La mayoría de las veces cada uno resolvía sus dudas y se aquietaba con sus propios pensamientos. Pero en el caso contrario los amigos acordaron enviar una señal tan sutil que nadie más se daría cuenta de lo que tramaban. Tener esa especie de secreto era de por sí un motivo que les alegraba la vida en los momentos en que parecía detenerse el tiempo. Los dos ya habían recorrido un largo camino en donde pudieron compartir las huellas indelebles que los habían marcado desde su infancia, cuando formular preguntas ni siquiera era parte de su inquietud, aunque con el correr de los años, infinidad de cuestiones habían sido el inicio de una conversación que los mantenía en la búsqueda de respuestas más allá de los límites de su comprensión. Era interesante el contrastar sus experiencias para encontrar las coincidencias entre la apariencia de lo llamado bueno o malo. Dos aspectos que aparecían como en una hoja de sauce que, al moverse con el viento, se transforman en lágrimas o en alegría según presentaban por un lado un color verde brillante, y por el otro un tono de plata pulida.
El inicio del
acuerdo sucedió en una noche. No por el tiempo en que hay luna, ni estrellas
que fulguran, tampoco de un tiempo de descanso para dormir con la esperanza de
despertar, sino en un entorno obscuro. Habían recorrido una calle que conducía hacia
uno de los brazos del rompeolas. Muchas personas salían a dar un paseo y se
quedaban en la orilla para ver la puesta de sol, pero conforme la luz desaparecía
iniciaban el regreso y entonces se quedaba sólo el resplandor de los faroles y
el sonido apacible de las olas que llegaban suavemente a bañar las rocas que
rodeaban la saliente, desde dónde los pocos que permanecían podían aislarse
para apreciar lo infinito de sus pensamientos volando en el horizonte con el
sin fin del mar. Los dos personajes de esta historia, sin darse cuenta quedaron
de espaldas de manera que cada uno inspiró profundamente para repasar sus
recuerdos. Un par de siluetas fueron los confidentes que en silencio contemplaron
desde el agua las confesiones que necesitaba expresar preguntas y respuestas más
precisas.
La obscuridad y el viento tomaron su lugar y
las olas comenzaron a romper con mayor fuerza, de manera que, en un gesto
compartido, las dos sombras se volvieron de pronto para darse cuenta de su
presencia humana, los cabellos revueltos y las manos tratando de detener en
uno, el sombreo y en la otra la chalina, que una ola salpicó y los hizo lanzar un
grito al contacto con el agua fría. Uno exclamó: ¡Vaya! ¡Sí que nos pescó desprevenidos nuestro gran
amigo! a esta hora se nota que ha
cambiado su humor y temperatura. ¿Se encuentra usted bien? La mujer movía muy
rápido las manos para secarse un poco el vestido, sin mirarlo dijo que estaba
tan distraída que soltó la prenda que la cubría, pero no había problema, con el
mismo aire se secaría. De ahí en adelante, como algo muy natural compartieron sus
sensaciones. Se dirigieron hacia la calle que se bifurcaba, pero se les antojó
tomar un café caliente, así que caminaron otro rato hasta encontrar un lugar en
donde conversaron de todo un poco.
Cuando se
despidieron sabían que se volverían a encontrar. Escuchar con atención sus
experiencias había sido como acudir a confesar ante un extraño las inquietudes
que contradecían sentimientos que era necesario sacar para descargarse de
culpas, y exponer sin una máscara lo que realmente se pensaba de algún
acontecimiento, sabiendo que el que escuchaba, podría entender, o no, pero realmente
no tenía voto en lo que por convicción ya se tenía resuelto. Les resultó
gracioso que coincidieran en ese sentido, y en un momento dado hicieron el
pacto para encontrarse sin demora a escuchar algo importante uno del otro sin
prejuiciar ni añadir palabras o emociones. Tendrían la misión del silencio que
se guarda, como en los antiguos confesionarios que escondían detrás de una rejilla
a un ser desconocido, pero que tal vez podría dar paso a una explicación, para
enmendar actos que muchas veces no eran más que el resultado de querer avanzar sobre
los consejos no pedidos, dictados absurdos, y dominar los miedos arraigados.
Que conste se
dijeron: Nada parecido a los que señalan, castigan, o amenazan; ¡ya con el
propio juicio tenemos bastante! Con un apretón de manos sellaron su pacto y aprovechando
el momento uno de los amigos expresó: - Qué difícil entender eso de;” Es por su
bien”. ¿Tienes tiempo ahora para escuchar tan sólo un episodio que he repasado
y del cuál considero he salido bien librado? La amiga con mucho entusiasmo
accedió y encontraron mesa en la terraza de un restaurante en la plaza
principal. Él comenzó su relato: Tuve que enfrentarme
entre la soledad de otros muchos al sentimiento de abandono. Mis primeros años
de infancia pasaron a cargo de gente extraña; nos veían como una carga ajena, que
los eximía de mostrar cariño, fuimos niños desvalidos con un temor enorme, en un
mundo amenazante sin respaldo alguno. El recuerdo ante el dolor del rechazo de mi
propia madre, de la supuesta familia era tan intenso, que tuve muchas
preguntas, pero no hubo consuelo. Las respuestas
que me dieron fueron crueles, dichas con desprecio. Un sentimiento de rechazo me obligó a valerme
por mí mismo, a refinar el instinto de supervivencia y a buscar hacer pandilla.
Sin embargo, se quedaron para siempre las enseñanzas de mi padre. Están presentes en una mezcla de utilidad material y del espíritu. Aparecen y desaparecen entre sentimientos revueltos inseparables de fortaleza; reconozco que por cada carencia surgieron cualidades que me han
servido hasta hoy y que celebro creando oportunidades de disfrutar la vida,
hasta con excesos, ¿por qué no?
He conocido a
personas indiferentes a sí mismas y hacia lo que las rodea; tan inflexibles en
sus creencias, que se han perdido valiosos años no sólo de edad sino de energía.
Viven teniendo, sin poseer la chispa que los hace seres llenos de posibilidades
para extender la ambición de saber y convertirse en mejores personas. Eso
es un desperdicio de la vitalidad que es gratuita; no entienden que no la pueden
ni acumular, ni comprar. Se desgastan en enojo sin encontrar la causa de su infelicidad,
pero se niegan a entender los cambios que son lo único que permanece constante,
vuelven a lo conocido por la aparente seguridad que les proporciona estar
infelices, por eso digo que, a pesar de mis inicios con abandono y rechazo, he
comprendido algo de este laberinto y he salido bien librado. Sin entender del
todo lo que padecía, cultivé el valor para romper lazos que me ataron, enfrenté
a la incertidumbre, los remordimientos inventados y empecé a conocer sin temor situaciones
y circunstancias como pasajeras. Todo por momentos es importante, pero también desechable,
pero ser guardián de secretos es invaluable.
La amiga agradeció
la confidencia, y preguntó si le concedía cambiar el puesto, para darle a
conocer el contraste con su experiencia. El compañero replicó: _ ¡Claro! En los
contrastes se rescatan perspectivas inimaginables. Adelante, ya me pongo tras
la malla o la rejilla lo que te parezca más seguro y te escucho. Ella comenzó: Pues resulta que también conocí el abandono y
el sentimiento de rechazo a una edad muy temprana. Los dos sentimientos que me agobiaron los tomó por encargo una nana. A diferencia tuya el ambiente mío era a la vez extraño, me sentí ajena en mi propio mundo. Viví en compañía de alguien muy servicial con la encomienda de atender
cualquiera de mis necesidades. Sólo que ningún servicio por más cariñoso que
fuera, compensaba el vacío que se convirtió en timidez inexplicable para mí misma
y para los que me rodeaban en las frecuentes reuniones que se hacían en casa. Las
cortinas y los muebles me sirvieron de escondite desde donde las risas y las
murmuraciones de pláticas entre adultos no tuvieron recato. Inclusive si me
descubrían, o me obligaban a salir, subestimaron la comprensión de asuntos que
los niños entienden. Tal vez no con el intelecto, pero sí con sentimientos de
mayor significado.
Estuve envuelta
entre lo que yo sentía era el deber ser del amor materno que se hace sin vocación de cuidado, alejada de su aceptación con
castigos insensibles hacia la vulnerabilidad infantil, que me paralizó para romper
las ataduras de tradiciones y supuestos sociales. Afortunadamente la atención y
el cariño paterno rescató por mucho el conflicto que con miles de preguntas
quedó marcado y encontré en la soledad un refugio. Pero entiendo muy bien lo
que has dicho. En muchas ocasiones tuve sin pertenencia. Sabía que la chispa
que mencionas era parte mía y al paso de los años fue con su fuerza que me acerqué
a las personas para compartir cosas simples; dejar de esconderme y agradecer varias
experiencias a pesar de no haber sabido recibir ni dar la felicidad que estuvo
a mi alcance. Reconozco que las palabras dichas para creer en mí son las que
permanecen en mi mente; con eso se desplazó poco a poco el temor tan arraigado
a esconderme de las miradas entrometidas e irrespetuosas que no me entendieron
ni quisieron entender; el acercamiento sin temor a otras personas resultó
reconfortante, acepté con entusiasmo la atención amable que invita a ser
valiente para convivir y disfrutar momentos únicos, pude rescatar ” lo bueno
dentro de lo malo “ que se dice fácil pero que cuesta comprender. Desconozco si he librado como dices algo de lo
más difícil, pero he accedido a un mundo diferente, tengo todavía muchas
preguntas que por las noches es más fácil dejar en las manos de emisarios que
las llevan a otros mundos. Las mañanas por lo tanto se transforman en las respuestas que me corresponde ejecutar, y es un reto completar las tareas con un nuevo pensamiento, pero así entiendo que se puede construir nuevos mundos, y por lo pronto, me han dado paz.
Hasta ahí quedó
la plática y los contrastes expuestos en infinidad de círculos se entrelazaron. Los pensamientos mutuos se elevaron como una espiral de humo y los dejaron hermanados. Se
despidieron en el lugar que entrecruzaba el camino hacia el mirador con las
luces tenues y el romper de las olas. Era muy posible que en otras circunstancias
se reencontraran, habían descubierto muchas más preguntas que se podrían responder en la bruma de la niebla que se corre al paso de las horas.