LO QUE SABES

 Lo que sabes es resultado de una serie de interacciones que se comparten para dar significado a una visión del mundo; de diversas ideas; experiencias de grupos similares por su localización geográfica, costumbres, educación y demás factores que los identifican. En primera instancia supondría el acercamiento entre las personas para una mejor convivencia. Sin embargo, hay voces y situaciones de conflicto que están señalando la posibilidad de una mayor desintegración entre los grupos humanos por el uso de las redes sociales creadas por un sinfín de aplicaciones. Cada día se facilita el uso de medios audiovisuales, para traducir lenguajes, conocer costumbres, lugares, y satisfacer cualquier interés de conocimiento a disposición de los millones de usuarios con toda clase de contenidos. 

Hace un par de horas escuché una entrevista en dónde se pone en evidencia que, paradójicamente, “lo que se sabe”, es cada vez más restringido y posiblemente está fragmentando a la humanidad en lugar de unificarla. La gente tiene la facilidad de comparar ideas, de discutirlas inclusive, pero si alguien en los grupos en que participa difiere en la percepción de un acontecimiento, punto de vista etc.  es muy simple bloquearlo. Se prefiere seguir confirmando lo que cada uno cree y coincide con las creencias en sus grupos.  Las personas se aíslan de manera grupal y colectivamente descalifican lo diferente, el otro punto de vista, y dejan de pensar en alternativas fuera de las zonas de confort similares. Este llamado de atención implica que la apertura para empatizar con los otros, de entender la tolerancia para las ideas que surgen como innovación a lo establecido; la comprensión de la diversidad en todos sentidos es un desafío a lo que creen saberlo todo y no admiten la réplica, la negociación ni la escucha. Lo que se sabe, dentro de los grupos de “iguales” es que generalmente: Hablan el mismo idioma, tienen ideas similares, costumbres, frecuentan espacios, diversiones, etc. en donde se hace lo mismo. Es decir que con ese grupo “se lee uno mismo” se fortalecen creencias, se comparten “verdades” y en resumen se cierra la razón y se bloquea al diferente. 

Por lo tanto, se dice; estos esquemas son un modo de desplazar el pensamiento; de generar una respuesta masiva sin razonamiento; de convertirse en un linchamiento salvaje que condena por unanimidad; echa de lado la presunción de la inocencia y la vista de lo justo. Todo lo cual genera animadversión, el llamado odio gratuito por lo diferente, que deslinda la responsabilidad personal con la renuncia a pensar. Desde esta perspectiva, “lo que sabes” sugiere que ser el distinto puede ser la mejor opción en el caso de las condenas unánimes que producen comportamientos que rayan en lo salvaje. En ese sentido, es muy interesante replantear el significado del individuo como un ser integral, sin fragmentación, es decir sin división en primera instancia consigo mismo como un ser entero, completo, lo cual ha sido, y sigue siendo el mayor reto para la humanidad. Los ejemplos simplifican el entender que, con las diferencias entre miles de piezas, se complementan sistemas, mecanismos, fórmulas, componentes, etc.  Imprescindible para que algo funcione a la perfección. 

Aun que los ejemplos parecieran sencillos, en el ser humano su aplicación es compleja. Los mecanismos implican la insensibilidad. A diferencia, la capacidad de sentir a otro ser semejante, es la característica sin comparación para el ser humano. Así que con la intervención de las emociones se complica lo que sabes, hasta el punto de renunciar a ti mismo por temor, por miedos creados al parecer ridículo, ignorante, débil, y cuanta etiqueta se te ocurra que has permitido que marque tu propia identidad. En el fondo la pregunta es: Qué tanto de lo que dices saber es tuyo por convicción propia y qué tanto es para llenar una necesidad de pertenecer a un grupo que somete en una niebla de confusión quien eres, y todo lo que implica utilizar tu mente, tus recursos, precisar tus metas, cumplir tus objetivos y en general vivir tu vida en última instancia con otros modelos que superen las limitaciones que dices saber.  

Lo que sabes resulta excelente para confrontar cada día la creciente incertidumbre que ofrece el mundo actual como la creación de todos esos saberes voluntarios o involuntarios, individuales o colectivos que al final es un ejercicio necesario dados los resultados que se obtienen. Tropezar con la misma piedra es algo que la mayoría conoce; casi es seguro que sucede por lo que sabes, y se ha quedado como automatizado en la manera de actuar.  Tal esquema ha sido ya por mucho superado por los sistemas de inteligencia artificial y son en la actualidad EL TEMA de muchas repercusiones en todas las áreas del conocimiento. Con mayor frecuencia se difunden controversias que exponen la disyuntiva de pensar o no pensar; de sentir o no sentir. Alguien hace mucho tiempo dijo que con los sistemas de geolocalización o desconectabas el cerebro, o no llegabas a tu destino a tiempo. ¡Que dejaras al dispositivo guiarte en las rutas de los mapas que decías saber pero que el programa sabía mejor! 

Es claro que hasta el lenguaje para saber lo que sabes, ha cambiado, y esos sistemas van a la vanguardia “aprendiendo” de manera instantánea las modificaciones para optimizar resultados. Pero la voluntad, el aprendizaje, el saber mismo contiene redes de neuronas o redes electrónicas inimaginables para una gran mayoría. La frase de “hasta el infinito y más allá” de dichos infantiles se ha convertido en un panorama tan amplio que más vale revisar lo que sabes y lo que se sabe con una visión abierta. Ciertamente el usuario de la tecnología desconoce las entrañas del poderoso ente que seguirá en su propósito de gobernar al mundo, y a los que creen que ¡“se las saben todas”!


IDENTIDAD

 Realmente le quise ayudar, es más, todos le ofrecimos algo para hacerla sentir mejor, pero ella solamente nos dio las gracias y se fue. Dijo que seguramente volvería, quería repasar lo que nos había escuchado relatar con tanta sinceridad y se parecía mucho a lo que necesitaba descubrir. Todos nos preguntamos qué sería eso que le causaba tanta curiosidad y nos alegramos de que hubiese querido participar en nuestra reunión. Para nosotros el reunirnos había propiciado un sentido de pertenencia en una búsqueda incierta, pero que al aceptar cualquier inquietud, modo de ser, apariencia, y sobre todo ideas muy diversas, favorecía el exponer las experiencias que nos acercaban como individuos al entender otras perspectivas; recobrar la confianza que se había perdido, no en nosotros mismos, sino en lo que pudiera otorgar mayor aprecio para confirmar una identidad común. Al conocer historias increíbles con el testimonio del que las había  vivido,  se mostraban realidades que guardaban todavía algo que rebasaba lo particular y atraía como un imán a todos.  

La siguiente vez que nos vimos, ella nos pidió que le permitiéramos contar lo que le llamó la atención. Empezó por describir cómo en la tarde  había contemplado  la lluvia a través de la ventana de su cuarto de estudio:- Las gotas caían con un ritmo suave, fue un alivio porque el día anterior, el torrente era tan fuerte que retó a mi tranquilidad al ver las nubes densas de un color gris plomo, cubrir un enorme espacio; sabía que si su contenido se precipitara de golpe, provocaría caudales que arrasaban a su paso con todo, por eso abrí la ventana y les grité que se desplazaran hasta llegar a los campos agrietados por la sequedad, sembrados con semillas en espera del agua para despertar; les hice un reclamo para que mejor fueran a derramar con fuerza sobre los bosques incendiados y apagaran las voraces llamas que los consumían; volaran a llenar las represas, los ríos y lagunas que contenían el abastecimiento para evitar enfrentamientos salvajes de todo tipo-. Su voz resonaba y cada uno empezó a imaginar su propio universo con las peticiones de lluvia necesaria cayendo en la tierra que guardaban en su interior.  Algunas miradas se tornaron cristalinas, corrieron lágrimas en los rostros que se mantenían quietos como hipnotizados en sus visiones. Los recuerdos desbordaron un llanto común inexplicable,  su relato generó un ambiente de respeto silencioso.

 – Me escuché enojada apuntando con las manos a las nubes, al bajar la vista un poco, alcancé a ver en el horizonte el resplandor de la puesta del sol que con su brillo amortiguado descendía lentamente entre tonos malva, amarillos, anaranjados y rojizos que rasgaban otras nubes lejanas. Los rayos abiertos como un abanico parecían una corona enorme, se filtraban iluminando partes dibujadas como islas, se hundían formando caletas, increíblemente apareció para mí, un cuadro con el movimiento del aire. La lluvia había terminado y me concentré en la escena que a la par se había diseñado entre lo fresco y cálido del atardecer. Me vi caminando en un rompeolas, mirando al infinito, de pie entre unas rocas enormes que recibían los tumbos del agua salada y bañaban constantes la orilla. Con los brazos en alto invoqué a la energía poderosa que es capaz de tornar en tormentas y huracanes los vientos suaves que empujan las velas de navíos pequeños o rugen fracturando naves de hierro de gran calado.  Ella concluyó su exposición al decir que el sentido de pertenencia que habíamos establecido en el grupo, se integró en su experiencia y le sugería la identidad con la cuál cada uno se relacionaba, y por lo visto era la causa de entrelazar las emociones con el llanto. Quedaba aclarar cuál emoción era tan poderosa que generaba la reverencia de quedar en silencio para escuchar como lo habíamos hecho. 

Uno de los oyentes se levantó y pidió la palabra: -Me voy a permitir contarles cómo el agua que tú has descrito en tus visiones ha sido para mí un referente de pertenencia y de identidad. Aquí mismo, me atrevo a decir esa sensación ha sido compartida. Aunque nos consta que en muchas ocasiones estamos en desacuerdo, sabemos que existe algo que en un momento nos reúne, y por eso el llanto, el silencio y el respeto. En mi caso las imágenes me transportaron al final de un largo recorrido con una subida pronunciada, entre gran cantidad de plantas, y la humedad de un clima muy caluroso. Me encontré con la vista de una caída de agua de gran altura; mi cansancio se fundió con la brisa que se desprendía, y con lágrimas que no pude contener. Casi pedí permiso para entrar al suelo que recibía el agua aminorada por las peñas y que se precipitaba en una cascada benigna, pero con la misma energía, me permitió ponerme debajo, cerré los ojos y sentí lo frío del agua, junto con lo tibio de las lágrimas que no pude contener para dar gracias por ese momento. Alguien intervino: Te aseguro que una sensación semejante se transmite. Quiero compartir al respecto lo que me tocó de una manera similar con un conocido.   

Esta persona, con mucho entusiasmo, me platicó que por fin había podido hacer un viaje en el cuál el hotel estaba en la playa. No sabes, me dijo, ¡Qué espectacular vista! él desconocía que uno de mis paseos frecuentes eran a las playas, así que procuró destacar todo lo maravilloso que fue su primer encuentro con el mar. -Llegamos, y lo primero que ves es una gama de azules y verdes. Turquesas, jade, esmeraldas, zafiros, y cuántas piedras preciosas sólo había visto en fotografías, en ese instante cobraron vida. ¡El océano las contiene todas! Entendí el porqué se mencionaban ligadas siempre a lo profundo e infinito, y ya sabrás que lloré y lloré, las lágrimas salieron solitas, y mis manos se juntaron para pronunciar una oración y en señal de gratitud-. Su plática me impactó tanto como el reconocer que no todos tenemos las mismas experiencias y además no todos las valoramos por igual. Es increíble que para unos es rutina pasar enfrente del mar o las cascadas y ya no se interesan en mirar; en cambio para otros ha representado un logro, una meta cumplida, o  un descubrimiento grandioso. Lo que tal vez nos conmueve es que entre la ilusión, la tristeza y la realidad se elevan las palabras con poesía, con mantras, y se junten las manos para agradecer.  

La mayoría movió la cabeza con un gesto de acuerdo. Podían percibir que ese algo perseguido se dejaba ver un poco como en un juego de escondites. Con anterioridad pudieron conmoverse con la imagen de un niño, un animalillo doméstico o salvaje, una persona anciana o un recién nacido. Cada uno al relatar su historia se volvía sensible al ver y escuchar al otro, con cada vivencia  configuraban en su memoria y en su presente una mejor atención a lo que los reunía. Nadie esperaba que le dijeran lo que quería escuchar, se proponían conjuntar lo que les sorprendía, lo que no habían podido creer o imaginar, eran realidades innegables no había necesidad de cuestionar. Acaso en algún relato la indiferencia se  hacía presente, pero también eso era valioso puesto que nadie permanecía en contra de su voluntad; no había premios, ni se obligaban a estar atentos. Sin embargo, lo mismo era interesante una sensación de alegría que de tristeza, la edad de los protagonistas y sus particulares circunstancias. Por lo tanto otro participante dio un giro a la conversación. 

- Muchas veces he conocido personas que creen estar muy lejos de sus aspiraciones. Se han convencido de que hay cosas inalcanzables. Pero he conocido a otras que no se conforman, o mejor aún, no se resignan. Entre estas disyuntivas, me han enseñado que surge intermitente la posibilidad de enfrentar lo que sea. El propio miedo se convierte en una fortaleza. Le han puesto disfraces a sus temores, como  lo han visto en las películas para niños, y observan cómo se desvanece lo que los hace temer. ¿Les ha tocado presenciarlo? También ahí se derraman lágrimas, a la par, puede ser que en una etapa, se mezclen el dolor y el miedo para confundir lo que nos unifica, pero doy testimonio de mujeres  y hombres que mostraron la fuerza que los alentó a salir de esos abismos y me hace comulgar con ellos. Vivieron con dolor muy diferente al sufrimiento. Supieron distinguir el deterioro de su cuerpo  sometido a grandes esfuerzos, pero se hicieron responsables y eliminaron paso a paso el sufrimiento que es la opción personal. Los que se han ido me decían que es complicado, que es difícil, pero se fueron con la certeza de que  existe algo que se sobrepondría y nos mantendría unidos. De ahí aprendí significados personales y lamenté profundamente haber sido insensible  en momentos cruciales para ellos y para mí.  

Los pensamientos de los oyentes nuevamente volaron con su memoria, los ojos rasados del agua viva que son las lágrimas. La congregación quedo conmovida. Sí. Definitivamente había algo que los reunificaba y les daba ánimo para seguir en su búsqueda de identidad.    

EN MEDIO

 En la gruta solamente resonaban los pasos y la conversación no tan amable de los exploradores, después de haber  cruzado por la cascada que con un sonido atronador era la entrada  a las cavernas, y formaciones que con el paso del tiempo se transformaban  entre destellos de luces y sombras. Al parecer ambos estaban cansados de su mutua compañía en esas condiciones. Uno de los amigos Comentó: Me disgusta este lugar, no entiendo para qué hemos venido. Cada paso es inseguro se necesita algún apoyo, apenas se ve el camino, y tú me apresuras para ir más rápido. El otro replicó algo molesto: Pues si no te gusta, regresa, no me sigas, si no te das cuenta, para mí es bastante cansado tu paso lento y quejumbroso.

El sonido de las gotas de agua  que se filtraban desde el techo a veces calmaba el diálogo;  en algunos lugares se asomaba por las grietas un pequeño haz de luz que iluminaba el punto en donde caían, para formar círculos concéntricos que se extendían hasta perderse en la oscuridad al fusionarse en el río subterráneo que a pesar de estar como escondido en la penumbra, dejaba escuchar su paso con una corriente llena de murmullos al descender entre las rocas y fluir en las caídas suaves de su curso. El amigo insistió: Realmente me siento cansado, tengo que detenerme. 

La respuesta no se hizo esperar: Como quieras, voy a seguir hasta la cámara mayor que señala el mapa, ahí comienzan varias rutas interesantes, te espero el tiempo que se marca para concluir este tramo. Si decides continuar o regresas ya lo veremos, comprendo que si no entiendes a qué has venido, es inútil que te cuente la sensación que experimento, mi interés en descubrir qué ha cambiado, es de locos creer que detrás de una cortina de agua que ruge cuando se precipita al vacío exista una entrada. Sé que es atemorizante incursionar en una bóveda oculta, oscura y resbaladiza, con la expectativa de ver amplios espacios iluminados y encontrar la salida entre varios senderos alternativos, pero es que ya he hecho el recorrido y te aseguro que no hay algo que temer, ni en la ruta ni en las salidas.  Es peor quedarse en medio como pretendes; pero estar un momento quieto de todas maneras puede ser que te sirva, solamente toma en cuenta la hora y no te olvides de checar el tiempo transcurrido para encontrarnos. Tienes razón, no puedo apresurar tus pasos. Cuando inicié en esta aventura tuve guías expertos que me acompañaron para que disfrutara descubrir con calma lo que hoy me asombra.

 Con un ademán de despedida el compañero reinició la marcha, su silueta se desvaneció a lo lejos. El que había quedado sentado aguzó el oído, y entornó los ojos para tratar de ver la distancia tanto del recorrido de entrada como lo que faltaba para la prevista cámara iluminada. Era difícil interpretar en el mapa la realidad que enfrentaba solo, en un lugar conocido a medias entre la descripción de su amigo que conocía algo y su ignorancia también a medias, porque había leído las crónicas y comentarios de los que visitaban esa clase de lugares para divertirse, hacer un trabajo de investigación o cualquier otro motivo. Ahora se sentía solo en medio de la nada, se preguntaba para qué se había dejado llevar, en lugar de estar muy cómodo sin arriesgarse hasta sufrir un resbalón que podría hacerle daño.

Empezó a imaginar con temor el lastimarse y que no había quien lo auxiliara, se vio con la angustia de arrastrarse hacia la entrada, con la barrera de la potente cascada, o la espera de su amigo que estaba mucho más lejos del regreso para ponerlo a salvo.  Su corazón se aceleró y pudo escuchar los latidos que resonaban secos junto con su respiración que se agitaba tratando de jalar el aire que le parecía insuficiente. Poco a poco la energía del lugar se torno densa, asfixiante, estaba paralizado por el miedo que se apareció como las múltiples amenazas de lo desconocido; la incertidumbre tomó fuerza; y si su amigo no esperaba, si  a pesar de conseguir llegar a una salida, el lugar era peligroso; si confundía el retorno y se quedaba en medio nuevamente.

Para ese momento ya no podía pensar con claridad. Apretó en su mano el mapa, ahí podía observar sus alternativas pero dudaba de sí mismo. No acertaba a tomar una decisión, y el tiempo lo atormentaba. Su indecisión  generaba más dudas que soluciones. En su desvarío, de pronto le pareció escuchar una voz conocida: Puedes escoger entre estos juguetes el que quieras. Pero mira que este es muy pesado, te puedes lastimar, aquel es muy ligero se puede quebrar, el grande estorba y no hay dónde guardarlo, el chico se perderá en la caja entre todos lo que ya tienes. Pero tú decide. Es tu regalo. Luego iremos a comer, piensa lo que quieres pedir. Te encantan esas cosas, pero que tal si pruebas las que te dije. Bueno, no te obligo tú decide, pero hay sabores muy variados, elige, quiero complacerte eres el invitado. 

 Desde otro rincón se oía una conversación: Fíjate bien, será una actividad que harás el resto de tu vida. Será la base para que después puedas mantener una familia, tengas todo lo necesario y ganes un lugar de prestigio y de respeto. O elige lo que quieras, total es tú vida, pero de aire no se come, además la “pareja” que quieres no se fijará en un cualquiera, pero bueno, tú eres especial y deberán apreciarte, así como eres, no te preocupes, sólo decide bien y contempla todas las posibilidades. ¡Ah! Y no te apresures, pero mira que el tiempo pasa y no es lo mismo a los veinte que a los treinta, cuarenta, cincuenta, bueno tú me entiendes. Se va el tren, el reloj biológico no se detiene, tus tíos, y familia esperan mucho de ti, de nosotros, no les podemos fallar. 

Se quedó quieto, recordó que en cada ocasión él sabía que quería, pero con frecuencia había alguien que lo cuestionaba y al final tomaba con desgano lo que fuera. Entre las tinieblas, le pareció ver una sombra que empezó a levantarse al frente, como los fantasmas blancos que espantan a los incautos; giraba muy lentamente y desplegaba un velo junto con su ropaje formado con pequeños trozos sombreados que se desprendían en girones; su atuendo fragmentado de un color negro, resaltaba entre la negrura que inundó su pensamiento. Le  provocó terror que aquellas fuerzas se acercaran  y de golpe lo llevaran a rastras sin piedad. La visión nublada le recordó sus culpas, situaciones de vergüenza, “pecados, faltas y fallas” de juicios propios y de otros tantos dictados por las sombras pequeñas que ahora danzaban alrededor para desquitar su furia, y le provocaban dolor.

Con cautela le miraron de reojo y recitaron en una letanía: No creas que lo hacemos para herirte, tienes que aprender que nada es fácil, que sufrir es parte de tu carga, es inútil que quieras escaparte para eso estamos aquí, para señalar que te equivocas, que tu opinión no cuenta, que haces el ridículo al pensarte agraciado o que eres valiente, mírate en un espejo. Pero tú decide, cambia lo que puedas recuerda que estamos contigo, muy de cerca para acompañarte. Aquí en medio es muy propicio tú lo sabes. Cada afirmación hacía más pesado el ambiente, y a él mismo. El supuesto descanso era contraproducente. 

En un instante las pequeñas sombras configuraron una gran imagen en un espacio deforme, justo en el medio de la decisión que no tomaba. Como resultado el pasado volvió en recuerdos con voces y visiones sorprendentes. Desdibujaba su presente y no acertaba a predecir qué futuro le aguardaba. Parecía desprenderse de algo que él mismo en su inacción estaba construyendo para dominarlo como un ente que le quitaba el aliento y se apoderaba de su situación. Sin embargo, ya no era un infante desvalido cuyas demandas son cubiertas entre engaños o inocencia. Tampoco tenía ya disyuntivas determinantes en una edad de rebeldía en perjuicio de sí mismo, se consideraba capaz de advertir los fantasmas blancos y las sombras negras que lo intimidaron, pero seguía en medio de una aventura que lo mantenía atrapado. 

 Como pudo, se levantó; desplegó el mapa y acercó la luz de la lámpara en su casco. Repasó la distancia de lo caminado hasta la entrada y los metros que había para encontrarse con su compañero. Por un lado, el torrente de agua era una puerta superada, que lo invitó a observar muy dentro algo atractivo, emocionante, complicado pero simple a la vez. Se atrevió a burlarse de sí mismo al saber que estaba en medio de una gruta bajo tierra que ni figuraba como un punto de referencia en la superficie de las montañas. Empezó a caminar y se alegró al escuchar la risa que salió espontánea. Había creado un drama él mismo, en medio de simulacros mentales que dispersan la energía en sitios indefinidos en una mediocre medida. En nada comparable al justo medio que define una gran decisión. Pudo reconocer que en movimiento retomaba su energía, y era mejor usarla.


ORDEN PERFECTO

  La noche había sido larga. Tenía algunos pendientes por lo que abrió los ojos un par de veces, pero era imposible ver en la obscuridad, todavía faltaban unas horas para el amanecer. Era cuestión de ser paciente, pero la mañana se tardaba en llegar. Se acomodó nuevamente entre las cobijas y empezó mentalmente a revisar las tareas que haría; varios pagos, pero nada urgente, atender el trabajo, y algo que le alegraba; probar  el viejo radio que había hecho reparar.  El aparato fue un regalo y lo quería conservar casi como una pieza de museo muy querida. Lo había puesto en el buró y como estaba al alcance decidió encenderlo; sonaba bien; le resultó agradable escuchar en la penumbra algún programa. En el canal sintonizado una voz apacible hacía comentarios: -Es necesario fijar límites para construir formas. Es imposible que en el desorden surjan estructuras intencionadas como los actos creativos para los cuales estamos llamados a realizar mejoras en el hacer y en el ser  al coexistir dentro de una perfección total. Un acto creativo es característico del ser humano; en él está presente el poder de transformar y transformarse al entender el orden que lo integra, conformado por el reino mineral, vegetal, animal, y por lo tanto, reconocer  los límites en su comportamiento para lograr una vida mas allá de las reacciones que gobiernan los instintos.- 

El escucha pensó que palabras como “orden perfecto” eran algo difícil de imaginar. ¿La perfección en el actuar de los individuos?; ¿lo perfecto de las situaciones caóticas? Se distrajo recordando tantas cosas complicadas que se enfrentan cada día; cuando retomó la atención, la voz continuaba diciendo: -Por la cualidad humana es posible establecer un orden creado por límites; al aplicarlos en diversas dimensiones, se da forma a infinidad de creaciones; se desarrolla el hombre mismo y su entorno. La persona que escuchaba se enderezó, y se sentó en la cama, ¡Un momento!: ¿¡De qué habla este sujeto!? ¿Habla de orden, desorden, perfección integrada por la humanidad? ¿¡Cómo!? La voz en el radio coincidió en un dialogo inesperado, hizo una pausa,  y dijo: -El orden perfecto contiene todas las formas, permite todos los límites, a partir de los cuales se recrea infinitamente.-

Imagina, que al fijar límites, se establecen pautas con las cuales, mediante instrumentos o con la voz del hombre producen vibraciones;  se arreglan las notas sonoras en armonía o disonancia para distinguir una melodía. Con el caos de un sin fin de vibraciones, el orden y el desorden con los límites adecuados, propician hacer infinidad de interpretaciones al modificar el esquema primario, pero que contiene en principio el sonido y el silencio. Es decir, que se limitan por un momento cautivas una serie de frecuencias vibratorias, para crear una sola obra musical o un discurso con palabras poderosas. En otro aspecto, con el uso de materiales desordenados dentro de un diseño que los ordena, se levantan estructuras, se delimitan espacios, que con diferentes perspectivas son muros o habitaciones para servir a toda clase de actividades. Pueden revestirse de detalles que lucen mosaicos, piedras, y combinaciones refinadas, para que se perciba la belleza en formas atractivas, además de sorprendentes en fuerza y resistencia. Por lo tanto, a partir de limitar espacios, surge la belleza del orden.

El escucha trataba de seguir a la voz que tan plácidamente divagaba entre conceptos y temas posiblemente desconocidos, o conocidos sólo por especialistas que seguramente tendrían cómo rebatir lo que pretendía describir como algo simple, sobre todo al referirse a la formación de un ser humano en cuya percepción de las cosas y de él mismo se interpreta el sentido de la vida. En ese monólogo interno estaba, cuando el emisor tocó precisamente ese aspecto diciendo: -El orden, el caos o desorden, los límites, y lo que se ha expuesto comprende una amplia gama de significados, que pueden suscitar mal entendidos y ser confusos cuando se trata de poner límites para formar a un ser humano. Me refiero a un individuo que decide evolucionar por sobre los límites que le han fijado toda clase de ideas ajenas. Es muy posible que las creencias de sus padres, maestros, familia, y modelos de autoridad  aceptados  socialmente hayan puesto los límites a sus expectativas en una mezcla desordenada e incomprensible. Así que le resulte complicado entender un orden perfecto en el que transcurre su vida. 

No obstante, les aseguro que cada uno puede sentir la incomodidad ante individuos o situaciones que les disgustan; rechazan instintiva, razonadamente o por intuición; muestran, o ven modos de ser que no aceptan, los deja indiferentes, o los mantiene en alerta, hasta que finalmente se atreven a cuestionar de dónde surgen sus sentimientos de tristeza, de alegría, de satisfacción o de vacío. Normalmente se conocen las emociones que son causa de la envidia, el enojo, la ira, pero sobre todo, del sentimiento de infelicidad. Muchas vidas se cortan o quedan en espera con justificaciones y apariencias; sin darse cuenta, dicen, desconocen el cómo han sucedido las cosas que los abruman. En este sentido, se han deformado o dejado deformar con límites aprendidos dentro de las emociones  y noticias desordenadas.

La formación del ser humano es tan peculiar por los aspectos intangibles que lo conforman; las emociones especialmente “se sienten” de manera particular, pero son evidentes en el comportamiento y la acción. Te suena eso de que; “parece una bestia, o se porta como un animal”, posiblemente en alguna ocasión te han tocado o tú mismo reconoces reacciones que lamentas más tarde. En la escala de superar los miedos y las reacciones de la mera supervivencia, ninguna otra forma del ser posee el don de recrearse. Por el deseo del ser humano cada uno tiene la capacidad de decidir perfeccionarse a sí mismo al elegir poner orden y eliminar los límites impuestos por extraños. La complacencia de los deseos de otros, aprender a querer lo que quieren otros, y pasar la vida en los caminos que marcan desviaciones sin darse cuenta, o al renunciar  a dirigir su propia vida puede convertirse en toda clase de desperdicio de la energía en limitaciones infra humanas.

En la transmisión se hizo una pausa comercial. La mañana ya estaba en todo su esplendor, el aparato se transformó como en un desquiciado. Empezaron las quejas, las noticias alarmantes, las voces cotidianas de información que repetían hasta el hastío el caos en todas partes. Ahora resonaba la manera de in/formar muy diferente. El ruido era ensordecedor, la música altisonante, gente alterada desde adentro y desde afuera. Dentro de este desorden era complicado retener lo que la voz en el radio transmitía. Poner orden, fijar límites, crear formas nuevas o superar las ya existentes. En ese inter llegó alguien, con un consabido saludo para reiterar la insolencia en reclamos de todo tipo de gente; preguntas del porqué de situaciones indeseables; señalamientos para el desamor en toda clase de relaciones y augurios desastrosos. Con otra pausa, la voz retomó la conducción del programa: 

-Si hay un gran espacio vacío, solamente al delimitarlo se consigue dar una forma. La mente humana en ese sentido puede llenarse ilimitadamente de toda clase de información. Posiblemente alguna vez han padecido lo que significa no poner límites al torrente de pensamientos; se convierten en un desorden imparable; resultan en insomnio, desconfianza, es un estado personal que se deja sin control y crea desorden por sí mismo. El caos se aprovecha de la falta de límites, se alimenta de los pensamientos sin control. Pasa por encima de la persona que descuida el orden y cree que la perfección no existe. Es claro que fuera de causes se gestan, deforman y desbordan fenómenos devastadores y es difícil percibir  un orden. Es como la tormenta perfecta que a pesar del desastre que causa, no podría haber sido sino en un orden perfecto. En el ser humano de igual forma se gesta el  caos fuera de límites, pero  existe la posibilidad de detenerse, cambiar de rumbo, nada ni nadie desconocido se lo impide o se lo permite, sólo él mismo como individuo.

Puede ser que en los extremos se genere el desequilibrio y, aun así, lo has comprobado, se restablece la salud, se reinician relaciones, hay otros ingresos de dinero o de recursos, se plantean nuevas metas, se retoman objetivos, se reafirma un propósito. Después de todo si te enteras o no, existe un orden perfecto. Eres tú el que lo acepta, lo acompaña o lo rechaza.- Al terminar la voz despidió el programa, el escucha se sobresaltó incrédulo, casi se le había ido la mañana que tanto esperaba, ahora era tiempo de actuar sin tardanza. 

VISITANTES

¡Por fin, se acercaban visitas! El hombre anciano caminó hacia la puerta en su habitual manera de poner los brazos hacia atrás y entrelazando sus manos. Escuchó algunas voces para calcular el número de personas, a él le hubiera gustado recibir a numerosos grupos, pero últimamente eran muy pocos los que se desviaban de las calles principales para asomarse al rincón en dónde se ubicaba la pequeña capilla que estaba a su cargo. A veces se asomaba por encima de la barda de piedra que cerraba el atrio para ver la fila interminable de turistas y visitantes, pero nadie volteaba para ver el lugar en donde él se encontraba. La mayoría venía para conocer la gran catedral del centro, llena de ornatos y reconocida mundialmente. Cierto que era una obra magnífica. Todo mundo admiraba las naves y retablos cubiertos con lámina de oro. Era una filigrana de figuras, guirnaldas, ángeles, querubines y todos los tronos celestiales. La gente admiraba desde diferentes puntos de vista el conjunto que representaba un templo para los creyentes de un ritual religioso o el estilo arquitectónico como una joya de la capacidad creativa de artesanos y arquitectos.

El anciano se alegró; en cuanto vio al primer visitante le señaló que, además, podrían bajar unas calles para conocer otro rincón que pasaba desapercibido pero que estaba dedicado a un Arcángel de los más importantes. Enfatizó que eran sólo dos cuadras para animarlos a caminar y conocer otras callejuelas interesantes. Casi nadie lo tomó en cuenta, algunos entraron a la capilla y vieron los símbolos que cada uno asociaba con lo que entendía de arte, ritos o de nada importante. Para el cuidador de reliquias y lugares tradicionales, la variedad de actitudes que observaba en cada visitante le resultaban extrañas. Normalmente los mayores de edad entraban para contemplar los altares, fijaban la mirada en lo que estaba expuesto ante sus ojos y posiblemente encontraran algo valioso en sus recuerdos. En su entender les hubiera gustado permanecer más tiempo en silencio, pero los apresuraba la impaciencia de los más jóvenes que ni querían entrar y les aburría la espera. Para el anciano eran incomprensibles muchas actitudes indiferentes si estaban de paseo, a veces le entristecía el poco interés que se mostraba; le desconcertaba la prisa en pasar de largo toda clase de sitios, datos históricos, o lugares que a él le parecían maravillosos en la tierra de sus antepasados. Centro de plateros por excelencia.  

Miraba como en una peregrinación, los cambios dramáticos que desde su juventud él mismo había experimentado. En su infancia lo vistieron de acólito, un término que causaba gestos, y cuestiones en los visitantes al desconocer el significado, pero que no aclaraban al igual que muchas más palabras de uso común en una época en que el adoctrinamiento llamaba a los niños para ayudar en rituales convencidos de que debían actuar con seriedad y devoción, cosas que eran desconocidas o ajenas a los turistas nacionales o extranjeros con quienes había tratado de explicar algo. No obstante, él recordaba cómo su pensamiento se elevaba junto con las espirales de humo del incienso que inundaba los recintos en donde él asistía. Indudablemente aquellas celebraciones le llenaban de alegría; lo guiaban en su actuar con la familia, sus semejantes; en sus aspiraciones, y lo orientaron favorablemente en cada etapa de su crecimiento. No tanto por lo que se decía, sino porque él podía crear sus plegarias, imaginar sus lugares sin la presión de quienes pretendían indicarle su dirección. En ese ambiente tuvo la fortuna de aprender a aislarse. Sí participaba, pero no seguía el oscilar de las cadenas del incensario que mecía con sus manos, pero sí el sonido de las campanillas que era cristalino al repicar. Entre esas dos tareas su mente y sus ideas se escapaban por las ventanas, las puertas, y cualquier rendija que el aire liberaba.

Es verdad que entendió poco a poco el valor de todo aquello que se había labrado como una fortaleza, entre buenas intenciones e ignorancia, entre sueños y realidades que pudo distinguir finalmente y que atesoraba como el presente de sus muchos años. Por eso, con entusiasmo recibía a la gente joven; les daba la bienvenida, aunque luego se alejaran para no tener que ser consecuentes a su discurso lleno de palabras raras. Les agradecía la visita, los dejaba ir con sus buenos deseos dichos en voz baja con la certeza de que tendrían algún día el tiempo para recordar y quien sabe, si volverían con una nueva mirada, aunque él ya no estuviera, para admirar tantas cosas que en aquel momento les eran indiferentes. 

Aceptó seguir de guarda y hacer lo que hacía porque al paso de los años comprendió que lo sagrado y lo profano son etiquetas renovables. Que la vida pone a prueba lo inamovible incrustado de temores; lo valioso se labra con cinceles propios para dar formas insospechadas a las mismas piedras, puesto que también lo había visto en visitantes que llegaban en las fechas establecidas para presenciar la mortificación del cuerpo con rollos de cardos y látigos que laceraban a los portadores. Eran otro tipo de conmemoraciones en las que no había el perfume del incienso, pero estaban para congregar a otros muchos que de igual forma se aburrían o pasaban de largo sin detenerse a mirar las procesiones dolorosas  por imposición propia o como en su tiempo, porque alguien los convencía para ayudar sólo que con otra vestimenta; con cadenas que arrastraban en sus pies rasgando las calles y su piel.

Por lo tanto, ya fuera esperando a los visitantes en su encomienda o de pie para ver pasar las procesiones sabía que la distracción era constante y nada la detenía, igualito que a los cambios planeados o imprevistos todo contribuye, se decía. En su tiempo libre también se convertía en turista y visitante. Se mezclaba con el río de gente, entre los colores de las artesanías, saboreaba un buen bocado, con una bebida preparada o agua fría simple, se deleitaba con frutas cortadas en los puestos callejeros,  y con una especie de panquecitos hechos con harina de arroz envueltos en papel de estraza con dos trocitos de espigas  que cerraban la masa a modo de una "cajita" de donde tenían su nombre típico. Si tenía mayor antojo podía ir a los restaurantes que lucían balcones adornados con macetas llenas de flores, sombrillas, y cortinas desde donde se veía el quiosco central. Le parecía increíble que se juntara cada día el contraste que vivía con la frase milenaria de que “no hay nada nuevo bajo el sol”. Era un reto para el entendimiento o de plano una mala jugada para la evolución. Detener el tiempo aprisionado en una obra grandiosa, dejarlo correr en el olvido, o retomarlo, pero como en un reloj de arena que se escurre de prisa en un diminuto torrente imparable.

Cuando alguien se interesaba en su conversación el hombre emocionado declaraba: Sea como fuere de acuerdo con los dichos de los abuelos: Que te salga bien tu vida es lo importante. Que tu vida transcurra con felicidad es el ideal. Los visitantes encantados le brindaban una sonrisa, viejos y jóvenes por fin se ponían de acuerdo: Sí hombre hay que estar felices aprovechar esta oportunidad. Como era usual algunos entraban a la capilla, otros se sentaban en el pretil de piedra como aburridos, indiferentes, hasta que salía uno con la propuesta de ir a las callejuelas sugeridas, encontrar construcciones dedicadas a seres misteriosos para conocer algo más. Entonces el anciano los detenía un momento y les decía: Aquí viene a cuento un relato de un visitante que llevado por la vida ingresó a un lugar sagrado en donde un monje le dio la bienvenida; lo acompañó para que prendiera muchas velitas que según le dijo, lo descargarían de todos aquellos que se le unieron sin saberlo, para que él fuera el viajero que al ser visitante de un templo les cumpliera su deseo, y pudieran regresar a su hogar con tranquilidad.  

Dedicado a Taxco de Alarcón en el estado de Guerrero, México, y a mi hermano el menor.

 


PATRONES

 Pues tienes que hacerlo, tú deber es la obediencia. Se oyó el fuerte golpe de la puerta que se cerró, al igual que la posibilidad de entender que sucedía. El muchacho se quedó con los puños apretados y la respiración agitada para contener la réplica que latía en su garganta y en todo su cuerpo. Con esa tensión lo único que se le ocurría era destruir y buscar cualquier oportunidad para ir en contra de las imposiciones que le recordaran que su pensamiento y acción estaban sometidas a patrones que lo obligaban a seguir voces alteradas por la ira, y acciones que sometían por la fuerza. Cada encuentro en esas condiciones le obligaron desde niño a defenderse, desarrollaron en su carácter la predisposición a responder siempre alterado con enojo y rechazo o a veces con indiferencia despreciando cualquier intervención que poco a poco minaba la seguridad en sí mismo, su capacidad de acción, y desconfiar de quienes se le acercaban. No entendía cómo se podía confiar en la gente si en su casa había verdugos. Su visión del mundo a través de agresiones directas o de manera pasiva determinaron un camino sumamente complicado de descifrar.

Cuando fue pequeño no había opción, se quedaba paralizado, le era imposible oponerse a los castigos duros y crueles, merecidos o no, puesto que naturalmente hacía con audacia y valentía toda clase de aventuras; su inocencia no calculaba ni riesgos ni consecuencias, pero era inocente. Sin embargo, llegó un momento en que la rebeldía se impuso a la sumisión. Aunque todavía inmaduro por las buenas o por las malas aprendió a reaccionar ante las imposiciones, se alteraba con facilidad y respondía sin conceder un momento antes de actuar para prever su propio perjuicio. No se daba cuenta de que era presa, al igual que los que lo obligaban, de patrones asimilados de un deber ser pervertido; justificado por una necesidad de continuidad arraigada en miedos ancestrales de supervivencia entre luchas de poder insensatas. La frustración que sentía con frecuencia le hacía ver una vía de rieles forjados con hierro inflexible, que llevaban a una potente locomotora a continuar sin variación un rumbo establecido; arrasaba a su paso obstáculos hasta chocar y explotaba en pedazos con estruendo. A menos que él tomara una aguja para redireccionar la ruta. Entonces la locomotora pasaba rauda lo que le causaba una sensación de alegría en la que le gustaba permanecer.

Él tenía la afición por la lectura. Libros de todos los temas eran fuente de imágenes que muchas veces le permitían dejar a un lado los gritos y ademanes impositivos; se ocupaba en repasar sucesos en la historia de las grandes civilizaciones que le abrumaban; la intriga por los deseos de inmortalidad y trascendencia se repetían; se revelaban en algunos casos, entre las luchas de poder de guerreros  admirables por su valentía y fuerza para emprender conquistas al frente de ejércitos incondicionales que admitían sus órdenes al verlos luchar con arrojo junto a ellos. Se asumía un designio divino para sojuzgar pueblos, reinos, castillos, territorios, y todo lo que se opusiera a su afán de lograr la inmortalidad aun en contra de lo imposible de alcanzarla en la existencia humana, pero en la creencia de que al hacer obras majestuosas y hazañas imponentes se les daría el reconocimiento a su ambición. El muchacho por lo tanto configuraba sus propias batallas envuelto en una confusión de metas, limitantes y espejismos, a veces incomprensibles.

Aprendió a imitar señas para comunicarse con seres imaginarios; con un movimiento de ojos dictaba órdenes; movía las manos para indicar que se retiraran sirvientes, y emisarios que reproducía de la lectura sobre las maneras de interactuar en las fortalezas llenas de traiciones y secretos que se practicaban para ocultar intenciones. Los castillos, palacios, complejos formados por pirámides en vastas extensiones de desiertos, construcciones diversas aisladas en la cima de montañas ideales para la defensa y el ataque eran no obstante un terreno en donde habitaban internamente múltiples enemigos. En esas condiciones era frecuente la locura. El ambiente normalmente era hostil, se creaban bandos contrarios por constantes envidias, calumnias, traiciones; los desequilibrios y excesos carcomían las mentes. Desde los gobernantes consumidos por su propio poderío que derivaba en arrogancia sin límites, continuados por guerras para extender dominios bajo una autoridad implacable.

Hombres y mujeres esclavizados al servicio de la expansión territorial; el saqueo de las riquezas, la exigencia de tributos, e incluso por la imposición al temor ante el dominio sobre la vida y la muerte de manera irrefutable. El esquema se mantenía con el desarraigo forzoso de la gente para olvidar y convertirse en extraños de sí mismos sin derecho ni a levantar la vista. Con lo cual se garantizaba el seguir los condicionamientos sociales de repetición de patrones basados en la obediencia.

El muchacho pensaba que posiblemente los castillos y fortalezas con murallas, que en los cuentos suelen aparecer como un sueño de felicidad que transcurría entre jardines, fuentes, lujo y comodidad pudieron contener el hastío, hasta trastornos mentales de los que permanecían encerrados, ya fuera que hubieran nacido en cunas de oro con derecho hereditario obligados a pelear en una carrera impuesta para ascender al trono; o los que  atados con  cadenas eran encerrados en calabozos, y tumbas  con la angustia de que se olvidaran de ellos, sin salida, por el  castigo dictado en un desvarío de sus amos o del humor de los verdugos. La personalidad se desdibujaba con la soberbia, se dictaban órdenes impulsivas o había pérdida de vida auto ejecutada.  Tal vez por eso se decía; que en los cuentos de hadas también surgían dragones, fantasmas, almas errantes y toda clase de espantos.  Desde ese punto de vista cada gran civilización, a pesar de sus avances ha sido destruida y sólo quedan vestigios. Él se animaba en su reflexión para traducir los cambios sucedidos como un juego de palabras. Patrones personificados con la autoridad auto conferida, o como modelos de comportamiento repetidos a lo largo de todos los tiempos.

Un grito con un ademan de impaciencia, volvió al muchacho a su presente para confrontar con tensión nuevamente cada parte de su cuerpo. ¡Obedece! fue la orden. Tienes que ganarte lo que comes, debes hacer lo que se espera de ti como un hombre educado, es necesario que cumplas con las tradiciones, los usos y las costumbres para que tengas una vida cómoda, más retribuciones en dinero, fama y popularidad para que te sostengas en una posición importante. ¿Es que no entiendes que de eso se trata esta vida?  Con una media sonrisa burlona él pronunció un “Ajá”, seguido de aseveraciones simples:  Y qué me dices de los que ya manejan su horario, y pueden estar en cualquier parte atendiendo asuntos de trabajo, de familia, y divertirse además con todo eso. Un ceño fruncido encaró con furia el desacato. Si me muestras qué también les ha funcionado me lo creo. Qué tienes para ofrecer en tu esquema sin patrones que presumes como entendido. Que no se repita el respeto hacia la vida, que se devaste sin escrúpulos cuanto escenario sea avistado, que se evada la responsabilidad de cada uno disuelta en la masa informe. Qué sugieres en tu lista para rehacer o exterminar.

Las palabras y los gestos se congelaron. Qué elegir y cómo hacerlo; ¿era importante? Había valido la pena dominar o someterse. Pasar años insensible, actuar indiferente ante un final desconocido, resentir en un lugar inestable que se llena de años sin retorno o con la fuerza irrefrenable pero ciega en un círculo vicioso o de virtud que sigue vedado a propósito o con permiso en patrones reciclados. El muchacho pensó que la locura estaba al acecho como en los viejos tiempos de los castillos, las murallas, de los reyes y los vasallos. Sin embargo, le tocaba elegir, le tocaba disponer de sus recursos. Al parecer solamente los escenarios son cambiantes, pero él era el protagonista ahora con unos cuantos años o resonando ante los muchos que eran evidentes en las arrugas, desesperación o complacencia de las palabras dichas por quien tenía enfrente. Él mismo había gritado a otros menores y mayores sin entenderlo, repitiendo los patrones inculcados por una paciencia infinita que le proponía romper moldes y patrones o callarse. De verdad: ¿Callarse?

CUMBRES

 De acuerdo, hacer cumbre debe ser un acto glorioso, ¿pero sabes? voy a decirte que se siente en cada momento al ver la meta, a unos metros, tan al alcance. Es algo semejante a entrar en una dimensión que se ignora hasta que alguien o algo te impulsa para ver otras posibilidades de conocer. Es un ascenso que inicia en diferentes montañas, de altura insospechada, en apariencia simple, porque te atrapa su belleza blanca apacible y radiante. Pero algunas son volcanes nevados que reflejan la luz del sol cuyos destellos aparecen intermitentes o se muestran con fuego contenido y fumarolas tan poderosas que te advierten que pueden estallar en cualquier momento. Son tierra sagrada en donde hay grietas, glaciares, avalanchas y precipicios, que, aunque la mayoría son conocidos o previsibles, confrontan para el que se atreve retos fabulosos. Mi gratitud siempre ha estado con los exploradores que abrieron caminos y luego comparten ese privilegio para guiar a otros en un descubrimiento personal en un ambiente sublime.

La visión de una montaña es como si te hubieran presentado a un ser magnífico que está en el horizonte hacia cualquier parte que mires. Te despierta un anhelo de ascender que queda sellado para siempre. Invocan recuerdos de la nieve, el viento, el frío que se impregna en la piel sin importar que lleves puesta una chamarra. Son caminatas entre árboles, arroyos y abismos que intimidan, pero te fortalecen. Ahí puedes escuchar sonidos tan suaves como el ulular de los búhos en una noche de luna llena que se vuelve mágica con la serenidad de sus cantos y el correr de arroyos helados que brillan hasta llegar a una represa donde hay agua que viene desde el cielo y la puedes tomar para refrescarte, aunque parezca contradictorio en un ambiente gélido de grados por debajo del cero.

Es un mundo de maravillas que surgen inesperadas para comprobar que existe algo más allá del instinto de supervivencia al aceptar sin chistar un retorno inesperado por señales que percibe la intuición del que ha comulgado verdaderamente con la naturaleza divina; con los seres  que forman cada pico, cada muralla y sendero que guardan secretos sólo revelados a los valientes que pueden retroceder para esperar una nueva oportunidad de hacer cumbre con la paciencia que exige prepararse de nuevo. Por lo tanto, se forja una disciplina para ser constante en mantener una ilusión alegre, y algún día retomar el camino inconcluso pero abierto sin el acecho de peligros advertidos con bondad y sabiduría, despejados en la nueva oportunidad que llegará seguro si el deseo  es grande, de conquista, pero a la vez es humilde.

Es inolvidable la experiencia por haber estado en un refugio con literas para dormir, formadas con  tablones de madera, pero con el insomnio en la noche, la salida en la madrugada helada, para sufrir el famoso mal de montaña. Esto es que en los grupos que se forman, a veces, alguien siente que de pronto su energía se acaba, presenta mareos y desgano. ¡Ni un paso más y acabando de iniciar no el ascenso, sino sólo el caminito en las faldas a ras de suelo! En casos graves se expone al cuerpo a reacciones severas para ajustarse a las condiciones extremas a las que no está acostumbrado. Entonces los llamados de emergencia o las hazañas de los más capacitados para ayudar y bajar con pesos dobles hasta un lugar seguro para estabilizar signos vitales son admirables. Normalmente atacar un ascenso se realiza en grupo e idealmente se forma un equipo que solidario responde ante los imprevistos. Así que los que quieren y pueden continúan. Pero se comprenden situaciones que dejan aprendizajes valiosos en muchos aspectos tanto en las alturas como en las camillas de rescate.

Sí es verdad que hacer cumbre es un triunfo. Contemplar desde lo alto los valles, llena el corazón y el espíritu de poderío. Pero también te muestra que existen otras montañas increíblemente más altas que con su perfil dibujado en la lejanía te dicen que si cambias tu perspectiva ya te darás cuenta de que tan cerca y tan lejos puedes verlas, o sentirlas y al final tocarlas si te atreves. Ciertamente es un llamado que implica una serie de atributos físicos, de carácter, equipamiento especializado y de preparación que no cualquiera realiza. Pero lo más increíble es que con un sólo paso que emprendes en el primer sendero, quedas invitado a caminar, a escalar, y se abre la mente en múltiples puntos de vista inspirados en las cordilleras en donde se destacan las cumbres más elevadas. Nuevamente agradezco a quienes a pesar de haber vivido carencias se dejan deslumbrar por las montañas, volcanes y picos inaccesibles en su condición pero que, al contemplar tanta grandeza, tienen el poder de levantar la mirada y elevar su alma.

Es una experiencia y visión que perdura toda la vida. Son espacios de oración, en un encuentro cobijado por los elementos de la tierra que permite pasos firmes o te advierte con agua nevada o convertida en hielo que estés atento; con el aire en una brisa o en la ventisca inclemente que te obliga a enfocar la mirada para detenerte y retomar un rumbo; Con el fuego interno de tú anhelo contenido por un sol que resplandece o se cubre con nubes engañosas pero nobles que pasan ligeras o se quedan para propiciar una obscuridad que al final es luminosa y se aprecia desde arriba o abajo si se aprende el lenguaje adecuado.

Es usual que la poesía aparezca al describir a las cumbres y los intentos de alcanzarlas al igual que sus conquistas. Debe haber por lo tanto la hermandad en los que buscan sensaciones más allá de sus sentidos. Las Cumbres son como los padres y madres que enseñan a sus hijos, y trascienden el entendimiento de las muchas verdades que alientan a cada individuo. Te lo cuento de esta manera porque tengo entrelazados los recuerdos, las realidades, las imágenes presentes del” Izta” ,Iztaccíhuatl, el “Popo”, Popocatépetl, El Citlaltépetl, pico de la estrella o Pico de Orizaba, el “Nevado de Toluca” Xinantecátl, y tantos nombres y figuras que se encuentran como un cofre, un castillo, un arenal, un piso de pura piedra, un techo formado de estrellas, cantos y risas, camionetas desvencijadas, pero incansables para llevar a los que osan intentar lo que a su parecer es sencillo, un montón de nieve como silla, un té caliente de limón y una barra de chocolate para compartir con los cuervos que acompañan al caminante con sus graznidos escandalosos y sonoros que gritan ya en lo alto, hay que seguir, ¡Adelante!

Por enésima vez, ¡GRACIAS! a las cumbres imponentes en toda la faz de la tierra a las que he tenido el honor de ver, aunque sea de lejos como Los Himalayas; las que he cruzado, no a pie, pero jubilosa en un vehículo que se ladea en cada rodada en los Andes; Los Alpes dentro de sus glaciares; El Cervino y el Mont Blanc entre tantos paisajes majestuosos. Termino este breve recuento, para que tú lector, enumeres la infinidad de cumbres faltantes que llevas en tu experiencia. Seguro te han inspirado, seguro las tienes grabadas en tu mente y en el corazón. Al ritmo de himnos y cantos, con sonido de risas o llanto, como una aspiración, ilusión, realidad o aprendizaje. Algo hay seguramente para que la próxima vez que levantes la mirada estés seguro de que hay cumbres que, si te ha tocado verlas, tienen un mensaje puro para reunificarte, y estar más cerca de un gran plan de unión con el todo grandioso.

Esta narración va dedicada con todo amor para mis hijos; JA, A, G, y a sus abuelos; especialmente al abuelo J, cuya afición era el alpinismo, y al nieto que en algún momento disfrutó una experiencia con ese llamado que posiblemente se hereda por arte de la magia verdadera.

SILENCIO

Cuando escuché este relato, mi mente se detuvo. Hacía mucho tiempo en que los pensamientos eran un torrente interminable de inquietud. Podía entender el desvarío que azota a muchas personas cuando el desorden impera y somete al pensamiento. Por eso la visión de las imágenes que acompañaban a la historia que aquella mujer contaba, llegaron para hacer un alto e imaginar sus emociones; comprender su esfuerzo y abatimiento en una serie de circunstancias, donde era claro que había que avanzar o terminaría no sólo ella sino mucha gente sin la posibilidad de encontrar una salida. El día podría aparentar ser otro día cualquiera, dijo, pero realmente había transcurrido como el principio de una tarea penosa y al mismo tiempo liberadora. Compré la bolsa negra gruesa y grande, llevé la maza para romper el cemento, guantes, mascarilla, y sobre todo el temple para presenciar una excavación que se había pospuesto por varios años. Hubiera querido que nadie me acompañara, pero era necesaria la presencia de otros testigos para reconocer algunos rasgos.  

El trayecto en medio del ajetreo de una gran ciudad fue pesado, era un tumulto de gente, vehículos, y peatones en un estridente ir y venir. Por fin, cuando llegamos al lugar, ya no había ruidos; cruzar la puerta era como penetrar en otro mundo muy diferente, en automático se acallan las voces, se oyen murmullos lejanos; la atención se centra en recorrer las veredas marcadas en la tierra seca llena de escombros y yerbas marchitas hasta encontrar entre tantas pisadas el único surco que lleva a un lugar particular en dónde se levanta un polvillo que vuela en todas direcciones, pero vuelve a posarse para señalar un lugar preciso.  Los encargados iniciaron la tarea de remover los pedazos de piedras y los trozos resquebrajados de una cubierta, en un momento, la tierra en silencio hizo un espacio para permitir la aparición de unos girones de ropa. Todo estaba en calma, la respiración de los presentes se detuvo un instante, las miradas quedaron fijas y los movimientos afirmativos de los rostros de los que presenciaban la excavación dieron paso a guardar con cuidado cada hallazgo.  

 

 No hubo palabras, las miradas se ocultaron y los pensamientos volaron igual que el polvo hacia muchos recuerdos, hacia un tiempo que no existe, al asombro de las sensaciones que fueron terribles y se transforman de diferentes maneras entre la nostalgia, el dolor emocional, y la apacibilidad en la presencia de vacíos que se van llenando con vida, Inexplicable y definitivamente para bien. La mujer estaba tan absorta en su relato que capturó   sin querer en un solo pensamiento, los recuerdos y sensaciones de su audiencia en cuya imaginación se recreaban sus propias añoranzas.  Retomó la palabra con un profundo suspiro y lentamente explicó:  Solamente en una pausa previa se cuestionó si hubiera que buscar otra parte. La pregunta era tan sorpresiva, tan usual en esas circunstancias, pero tan ajena que se quedó grabada junto con la respuesta: “Sí estaba completo”; siguieron removiendo la tierra hasta que apareció en la mano del que buscaba el faltante. Se cerró la búsqueda, pero dejó impresa una imagen imborrable como un recordatorio de las profundidades a las que está expuesta el alma mientras habita en su templo humano. 

 

La mujer hizo una pausa y observó a los que escuchaban. Reconoció a las miradas que como se dice en ciertos momentos, veían sin ver, porque posiblemente estaban recreando en su interior algo que les hubiera marcado en un discurso que involucra la idea de un alma, hasta la descripción detallada de situaciones en cuyo contenido se revelan aprendizajes valiosos.  Con un tono de voz más sonoro dijo: Al terminar regresamos con pasos más ligeros, cada uno se fue para continuar sus tareas, pero con la sensación de haber presenciado lo que significa detener el tiempo para reflexionar en lo grandioso y a la vez terrible de estar con vida. Agradeció la asistencia y se despidió diciendo:  Lo que quiero resaltar de lo ocurrido en ese día, es que la pregunta sorpresiva, la imagen imborrable, reveló no el miedo, ni la angustia que podría suponer el calificar el suceso como algo terrible, sino el gran reto que significa responder a la oportunidad de vivir.  

 

Sus palabras encontraron eco en una persona que discretamente se puso de pie y se alejó para sentarse al final del salón. Al parecer el relato le había tocado y necesitaba apartarse de la plática. En silencio, la reflexión para entender los significados se manifiesta de muchas formas; se escuchan voces de alerta para no perderse; se aclara la acción que se ha realizado o que puede ejecutarse de otra manera. Mientras los asistentes comenzaron a retirarse del salón, la persona pensó en cómo ella había batallado incansable para ayudar a un ser querido empecinado en hundirse con apegos y dependencias que lo degradarían hasta desconocer su esencia humana.  Con el relato comprendió como un final se convierte en un inicio, siempre y cuando se enfrente con la determinación de hallar una respuesta. La situación en que se encontraba estaba llena de supuestos y mentiras. Su ser querido en lugar de recapacitar aprendió a engañarse y pretender engañar a los que le brindaban ayuda. Cuántas vidas se someten atando la conciencia para defraudar con promesas incumplidas, para ocultar con apariencias, lo que los lleva a ser esclavos bajo su propia sentencia.  

 

La decepción que ella había sufrido en cada recaída de la persona que deseaba ayudar, era indescriptible. Se daba cuenta que a pesar de su esfuerzo la impotencia la abrumaba; pudo comprender lo imposible de librar una batalla cuando no era ni el intento de la otra persona. El relato de alguna manera la puso frente a una verdad desgarradora pero irrefutable: La salvación es un reto personal. Solamente el implicado en un desafío es el responsable de superarse como tierra llana.  Por más que se esforzara, ofreciera ayuda; la conciencia y el amor propio menoscabado por las mentiras, se convertían en despojos, y lo que quedaba reclamaba apoyo, sólo para seguir dependiendo de cualquier cosa y justificar mentiras interminables. Le habían explicado que ayudar promueve el dejar de buscar culpables, sin  evadir la responsabilidad propia que crea situaciones infra humanas a costa de fabricar engaños, disfrazar la verdad para perder la conciencia de ser. Se alega debilidad, ignorancia, miedo, se perciben enemigos, amenazas en cada acto fallido, y por lo tanto aumentan las mentiras que al final se las cree y consolidan bloques infranqueables. 

 

 Es complicado desplegar la intrincada trama de las emociones que poco a poco desequilibran la conciencia del ser, la identidad que en un principio es divina, pero sucumbe a su propia creación distorsionada.

Para la mayoría el relato fue un pasatiempo entretenido. Se imaginaron cuentos, que adaptaron según sus referencias a lo que habían oído, visto o entendido en situaciones parecidas. Los compañeros de la persona que se había separado la llamaron para indicarle que ya se iban y si quería acompañarlos. La sensación que inspiraban todos ellos era de poseer la interpretación correcta de lo que oyeron y querían conversar más sobre el tema. Usualmente la gente cree tener la verdad y le satisface mucho convencer a otros de su opinión. La plática había propiciado una dinámica en donde cada uno estaba firme y seguro de tener la respuesta adecuada.  

 

Cuál era el punto principal, al parecer estaría fijado por los que ya iniciaban los alegatos para posicionarse dentro de la discusión alentados por los supuestos de su propia importancia, encerrada en la imagen de sí mismos comparada con los errores y deficiencias de los demás. Era evidente que con más frecuencia había quien diera consejos, sancionara acciones, y se permitía juzgar de inmediato para descalificar o conceder la expresión sin límites que a cada uno le pareciera, pero sin importarles las consecuencias, salvo el mostrarse conocedores de lo que probablemente desconocían. Como en un murmullo lejano junto con el polvo en una tolvanera, la narración de la mujer cobró vida nuevamente. El dolor, el asombro, lo inexplicable, hizo que la persona que se había alejado se quedara en su sitio. Con un ademán les indicó que ya los seguiría.

 

Sin embargo, caminó a su ritmo. Prefería invocar la quietud que a la par con la mente, dirigen los pasos hacia las múltiples veredas de una tierra llana pero capaz de florecer; rezó a su modo para que entre tantas pisadas se encontrara el rumbo hacia el lugar indicado para excavar; descubrir vacíos, que al final, como contienen todo, pueden acallar las bocas en un silencio grandioso que se escucha en todas partes, si encuentra oyentes dispuestos a reconocer su identidad primera que vibra inmersa en la perfección de todo lo que se ha creado.

CONTRASTES

  La mayoría de las veces cada uno resolvía sus dudas y se aquietaba con sus propios pensamientos. Pero en el caso contrario los amigos acordaron enviar una señal tan sutil que nadie más se daría cuenta de lo que tramaban. Tener esa especie de secreto era de por sí un motivo que les alegraba la vida en los momentos en que parecía detenerse el tiempo. Los dos ya habían recorrido un largo camino en donde pudieron compartir las huellas indelebles que los habían marcado desde su infancia, cuando formular preguntas ni siquiera era parte de su inquietud, aunque con el correr de los años, infinidad de cuestiones habían sido el inicio de una conversación que los mantenía en la búsqueda de respuestas más allá de los límites de su comprensión. Era interesante el contrastar sus experiencias para encontrar las coincidencias entre la apariencia de lo llamado bueno o malo. Dos aspectos que aparecían como en una hoja de sauce que, al moverse con el viento, se transforman en lágrimas o en alegría según presentaban por un lado un color verde brillante, y por el otro un tono de plata pulida.

El inicio del acuerdo sucedió en una noche. No por el tiempo en que hay luna, ni estrellas que fulguran, tampoco de un tiempo de descanso para dormir con la esperanza de despertar, sino en un entorno obscuro. Habían recorrido una calle que conducía hacia uno de los brazos del rompeolas. Muchas personas salían a dar un paseo y se quedaban en la orilla para ver la puesta de sol, pero conforme la luz desaparecía iniciaban el regreso y entonces se quedaba sólo el resplandor de los faroles y el sonido apacible de las olas que llegaban suavemente a bañar las rocas que rodeaban la saliente, desde dónde los pocos que permanecían podían aislarse para apreciar lo infinito de sus pensamientos volando en el horizonte con el sin fin del mar. Los dos personajes de esta historia, sin darse cuenta quedaron de espaldas de manera que cada uno inspiró profundamente para repasar sus recuerdos. Un par de siluetas fueron los confidentes que en silencio contemplaron desde el agua las confesiones que necesitaba expresar preguntas y respuestas más precisas.

 La obscuridad y el viento tomaron su lugar y las olas comenzaron a romper con mayor fuerza, de manera que, en un gesto compartido, las dos sombras se volvieron de pronto para darse cuenta de su presencia humana, los cabellos revueltos y las manos tratando de detener en uno, el sombreo y en la otra la chalina, que una ola salpicó y los hizo lanzar un grito al contacto con el agua fría. Uno exclamó: ¡Vaya!  ¡Sí que nos pescó desprevenidos nuestro gran amigo!  a esta hora se nota que ha cambiado su humor y temperatura. ¿Se encuentra usted bien? La mujer movía muy rápido las manos para secarse un poco el vestido, sin mirarlo dijo que estaba tan distraída que soltó la prenda que la cubría, pero no había problema, con el mismo aire se secaría. De ahí en adelante, como algo muy natural compartieron sus sensaciones. Se dirigieron hacia la calle que se bifurcaba, pero se les antojó tomar un café caliente, así que caminaron otro rato hasta encontrar un lugar en donde conversaron de todo un poco.

Cuando se despidieron sabían que se volverían a encontrar. Escuchar con atención sus experiencias había sido como acudir a confesar ante un extraño las inquietudes que contradecían sentimientos que era necesario sacar para descargarse de culpas, y exponer sin una máscara lo que realmente se pensaba de algún acontecimiento, sabiendo que el que escuchaba, podría entender, o no, pero realmente no tenía voto en lo que por convicción ya se tenía resuelto. Les resultó gracioso que coincidieran en ese sentido, y en un momento dado hicieron el pacto para encontrarse sin demora a escuchar algo importante uno del otro sin prejuiciar ni añadir palabras o emociones. Tendrían la misión del silencio que se guarda, como en los antiguos confesionarios que escondían detrás de una rejilla a un ser desconocido, pero que tal vez podría dar paso a una explicación, para enmendar actos que muchas veces no eran más que el resultado de querer avanzar sobre los consejos no pedidos, dictados absurdos, y dominar los miedos arraigados.

Que conste se dijeron: Nada parecido a los que señalan, castigan, o amenazan; ¡ya con el propio juicio tenemos bastante! Con un apretón de manos sellaron su pacto y aprovechando el momento uno de los amigos expresó: - Qué difícil entender eso de;” Es por su bien”. ¿Tienes tiempo ahora para escuchar tan sólo un episodio que he repasado y del cuál considero he salido bien librado? La amiga con mucho entusiasmo accedió y encontraron mesa en la terraza de un restaurante en la plaza principal.   Él comenzó su relato: Tuve que enfrentarme entre la soledad de otros muchos al sentimiento de abandono. Mis primeros años de infancia pasaron a cargo de gente extraña; nos veían como una carga ajena, que los eximía de mostrar cariño, fuimos niños desvalidos con un temor enorme, en un mundo amenazante sin respaldo alguno. El recuerdo ante el dolor del rechazo de mi propia madre, de la supuesta familia era tan intenso, que tuve muchas preguntas, pero no hubo consuelo.  Las respuestas que me dieron fueron crueles, dichas con desprecio.  Un sentimiento de rechazo me obligó a valerme por mí mismo, a refinar el instinto de supervivencia y a buscar hacer pandilla. Sin embargo, se quedaron  para siempre las enseñanzas de mi padre. Están presentes en una mezcla de utilidad material y del espíritu. Aparecen y desaparecen entre sentimientos revueltos inseparables de fortaleza; reconozco que por cada carencia surgieron cualidades que me han servido hasta hoy y que celebro creando oportunidades de disfrutar la vida, hasta con excesos, ¿por qué no?

He conocido a personas indiferentes a sí mismas y hacia lo que las rodea; tan inflexibles en sus creencias, que se han perdido valiosos años no sólo de edad sino de energía. Viven teniendo, sin poseer la chispa que los hace seres llenos de posibilidades para extender la ambición de saber y convertirse en mejores personas. Eso es un desperdicio de la vitalidad que es gratuita; no entienden que no la pueden ni acumular, ni comprar. Se desgastan en enojo sin encontrar la causa de su infelicidad, pero se niegan a entender los cambios que son lo único que permanece constante, vuelven a lo conocido por la aparente seguridad que les proporciona estar infelices, por eso digo que, a pesar de mis inicios con abandono y rechazo, he comprendido algo de este laberinto y he salido bien librado. Sin entender del todo lo que padecía, cultivé el valor para romper lazos que me ataron, enfrenté a la incertidumbre, los remordimientos inventados y empecé a conocer sin temor situaciones y circunstancias como pasajeras. Todo por momentos es importante, pero también desechable, pero ser guardián de secretos es invaluable.   

La amiga agradeció la confidencia, y preguntó si le concedía cambiar el puesto, para darle a conocer el contraste con su experiencia. El compañero replicó: _ ¡Claro! En los contrastes se rescatan perspectivas inimaginables. Adelante, ya me pongo tras la malla o la rejilla lo que te parezca más seguro y te escucho. Ella comenzó: Pues resulta que también conocí el abandono y el sentimiento de rechazo a una edad muy temprana. Los dos sentimientos  que me agobiaron los tomó por encargo una nana. A diferencia tuya el ambiente mío era a la vez extraño, me sentí ajena en mi propio mundo. Viví en compañía de alguien muy servicial con la encomienda de atender cualquiera de mis necesidades. Sólo que ningún servicio por más cariñoso que fuera, compensaba el vacío que se convirtió en timidez inexplicable para mí misma y para los que me rodeaban en las frecuentes reuniones que se hacían en casa. Las cortinas y los muebles me sirvieron de escondite desde donde las risas y las murmuraciones de pláticas entre adultos no tuvieron recato. Inclusive si me descubrían, o me obligaban a salir, subestimaron la comprensión de asuntos que los niños entienden. Tal vez no con el intelecto, pero sí con sentimientos de mayor significado.

Estuve envuelta entre lo que yo sentía era el deber ser del amor materno  que se hace sin vocación de cuidado, alejada de su aceptación con castigos insensibles hacia la vulnerabilidad infantil, que me paralizó para romper las ataduras de tradiciones y supuestos sociales. Afortunadamente la atención y el cariño paterno rescató por mucho el conflicto que con miles de preguntas quedó marcado y encontré en la soledad un refugio. Pero entiendo muy bien lo que has dicho. En muchas ocasiones tuve sin pertenencia. Sabía que la chispa que mencionas era parte mía y al paso de los años fue con su fuerza que me acerqué a las personas para compartir cosas simples; dejar de esconderme y agradecer varias experiencias a pesar de no haber sabido recibir ni dar la felicidad que estuvo a mi alcance. Reconozco que las palabras dichas para creer en mí son las que permanecen en mi mente; con eso se desplazó poco a poco el temor tan arraigado a esconderme de las miradas entrometidas e irrespetuosas que no me entendieron ni quisieron entender; el acercamiento sin temor a otras personas resultó reconfortante, acepté con entusiasmo la atención amable que invita a ser valiente para convivir y disfrutar momentos únicos, pude rescatar ” lo bueno dentro de lo malo “ que se dice fácil pero que cuesta comprender.  Desconozco si he librado como dices algo de lo más difícil, pero he accedido a un mundo diferente, tengo todavía muchas preguntas que por las noches es más fácil dejar en las manos de emisarios que las llevan a otros mundos. Las mañanas por lo tanto se transforman en las respuestas que me corresponde ejecutar, y es un reto completar las tareas con un nuevo pensamiento, pero así entiendo que se puede construir nuevos mundos, y por lo pronto, me han dado paz.

Hasta ahí quedó la plática y los contrastes expuestos en infinidad de círculos se entrelazaron. Los pensamientos mutuos se elevaron como una espiral de humo y los dejaron hermanados. Se despidieron en el lugar que entrecruzaba el camino hacia el mirador con las luces tenues y el romper de las olas. Era muy posible que en otras circunstancias se reencontraran, habían descubierto muchas más preguntas que  se podrían  responder en la bruma de la niebla que se corre al paso de las horas. 

 

 

 

LA CARTA

 Una obra de teatro tiene el encanto de crear una expectativa que con frecuencia se transforma en un ejercicio compartido generado por una serie de reacciones entre el drama, la comedia, de ficción, suspenso, etc. que al final tocan aspectos personales de momentos que se evaporan en un instante o se quedan palpitantes para la auto reflexión. La puesta en escena que estaba a punto de empezar se dirigía especialmente a relatar historias de mujeres dentro de tres generaciones en un marco social aceptado sobre las creencias y costumbres transmitidas en una especie de letargo cómodo en apariencia, pero posiblemente con mucho de fondo intranquilo, difuso entre  la infelicidad, el deber ser, y los miedos encubiertos para aparentar la inexistencia de problemas personales, familiares, del tan arraigado y temido “Qué dirán” que poco a poco era desplazado con nuevas ideas para la convivencia en sociedad.  La primera llamada inició el desfile de parejas, grupos de amigos, amigas, y algunos solitarios cuya asistencia todavía causaba en algunos, una mirada de desconfianza que dejaba a la imaginación múltiples dudas, comentarios callados, o risas de crítica en complicidad. Se oyó nuevamente el clásico llamado por los altavoces que anunciaban la segunda llamada. Los asistentes se apresuraban para tomar sus asientos en el revuelo de murmullos generalmente alegres, había grupos de familias con integrantes jóvenes; personas sin pareja; madres o padres ya mayores en compañía de hijos que posiblemente les regalaban un tiempo de compañía y distracción al llevarlos al teatro, a comer o a dar un paseo en alguna fecha especial.

Cuando se hizo la tercera llamada y sonó el: “Comenzamos!” el silencio dio paso a la representación…  Cada persona presenció los diálogos, el ambiente, los gestos de los actores que se entretejían con sus propias sensaciones, y la percepción de los hechos con un singular significado. En la última escena se encontraba la mujer que se despedía de una amiga a quien le agradecía ser la portadora de su mensaje final para el marido. La amiga le pedía que lo pensara, que habían sido años dedicados a formar un hogar y no valía la pena dejar todo aquello por un impulso… En algunos de los lugares varios asistentes disimulaban con un pañuelo desechable una lágrima que ya no pudo contenerse. Sus rostros mostraban una mezcla de tristeza y enojo. Habían identificado la diferencia entre el obedecer, la abnegación que desaparecía su propia personalidad. La falta de valor, en decisiones posibles pero detenidas con las amarras de los vínculos valorados como indisolubles. La inacción para atreverse a optar por lo desconocido que intuían era una alternativa difícil pero superable. Quedaba claro que los reproches, eran lo constante en su pasado; desfiguraba su presente, y  era necesario replantear  para su situación futura.

En los diálogos durante la obra,  aparecían las frases conocidas de: “Lo que se quiere, se puede o no se sabe” que resonaba sin dirección, sin embargo, pegaban en vivencias que producen sentimientos de impotencia tremendos. En los rostros conmovidos se apreciaba que habían descubierto trampas disimuladas en donde se atrapan ilusiones fallidas, desencantos como callejones sin salida que impiden ni siquiera el pensar. A qué o a quién las personas podían reclamar, agradecer, o formular el consabido porqué o para qué había transcurrido su vida en la normalidad que transmutaba su alegría en años de insensibilidad. Desde cuándo a las mujeres, o a cualquier individuo, les resultó natural dejarse llevar por el terror, las costumbres heredadas con una compasión engañosa, de otros que seguían pautas; resignación cargada de culpas religiosas, y en casos increíbles de venganza, sometimiento, con apariencia de solidaridad.

La escena continuó con la despedida de la protagonista. La mujer que partía sin retorno con un rostro relajado, valiente, dispuesta a encarar sus miedos. Claro, era una representación cobijada por telones, por actores, pero en realidad al alcance de un acto de valentía. La madre de la mujer que se iba, estaba de una pieza con las manos cubriendo su boca. Se notaba su espanto y desacuerdo por lo que a ella le habían enseñado, pero se mantuvo quieta y con su actitud mostraba que de algún modo alentaba la huida de su hija, hacia un camino que ella no había sido capaz de emprender.

Entre las actrices y los que observaban se estableció la comprensión de la infelicidad. Fue asombroso que gente de diferentes edades se conmoviera. Las ataduras se perciben desde muchos puntos de vista. Podía ser la jaula que al abrirse, presenta  el desconcierto ante la libertad desconocida como si fuera un ave que se vuelve a posar en el mismo lugar; que sólo conoce el encierro, no sabe, como alimentarse por sí misma. Para el público se desplegaron imágenes creadas sobre la incompetencia para subsanar carencias de todo tipo; dinero, compañía; aparecían con infinidad de voces que asustan y conspiran para convencer que es preferible la permanencia estéril en una aparente calma. Finalmente, se acallaron las voces, se difuminaron las imágenes y el ambiente se torno apacible para dar paso a la protagonista que salió  de la habitación con pasos suaves sin voltear atrás. La madre y la amiga se preguntaban qué dirían al esposo, cómo justificar que habían sido cómplices. 

El amor propio ante puesto a lo que dictaban las reglas era impensable. Su nulificación había empezado desde las abuelas que habían puesto el ejemplo con argumentos obligados por una sociedad mucho más abusiva de la ignorancia y la fuerza bruta. En la audiencia, se tomaba partido inmersos en la trama. La madre sobre el escenario decía que el esposo había cumplido con el mantenimiento económico, como padre ausente, obligado por las jornadas del trabajo y con el entendido de cumplir como proveedor. Los espectadores jóvenes denotaron gestos de inconformidad por lo trillado del diálogo. Para muchos el abandono los marcó, nada lo justificaba. Ellos tenían nuevas maneras de comportamiento en las relaciones interpersonales. La inacción de la madre, la sumisión ante la violencia les recordó su impotencia en etapas donde no podían defender ni defenderse; les causó un resentimiento, con el cuál tenían que lidiar, y en el mejor de los casos estaban reaprendiendo el cómo relacionarse. Es muy complejo deslindar con qué grado de conciencia algunas madres aceptan situaciones de abuso certificadas con, o sin documentos de legalidad o fincadas en usos y costumbres sin más.

La actuación que dictaba interpretar la ansiedad ante el temor de las reprimendas, las culpas y vergüenza tan arraigadas, se vieron cuestionadas por los espectadores que ya no se permitían ser amedrentados por la fuerza, y la reiterada presencia del temor. Los patrones reproducidos como copias en serie se rompen. Las mujeres en escena se pararon frente al público; la amiga desplegó la carta con el mensaje escrito y comenzó a leer: “Me he dado cuenta de que la infelicidad es incompatible con un compromiso superior de vida. Cada momento sin voluntad, es ingratitud para todos los motivos que están como regalos constantes. Se pasan desapercibidas las mejores oportunidades para disfrutar cada día. Por fin entiendo que el atreverse es la llave para que se abran puertas desconocidas, que conducen a otros mundos aquí mismo, sin esperas. Un instante  de valentía contiene en verdad la eternidad. Reconozco lo que se ha perdido, para aprovechar ahora mismo, lo que hay, lo que guarda la fuerza impresionante de cada noche, y renace en cada amanecer. No te entrego una  poesía, es un llamado emocionante sostenido en la confianza de entender cada vez algo mejor.” Se escuchó en el fondo el golpe de la puerta que se cerraba. La penumbra cubrió el escenario y sólo un rayo iluminó la carta que quedó desplegada en el piso.

El espectador más crítico de cada uno, como un todo se quedó en silencio. Muchos se voltearon a ver desconcertados. Para sorpresa de todos un hombre mayor comenzó a aplaudir, fija la mirada en un lugar muy dentro de sí mismo, pero viendo de frente a las actrices que ahora sonreían para despedirse y llamar a todos los actores.  El movimiento de sus manos contagió a los pares de manos dispuestos pero desorientados; finalmente se unieron en un aplauso general, que trajo nuevamente a la realidad de cada uno, e inició la conversación sobre lo que habían presenciado.