¿Abuela, por qué sonríes? Yo sé que te han pasado cosas terribles… ¿Cómo es que puedes sonreír y eres tan apacible?
Mi querida niña, estoy feliz porque he ideado mejores trampas para los intrusos que pretenden invadir mi espacio. ¿Recuerdas que te dije una vez que te invitaría a conocer un lugar muy especial? Pues ahí podrás entender cómo es posible sonreír y estar tranquila.
Cada vez que su abuela decía cosas que encerraban una pregunta, tenía que ponerse atenta porque seguro venía una gran sorpresa. Ella había convivido muy de cerca con su abuela. Le encantaba sentarse en el sofá de dos plazas para escuchar sus historias y verla tejer. La abuela era experta en hilar puntadas en trenzas o grecas. Las entretejía al ritmo de sus relatos. ¿Te platiqué ya, de la chispa de luz que anhelaba convertirse en un rayo luminoso? Sucede que alguien le había dicho que no podía competir con la velocidad de la luz para alcanzarla, la chispa se preguntaba cómo hacerlo todos los días, porque solamente de ahí podría tomar algún destello que se desprendiera y hacerlo suyo… La nieta se le quedaba mirando, porque a veces notaba que las palabras salían de su boca como en un pentagrama de los que contienen a las notas musicales; se elevaban por encima de su cabeza en un rizo igual que sale el humo del café, y se escapaban por la ventana. – ¿Sabes abuela? Se me ocurre que si pudiéramos detener la carrera tan veloz que dices lleva la luz, tal vez así despacito como se ven tus palabras, la chispa podría alcanzar lo que busca- Mmm podría ser, tú sigue imaginando mi vida, por más que se diga y se intente arrebatar la sonrisa que veo en tu cara cuando buscas respuestas con tu imaginación, te aseguro que ahí se encuentra la fuente un poder grandioso.
La nieta se quedó dormida, la abuela puso a un lado su tejido y se quedó mirando a lo lejos para descansar la vista, en un instante volvió a su rostro una sonrisa. En el silencio, inició un diálogo consigo misma: ¿Recuerdas que en tu casa había muchos espacios para imaginar y creaste historias de cuentos que se mezclan con realidades de ayer y hoy? Tuviste la fortuna de poder jugar en muchos lugares dentro y fuera, en lo que un día fue una de tus casas. Había un cuarto con una pared de madera, que tenía repisas delgadas en donde se podían acomodar muy bien las botellas de vidrio que contenían brebajes de colores… eran las pócimas que preparabas con polvo de ladrillo anaranjado, o con papeles que se despintaban en tonos de azul, verde y amarillo. Había que buscar los materiales que tornaran el agua de diversos matices para estar preparados ante cualquier dragón de fuego o sombra aterradora.
Tal vez todavía te acuerdes que una vez pusiste un bosque entero en el patio largo de la entrada, ahora mismo desconozco de donde aparecieron un montón de ramas secas con formas tan perfectas para colgar listones y flores, entre las cuales se podía cruzar por veredas sin fin hacia aldeas y montañas. En otro lado, la pared de un cuarto tenía una pequeña ventana por donde se podía descolgar una cubeta para sacar agua del pozo en que se convertía la pileta del lavadero de la zotehuela. Un pasillo sirvió como segundo piso de TÚ casa. En temporada de verano, un aparato de refrigeración desvencijado sirvió de nido para una gallina. Fue un alboroto verla salir con un montón de pollitos corriendo, hacia otro patio en dónde también hubo patos que salpicaban agua de un charco -laguna- que se formaba en el cemento resquebrajado.
Los espacios para jugar eran interminables, te entretenías con lo que hubiera. En cualquier día se podía inclusive, salir a la banqueta de la calle con un camión de volteo de plástico rojo y amarillo para hacer un trabajo de excavación...era una faena encontrar los pedacitos de metal, que se quedaban escondidos cuando caían de los tambos en que los tiraban los trabajadores de la fábrica cerca de la casa, que armaba extensibles para reloj; cada laminilla se convertía en mercancía de la tiendita que habías instalado en el pretil de otro patio. Un 6 de enero, los reyes magos te trajeron una báscula chiquita, pero “de a deveras” así que la imaginación voló para establecer un negocio, y recolectar todo lo que podría venderse; tierra, polvo de ladrillos, piedras, hojas y por supuesto las laminillas de metal. Aunque a veces era mejor pesar las cosas abreviando los gramos para no agotar de una vez todo cuanto habías amontonado, con la complacencia de tu madre que supervisaba los alrededores y limpiaba incansable lo que se pudiera. Consintió que pusieras a resguardo hasta culebritas de agua, y bichos en cajas, frascos, o en una pared ruinosa de dónde apareció una mañana a asolearse una serpiente que salvó la vida entre los escombros.
La abuela pensó qué lejanos estaban sus recuerdos de la comprensión de su nieta, no obstante, su dicho respecto a cultivar la imaginación, consideraba que es un tesoro invaluable. Había visto con asombro novedosos modos de entretenimiento muy diferentes, con la tecnología a su servicio, como una herramienta de gran alcance para sobreponerse ante lo que en un momento sirvió para crear algo. La imaginación parecía subordinada a las distracciones asombrosas que atraen la atención de adultos y niños quienes desde antes de su nacimiento, están ligados a sus espectaculares avances, y los captura apenas pueden manipular la infinidad de dispositivos electrónicos. Pero por alguna razón el que a algunos adultos les disgustara alentar la imaginación y prefieran comprar cosas que sustituyan a la creatividad innata de sus hijos, es evidente que los altos precios los presiona a ellos, y a los niños les produce rápidamente aburrimiento. La publicidad abrumadora para el consumo de juguetes multiformes, hechos de plástico y mecanismos muy convincentes para imitar cierta “vitalidad” casi de inmediato son inútiles para generar una curiosidad de búsqueda que por principio, permanece latente.
Por lo tanto, la abuela consideraba que era un desafío aprovechar la oportunidad de estar presente con su nieta, los niños “nuevos”, y los adultos, hoy que se ha concretado mucho de lo que se imaginó en algún cuento. Pero, de hecho, todavía cuando tenía invitación para convivir con sus nietos, se alegraban en los paseos para encontrar algún animal que se escondiera en un hueco o se quedaban quietos para escuchar un sonido extraño, aunque fuera en el jardín de su casa. Era un encanto proponerles ir a explorar. Una de sus nietas corría para ayudarle a ponerse los zapatos, se peinaban juntas, y la niña tomaba una rama que había dejado en la puerta el día anterior; una rama entre miles pero que a ella le parecía especial. Caminaban todos los días el mismo vecindario, y veredas del parque comunal, pero con la expectativa renovada en su imaginación para hacer emocionante cada encuentro con el entusiasmo inagotable de descubrir algo diferente.
Su nieta y en general los niños que conocía podían dejar con alegría cualquier juguete costoso, ante las palabras que les sugerían una aventura al aire libre, con el sol y el agua a su disposición. Sin importar las advertencias o incomodidad de los adultos, sobre que no fueran a mojarse, la impaciencia se quedaba en el aire por tener que cambiar al regreso ropa, lavar manos, o hasta dar un baño completo, las quejas de consentir demasiado tantas ocurrencias en lugar de quedarse quietos, o de ocupar los juguetes amontonados dentro de cajas y armarios llenos. No obstante, valía la pena esbozar una sonrisa para acompañar a un alma libre, y explicar cuántas veces fuera necesario, qué es una zotehuela, un pretil, una pócima; asegurar la existencia de dragones de fuego que realmente tenían fauces que echan fuego, no como las imitaciones de los aparadores, y por supuesto: Que existe una chispa que puede perseguir a la Luz para brillar más por sí misma.