Quiero decirte que es muy fácil criticar a alguien, pero no es así de fácil entender lo sucedido. Es verdad que tenía la oportunidad de escapar, salí con un montón de ropa y lo puse en la cajuela de mi coche, había tiempo antes de ingresar al trabajo o ya no recuerdo si era un día festivo, así que podía olvidarme de las horas para ir a alguna parte, pero no supe a donde dirigirme… No había una decisión previa, realmente fue un impulso, una necesidad de alejarme; ahora entiendo mejor que era como un deseo de desaparecer una realidad, y quitarme de una situación de infelicidad que yo misma había permitido sin darme cuenta. Entiendo tu cara de asombro; aquella mañana también el reflejo de mi imagen en el espejo mostró un gesto de incredulidad. El enojo y mil preguntas me apuraron a reaccionar ese día. Cómo era posible que la costumbre, y lo que se espera de alguien de acuerdo con la repetición de ciclos sociales tenga tanta fuerza! y que uno no se de cuenta que es su vida la que compromete?!
Mucho más tarde
recordé la serie de rituales que se hacen para conformar esquemas de
patrones que se repiten en complacer comportamientos aceptables en sociedad. Me
asombró la insensibilidad con que se ejecutan acciones con
solamente la inercia de los usos y las costumbres, que de alguna manera
funcionan como compensación de agradecimiento, respeto, honra, y acuerdos
implantados hacia los padres, la familia, los conocidos, que esperan cumplir cada
uno con diferentes necesidades hacia sí mismo y hacia la comunidad en que se vive. Lo más simple es participar, pero es muy complicado después conformar
una explicación ante el actuar sin pensar los alcances de lo que se hace.
En aquel día manejé con la guía del inconsciente automatizado de acuerdo con sus rutinas hacia un lugar cercano a lo conocido. Al estacionar el auto empecé a ver que a nadie le importa lo que hay en la calle ni la gente que camina en todas direcciones. Cada cuál sigue su rumbo y no le interesa lo demás. Actualmente me sigue asombrando la fuerza de arrastre que tiene algo de lo que no estás consciente. Entiendo la gran diferencia que es tomar una decisión; el destino puede ser totalmente alejado de las rutas conocidas, seguras que te atan. Decidir por encima de la incertidumbre es un gran logro. La contraparte es una reacción; posiblemente se convierte en un caminar instintivo que te vuelve al mismo lugar, como les sucede a los que se pierden en una montaña tratando de salvarse; no consiguen más que caminar en círculos, desgastan su energía y los pone en el mismo punto de partida sin solución.
Todas las reflexiones que te comento no fueron parte de aquella carrera; en esa ocasión, por fin me tranquilicé un poco y bajé del coche para reconocer el pueblo a donde sin pensarlo me encontraba. Me di cuenta de que era un destino que yo no había creado, salió de la nada infértil, que consume tu energía, te agota para confundirte nuevamente, con la sensación de que tal vez los caminos más transitados que siguen las rutinas establecidas mantienen las cosas en su lugar sin más problema. Qué caso había en corregir o buscar algo fuera, si ya tienes lo normal en los modelos colectivos dirigidos; conformes; consecuentes; domesticados; que se obedecen por años y generan infelicidad, pero van de acuerdo con el marco aprobado de la mayoría. Me asombra ahora cómo es que pasó lo increíble; imaginé mi regreso, hasta la misma puerta que permaneció abierta, y supe que nadie había notado mi ausencia.
Con esos pensamientos, contemplé indiferente la típica iglesia que tienen todos los pueblos chicos y grandes, vi un mercado
muy concurrido, perros deambulando que entristecen el paisaje aunado a voces
ruidosas las cuales no me interesaban, señal de que era un mundo extraño en
donde tantas veces se aborrece lo indeseable, rostros que aparecen divagando con las
miradas extraviadas propias de los autómatas. Mi ánimo estaba abatido, me sentía
desorientada y en lugar de empezar a planear mi huida, me tranquilicé sentada en
el atrio de la iglesia viendo a los feligreses entrar y entonar los cantos de
sus rituales religiosos; el tiempo transcurrió y no estuve atenta a que una de
las tretas que usa la ignorancia para frenar lo que uno busca es distraer con
lo conocido, lo seguro, lo corriente de un entorno inanimado.
Nuevamente fui
presa de la inconsciencia que con sutileza hizo que olvidara las imágenes poderosas que me habían enseñado en mi infancia para superar desafíos; no
temer a la incertidumbre; mostrar las agallas para levantar el vuelo, y no obstante tener recursos de dinero, conocimientos,
y habilidades, ni siquiera se me ocurrió ver mi situación
como un reto para buscar realmente un escape con múltiples opciones, así como
las historia que dejan en tus manos elegir el final que más te guste o te
convenga de acuerdo con tu propia valentía, descartando las imposiciones detestables y
obligaciones forzadas. Sin embargo, al no tener claro lo que buscaba se
desvaneció por completo una salida.
En otro momento ya
fuera de ese episodio, entendí que la valentía para realizar un cambio drástico
requiere un deseo verdadero, consciente, complicado de enfocar dentro de las
costumbres y creencias arraigadas. Una vez preguntó alguien que si tu actuación
sería la misma si tus padres fueran otros, si tu familia fuera otra, dando a
entender que “sin darte cuenta”, te influyen las maneras de pensar ajenas; te conforman los comportamientos que justifican
socialmente una moral cambiante cada tiempo según la conveniencia que manipula eventualmente las normas y reglas con desorden; la
información que recibes contiene el miedo acumulado de muchas mentes y enmascara difuso el temor para limitar la evolución de los individuos que responden sin el esfuerzo de
pensar para construir mejores alternativas a su libertad y convivencia en equilibrio.
Me di cuenta de
que la valentía implica además del conocimiento, habilidades y destrezas, la
actitud, para hacer creíble y patente un comportamiento coherente que ponga de
manifiesto tu capacidad de realización en un espacio propio. Pero tal vez es
necesario pasar como escalones en un camino ascendente más allá de los impulsos
reactivos a la sola supervivencia, aunque parezca desconcertante. Aprendí que,
sin conciencia, la evasión de una circunstancia para encontrar alternativas
trae muchas cuestiones a destiempo que no funcionan. En cambio, la actitud
con valentía te permite intentar de nuevo, sin utilizar los “hubiera” pasados e
inútiles, con la aceptación y reconocimiento de la inmadurez como una etapa
inevitable de experimentar para apreciar y resignificar lo que has vivido.
Como te he dicho
es muy fácil lanzar una crítica, peor aún si dejas que te lastime o cedes a tus
propios remordimientos. Después de todo con otra perspectiva, al paso del
tiempo empiezas a reconocer lo que te guía en secreto, lo que siempre ha
acertado para tomar una decisión, lo que insiste en que lo atiendas y por fin te
permites escuchar. Es una ayuda que se presenta en solitario para resignificar
lo que te has provocado, lo que has dejado pasar inadvertido. El episodio de
escapada fue terrible, regresar a la misma situación como inanimada fue un
reproche constante, de ira contenida, de enojo que califiqué de cobardía. Es
verdad que el crítico más duro a veces es uno mismo y eso te incapacita.
Por lo tanto,
una palabra detestable es resignarte. Son muy fuertes las ataduras de las
costumbres y los prejuicios hasta para lo desconocido, pero cuando has tenido
que regresar a lo que evitabas, la etiqueta de cobarde te incomoda más que el atreverte.
Tomar el riesgo ahora calculado por el aprendizaje que has conseguido surge con
nuevos significados. Ahora ya no te permites ser obligado; si es necesario ofrecer
una disculpa, sólo a ti mismo en un sentido de amor propio es resignificar la verdad
que has adquirido para confrontar a las palabras, a quien las dice, y en qué
situación te encuentras. En un nivel más profundo el impacto de haber sido
cobarde se sustituye al dar un nuevo significado a lo sucedido. Por fin aceptas
que has crecido a pesar de todo y que al final es para bien que puedas transformar
como un renacimiento cualquier condición adversa hasta dominar uno a uno tus
miedos, la supuesta cobardía, o los reproches que te descalifican. Resignificar
es reconstruir y siempre vale la pena.
Oh sí, redensificamos las situaciones, las repensamos las batimos como si fueran chocolate caliente, hasta que les sacamos la espuma que queremos, o tomarnos o tirarla, eso ya depende de cada quien porque también cada quien puede decir que le gusta la espuma del chocolate o no.
ResponderBorrarGracias por compartir tu opinión:)
BorrarCon frecuencia nos encontramos en encrucijadas, la vida sigue siempre con cambios que nos orillan a actuar y perseverar luchando contra la inercia de las costumbres y rompemos con moldes que no nos pueden contener, gracias por tan ameno relato
ResponderBorrarGracias también a ti, por perseverar y construir moldes con más capacidad! :)
ResponderBorrarEs necesario ser reflexivos ante nuestras experiencias para darles un significado distinto a aquel que imponen las costumbres de la sociedad. La compasión por nosotros mismos y por los otros siento que es la virtud que ayuda en esos momentos. Muy buen tema para pensar.
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