¡Caray sapito! ¿No que ya habías aprendido?
¡Pues que sí, te
digo! Pero ya pasó lo más duro. Sí vi que se desaparecieron muchos, que en un momento
el mundo se detuvo. Había un silencio que daba terror, ninguno se atrevió a
salir porque medraba el llanto, la desesperación y aun que había terrenos
seguros, más valía no arriesgarse, el aire se volvió un espanto parecía un
espectro que podía meterse a arrebatar el aliento de los que respiraban con
incertidumbre, y los rostros permanecieron desencajados por el miedo. Fue muy
atemorizante la expectativa de un futuro incierto. ¡Pero ya pasó! Ahora
despierto y ya no hay voceros que dictan prohibiciones, ni alertas, las sirenas
de vez en cuando recuerdan que por ahí hay algo de cuidado pero, pero; ya no me juzgues hombre! Ponte a hacer lo que
dejaste a medias y goza de un día soleado como siempre.
El vecino del
sapito retomó la palabra: ¡De verdad me asombras renacuajo crecido! Ya no sé ni
que decirte. No bien estabas en un pantano cenagoso y ahora nadas en un agua
clara según dices. No parece haberte afectado ni el dolor, ni la tragedia, ni
el encierro o la amenaza; será que no te tocó de lleno lo que me cuentas. No te dolió porque al final sigues vivo, la
vida sigue, y hay muchos que ni se acuerdan de algo. ¿Qué es lo que te pasa? El sapito entornó los ojos al cielo; Ya, ya,
¡qué necedad de amargarse! Pensar tanto no es saludable. ¿Sabías? Su amigo insistió;
¡Ahí vas! Entonces la indolencia te satisface por lo pronto y por lo luego,
digo yo, de acuerdo con lo que ves. El sapito se acomodó bajo una hoja que le
daba sombra y con paciencia agregó: Mira,
desconozco realmente que sucedió, te cuento lo que alcanzo a ver, oigo muchos
rumores de todas partes y el sonido se distorsiona con tantas ondas que llegan estridentes. Pero qué tal si entrevistas
a todos los que quieras y luego vienes a decirme para qué eres tan empecinado. Tú
no sabes cómo se siente en el pellejo de otros lo que acontece. Tú no tienes la
habilidad mía para mudar de piel, ni transformarte, hasta puedo enterrarme para
resurgir en el mejor momento sin que me afecte algo; ¿muy conveniente no te
parece? Por eso lo repito; ya pasó, y todos contentos.
El interlocutor
del sapito se quedó estupefacto. Salió de prisa, entre confundido y enojado
pero en su carrera, leyó de paso algunos letreros que exhibía la barda de la casa
del sapito: “Fracaso de la evolución”; ¡No seaburra!. Condenado sapo se dijo. ¡Qué barbaridad! Ni siquiera se ocupa de escribir con
propiedad. Si algo supiera, debería escribir correctamente, separado para que se
entienda, y pensó: No, (coma) se, (coma)
aburra (punto). ¡Ignorante! Pero le
pareció que había algo raro y se detuvo a leer de corrido y entendió de pronto como
en un destello. ¡No, seaburra! Vaya con los letreros del tal sapo ladino. ¿A
qué se refería? En otra vuelta pasaría a preguntarle sólo por no quedarse con
la duda. Tantas veces había pasado por la casa del animal y jamás había
prestado atención a sus indirectas. Lo confrontaría para ponerlo en su lugar.
Continuó caminando por la vereda de salida pero, su enojo aumentó
tanto, que en ese mismo momento dio media vuelta y llamó a la puerta. El sapito
gritó que pasara, que la puerta estaba abierta. El amigo, llegó a su encuentro
y lo encaró: ¿Me puedes explicar qué pues con tus letreros engañosos a plena
luz del día para que todo el que pase los lea? El sapito muy extrañado se le
quedó mirando enternecido y contestó: Pero Artilugio, mi querido amigo, yo no
pongo letreros para que alguien los lea. Es más, muchos pasan y pasan y nadie me
ha preguntado qué significan. No están interesados, y mira; no son originales, los
he copiado de algún lado, porque me han
hecho reír sorpresivamente, pero hay tantas frases ingeniosas que no termino de
leer y eso me gusta. Las que viste ahora mismo pronto las voy a sustituir cuando
pinte de nuevo la cerca, y encuentre otras frases curiosas. Artilugio le contestó: O sea, que, como tus
cuentos, no son verdad. ¡Incorrecto! Saltó el sapito. Todo lo que te cuento lo
viví, lo sentí, y estuve inmerso en la locura. Fui presa del miedo
colectivo, de la angustia teniendo abierta la puerta, como ahora, pero me sentí
preso. Oí sin parar noticias terribles y llegó el momento en que me paralicé pensando
si alguien podría estar ajeno a todo el caos que se formó. Nunca lo hubiera imaginado.
Pero ya pasó. Ya todo sigue su marcha como siempre y nada ha cambiado.
Lo que sí te
digo es que particularmente, no entiendo. Me parece haber girado como en un torbellino,
primero hacia un lado y luego para el otro. Con tantas vueltas que me quedé
todo atarantado. Era una vida normal y se transformó en una pesadilla, pero después;
¡Va de nuevo! Y todo vuelve a ser lo mismo. Ahí me encontré con el primer
letrero. “Fracaso de la evolución”. La verdad me caló profundo. Me pregunté si
sería yo el despistado. Aunque me
sentía muy desalentado comenzó otra vez lo conocido, es más, me pareció que era
mucho más vertiginoso el ambiente después de tanta mordaza y turbación. Con
mucho recelo acerté a asomarme por la ventana primero, pero volví a asegurar la
puerta. Afuera se empezó a oír el ruido de siempre, los atropellos y el
alboroto cada vez más fuerte y ensordecedor. Al parecer todo el entorno quería sobreponerse a lo pasado ahora con desenfreno
gritando que ya pasó todo y para la mayoría no fue tan terrible. Me
desconcierta hasta ahora, pero los que me salen al paso repiten que ya pasó y, ¡no pasa nada! Estás aburrido me gritan, y
ahí me encontré el segundo letrero “no seaburra” y también me caló hondo con mucha
más fuerza porque lo sentí muy directo a mi experiencia, por lo que inclusive
saqué de mi pensamiento la ofensa supuesta para los burros, que son animales
inteligentes y fuertes.
En todo caso te repito, a nadie le interesa ni mis letreros ni mi sentir. No he tenido algún reclamo tan airado como el tuyo; ¡para qué te lo tomas de manera directa! Sin embargo, el sapito agregó: Si ahora mismo se está gestando otra calamidad, al parecer pocos lo notarían. Es como la fábula que contaban los abuelos; "Ten cuidado de no convertirte en sopa de rana. Si estás en un recipiente a fuego lento y no te das cuenta de que se está subiendo la temperatura, llegará el momento en que ya no puedas saltar para escapar fuera de la olla que hierve, y te convertirás en sopa de rana". ¡Qué tal con los viejos! exclamó el sapito; por lo pronto tomo en cuenta lo que veo arriba y por debajo del agua, en la orilla o en el fondo del estanque, y sí te digo que aunque en apariencia nada ha cambiado, tengo amigos como tú que protestan, que interrogan, y va de nuevo el sentirme como un bicho raro, porque todos en todas partes, repiten que ya pasó todo, que ya se sabe. Artilugio se frotó la barbilla y con un tono cauteloso le dijo: Te voy a contar otra fábula que viene a mi memoria. Si la contaron mis abuelos en el pasado o alguien en el presente es lo de menos pero, que no sea premonición espero, dado que crees que ya pasó todo y lo peor está superado.
Había una vez millones de ranitas que vivían en su entender, felices en un lago. Un día se desencadenó una terrible tormenta; se formó un enorme tornado que revolvió el fango; el agua se volvió turbia; sucedieron grandes destrozos hasta que con una calma extraña se asentó todo. La comunidad constató que, con aquel desastre, se puso de manifiesto lo frágil de su existencia, pero dijeron que ya había pasado todo y “no pasaba nada”. Un día se acercó a la orilla un escorpión y al ver a todos tan campantes, su naturaleza depredadora, le impulsó a realizar una prueba en aquel pequeño mundo. El escorpión eligió a una rana que estaba muy distraída. Con astucia le pidió muy conmovido que fuera tan amable de pasarlo del otro lado del lago subido en la espalda, que le hiciera ese gran favor y le viviría agradecido. La rana había oído que los escorpiones son venenosos, que inclusive no se tientan el corazón para picar su propio cuerpo. Se negó, pero el escorpión insistió argumentando que si hiciera éso, él mismo estaría en riesgo, que no se creyera de las mentiras que se inventan. Atentar contra su vida y la de sí mismo era de seres torpes. Si en su lago habían pasado cosas terribles y todo estaba en calma, era prueba de que “no pasa nada”.
Por fin la
ranita accedió, el escorpión se trepó en su espalda y a la mitad del lago le
lanzó el aguijón mortal. La ranita con cara de susto le reclamó con angustia,
pero el escorpión con la misma agilidad clavó su lanceta en su cuerpo. Y
con una sonrisa de satisfacción le dijo: ¡Va de nuevo! ¿Hasta cuándo dirán que
no pasa nada y todo está en calma?
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