REINICIO

 Los niños y sus familias estaban muy emocionados ante la visita de intercambio que pronto llegaría a su vecindario. Habían participado en el reinicio del sorteo que promovía la escuela local para tener la oportunidad de recibir en su hogar a un niño o niña de otra población y ofrecerle hospitalidad. Le podrían dar a conocer sus costumbres, comida típica, cultura, y en general hacer la rutina de casa como anfitriones. Resultó ganadora una niña; estaba  tan contenta que propuso ceder su recámara para que la ocupara el huésped sin importar que desconocía los detalles de personalidad, y el lugar de procedencia del invitado. Se comunicó con sus amigas para organizar una reunión de bienvenida, las invitó para  ensayar una danza regional con los atuendos folklóricos, y acordaron preparar una variedad de comida, hornear un pastel y estar listas el día de la llegada.

En otro lugar se realizaba una despedida acomodando en la mochila alguna ropa muy sencilla y tres camisetas con el logotipo del intercambio. La familia del niño afortunado vivía en una aldea en dónde no se contaba con los servicios de urbanización completos, pero entre todos los aldeanos ayudaban a resolver lo que hacía falta; les dio gran alegría saber que uno de sus familiares viajaría en avión y saldría para conocer otra comunidad. Al saber la noticia, el niño se fue a juntar las hojas de palma que le habían enseñado a usar para hacer artesanías, y confeccionó una casita para llevar como regalo. Desconocía también con quien le tocaría estar, pero la expectativa le causaba gran entusiasmo. El día esperado llegó; sus padres le dieron un abrazo y toda la familia junto con los vecinos, se congregaron para desearle mucha suerte, aplaudieron al ver a la camioneta que lo llevaría hasta el aeropuerto.

Cada ciclo de visitas se completaba con una carta de agradecimiento del huésped quien además le notificaba al anfitrión su turno de viajar. Así que la estancia y despedida se convertía en una nueva expectativa aliviando un poco la tristeza que los niños sentían al decirse adiós. Se animaban mucho si el lugar que visitarían estaba en una costa, la vista del mar era impresionante. Si les tocaba en campiñas o montañas dónde había ríos o lagos, y procedían de ciudades, el contraste era una maravilla. Cada oportunidad de convivir en cualquier situación era interesante. Las familias procuraban el bienestar del visitante, lo recibían cordialmente y con amabilidad celebraban las cualidades que cada uno tenía para compartir con orgullo.

Las cartas de despedida y agradecimiento que se escribían mostraban la sensibilidad que muchas veces se tornaba en lágrimas, abrazos, y palabras que prometían seguir en contacto. Contenían frases simples de buenos deseos para el próximo viaje, así como las expresiones de felicidad por haber participado en juegos, deportes, fiestas y celebraciones de tradiciones desconocidas, asombrosas, que abrían un panorama diferente. De ahí se tomaba la inspiración para superarse, estudiar, desarrollar otras habilidades, saber que hay una diversidad amplia de lugares y personas dispuestas a enseñar y aprender para la comprensión mutua. No se hacían comparaciones, se disfrutaba de lo que cada uno hacía en su rutina, en los espacios de recreo como cines, canchas deportivas, centros de cultura, museos, festejos y paseos dominicales; se adaptaban con sencillez a lo desconocido y realmente gozaban cada experiencia.

 También para los padres y madres se mantenía como sorpresa quien llegaría a sus hogares y al final de la estancia, podían escribir una carta dirigida a la familia para describir cómo había sido el comportamiento del niño o la niña que les había tocado; generalmente redactaban buenos reportes que hacían énfasis en la experiencia de aprecio y cariño al recordar a una criatura que sin querer les había dado lecciones de vida. Agradecían el volver a enfocar al ser humano desde el deseo de ofrecer una casa a una visita que está dispuesta a recibir y a dar con felicidad una estancia temporal en beneficio de todos los participantes.

Las dos familias involucradas rescataban la alegría que se tiene si en la mirada es inexistente el desencanto al ver llegar a un niño si la anfitriona es una niña o viceversa. La diferencia de edades que a veces se presentaba tampoco era problema. El intercambio estaba organizado para realizar viajes locales o internacionales de manera que el color de la piel y los rasgos de los que se inscribían podían variar, pero lo cierto era que los abrazos de bienvenida surgían espontáneos y la llegada a casa se organizaba con amigos que igual se alegraban por el recién llegado sin distinción. informaban que los días  transcurren con las actividades de paseos, deportes, alimentos, pasa tiempos y demás cosa que se hacen regularmente. Desde que amanece y hasta la noche se participa con entusiasmo para aprender y enseñar lo que cada uno tiene para ofrecer.  Las apariencias no existen, no hay prejuicios ni desgano. Los niños no se guardan lo que les gusta y casi nunca sufren algún disgusto. Aceptan y comunican con alegría la próxima oportunidad para su nuevo amigo o amiga y le desean que tenga muchas experiencias tan buenas como las que disfrutaron juntos.

En la mayoría de los casos, al subir al transporte que los llevará de regreso a casa se despiden con lágrimas sinceras y se dicen amigos para siempre.  Cada escena al parecer señala el fundamento del ser humano sensible ante la amabilidad que es posible en un encuentro de amistad con la intención de ser perdurable; prevalece una promesa legítima en la pureza, y la sencillez; entre la mezcla de emociones de infantes y adultos, por lo que el programa es calificado como un gran acierto. En una ocasión al revisar los reportes un empleado del programa, comentó que: “con lentes color de rosa se ve todo muy bonito, va muy bien en la mente de los niños”.

Nadie de los que lo escucharon dio seguimiento al comentario. Algunos de los voluntarios para preparar el proceso de visita del programa habían sido niños que convivieron con familias generosas y recibieron la hospitalidad de muchas personas que compartieron su tierra y sus costumbres. Cambiaron de tal manera sus vidas que lo asumieron como un reinicio para sus propósitos de vida. Cuando crecieron dedicaban parte de su tiempo en colaborar para extender y continuar la idea de cumplir el deseo de un viaje inalcanzable de no ser por la intervención de desconocidos cuyo interés era nutrir en cada experiencia lo fundamental de un ser humano con el potencial  de crecimiento libre de prejuicios,  de las  trabas distorsionadas por la ignorancia o el desprecio de los indiferentes. Para ellos, tomar muy en serio los sentimientos infantiles que asumen una aventura con asombro y gratitud es un asunto de vital importancia. Inclusive notaban que son los sentimientos de los adultos en quienes el asombro y la gratitud motivan el ayudar a otros en otras circunstancias. 

La carta que leyeron para terminar el expediente que revisaban, tenía además de las frases; “gracias por todo,” dibujos de corazones, flores, manos entrelazadas, y por supuesto la promesa con la ilusión de ser amigos para siempre. Se imaginaron la despedida con la llegada de la camioneta que llevaría al siguiente destino al niño lleno de abrazos y bendiciones; lo vieron subir, tomar asiento en el lugar con la ventana para sacar su mano y agitarla con un gesto de hasta luego. Después recordaron la vista del avión en donde en su momento, tomaron asiento junto a la ventanilla y desde lo alto  se habían apresurado para tratar de localizar una pequeña aldea dentro de una gran extensión cuadriculada de siembras y surcos que se acercaban con millones de luces distantes, aparecían y desaparecían entre las nubes en un vuelo que permitía ver el horizonte más allá de lo que hubieran imaginado.

 

 

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