los toros enfurecidos en un laberinto sin salida.
Se podía también contemplar a dragones
siempre dispuestos al ataque con sus fauces abiertas. Listas para barrer con
una bocanada de fuego todo lo que estuviera enfrente. Unos tenían acorralados a
grupos de gente. Se enfrentaban en una pelea con gran fuerza. Levantaban sus alas extendidas y mostraban las garras enormes. En otro lugar había esculturas que caminaban por
encima de un montón de cadenas de todos tamaños. Había candados esparcidos que
otros recogían para al parecer volverlos a poner con trozos de cadenas que
ajustaban a los que consideraban iguales. Un gesto de desagrado recorrió el
rostro y todo el cuerpo del aspirante que rápidamente siguió para dirigirse
hacia otros relieves tallados con perspectiva de fondo en el cual estaba un
risco tan elevado que invitaba a contemplar desde arriba todo un valle
incrustado en el abismo. Allí ni la luz del medio día podía penetrar. Producía
un sentimiento abrumador que necesitaba rebuscar con la mirada para encontrar que
había en el fondo.
Al continuar la exploración quedaban
algunos rincones en donde se podían ver diversas figuras, puertas, entre
escondidas que invitaban a la curiosidad y a la expectativa. Había tantos
detalles que el aspirante no sentía que su tiempo se terminaba. Pero ya caía la
tarde. La luz circular formada por la bóveda empezó a cubrir entre las sobras
el conjunto de imágenes. Ya no quedaba más que volver al centro del recinto, y prepararse para la última noche. Entonces el aspirante notó que entre tantas fantasías
y lo que le habían parecido distintas realidades plasmadas en el gran mural de
piedra, perdió la ubicación de la puerta por dónde había entrado. Su confusión
se acrecentó al recordar que la regla era salir por la noche en la puerta correcta
o tendría que elegir alguna de las puertas que se escondían entre las bestias, los
rostros revueltos y todo el conjunto que formaba un círculo sin fin, en el que
tendría que tocar para escapar por un túnel que le devolvería al recinto con
una sola oportunidad más. Se apresuró para ver de nuevo alguna señal entre la
obscuridad.
¡Cómo pudo ser tan descuidado! Ahora las
advertencias de los maestros y sus mensajeros cobraron su real importancia. Las
reglas para estar a solas y volver a su mundo se volvían vitales. Ahora todo el
espacio era un gran vacío. Su mirada era incapaz de enfocar algo. Trataba de
ubicarse en el centro. Pero en ese centro que ahora buscaba con afán no podía
apuntar ni el norte ni el sur. El oeste o el este parecía lo mismo. En cada
intento por aclarar la vista escuchó un murmullo. Se hacía más fuerte cuando
caminaba hacia el muro de piedra resaltando los rugidos, voces o gritos de todo
lo que había contemplado. el temor comenzó a apoderarse de sus sentidos. Sintió
alrededor el roce de las escamas afiladas de los dragones que merodeaban por
todos lados. Se adentró en un laberinto en dónde el minotauro bufaba cada vez
más cerca. Su instinto lo empujó para correr despavorido.
Cayó en el piso sin aliento y ocultó su
cara con las manos. ¿Podría hacer con ese gesto más obscura la oscuridad que lo
envolvía? ¿El no querer ver le serviría?
su corazón había perdido el ritmo. Lo fascinante era que el círculo en lo alto seguía
abierto. Por él entraba el aire. No obstante, de espaldas a esa tenue claridad
el miedo se magnificó. El aspirante quedó petrificado. Por el círculo se filtró
una cascada de estrellas. Recorrió con un torbellino todo el recinto y se
volvió a elevar para salir dejando en silencio nuevamente todo el espacio. La
noche sin luna continuó su recorrido. A la mañana siguiente, los maestros
entraron. Observaron que todo estaba en calma limpio y en su lugar. Formaron
un círculo paralelo al círculo de lo alto. Entonaron los cantos que hacían vibrar
en armonía el gran mural de piedra, las esculturas, los relieves, las bestias y
laberintos. Sus notas tocaban lo alto y regresaban para resonar en el piso. Todo
un ciclo se había completado y ahora por la noche empezó a brillar nuevamente
la luna. La transición entre la luz y las tinieblas era perpetua. Siempre había
quien deseaba entrar al recinto y esperaba su turno para abrir la puerta. Los
maestros acompañaban a los aspirantes cada vez con toda la ceremonia dispuesta para
realizar el sorteo en la noche establecida.
En el gran cosmos había ceremonias
semejantes. Todos los recintos habían sido construidos con esa especie de telescopio
para fijar la vista en el infinito. En cada bóveda había un círculo abierto
para dejar filtrar la enceguecedora luz radiante del sol durante el día y su
espléndido reflejo en la luna por la noche. El aire circulaba libre. Los
cerrojos estaban por dentro. Los cantos que se entonaban en su interior se
ampliaban y eran resonantes. tocaban iguales bóvedas en lo alto y se
precipitaban para fundirse con el piso. Siempre amanecía limpio. Todo estaba en
orden.