Realmente le quise ayudar, es más, todos le ofrecimos algo para hacerla sentir mejor, pero ella solamente nos dio las gracias y se fue. Dijo que seguramente volvería, quería repasar lo que nos había escuchado relatar con tanta sinceridad y se parecía mucho a lo que necesitaba descubrir. Todos nos preguntamos qué sería eso que le causaba tanta curiosidad y nos alegramos de que hubiese querido participar en nuestra reunión. Para nosotros el reunirnos había propiciado un sentido de pertenencia en una búsqueda incierta, pero que al aceptar cualquier inquietud, modo de ser, apariencia, y sobre todo ideas muy diversas, favorecía el exponer las experiencias que nos acercaban como individuos al entender otras perspectivas; recobrar la confianza que se había perdido, no en nosotros mismos, sino en lo que pudiera otorgar mayor aprecio para confirmar una identidad común. Al conocer historias increíbles con el testimonio del que las había vivido, se mostraban realidades que guardaban todavía algo que rebasaba lo particular y atraía como un imán a todos.
La siguiente vez que nos vimos, ella nos pidió que le permitiéramos contar lo que le llamó la atención. Empezó por describir cómo en la tarde había contemplado la lluvia a través de la ventana de su cuarto de estudio:- Las gotas caían con un ritmo suave, fue un alivio porque el día anterior, el torrente era tan fuerte que retó a mi tranquilidad al ver las nubes densas de un color gris plomo, cubrir un enorme espacio; sabía que si su contenido se precipitara de golpe, provocaría caudales que arrasaban a su paso con todo, por eso abrí la ventana y les grité que se desplazaran hasta llegar a los campos agrietados por la sequedad, sembrados con semillas en espera del agua para despertar; les hice un reclamo para que mejor fueran a derramar con fuerza sobre los bosques incendiados y apagaran las voraces llamas que los consumían; volaran a llenar las represas, los ríos y lagunas que contenían el abastecimiento para evitar enfrentamientos salvajes de todo tipo-. Su voz resonaba y cada uno empezó a imaginar su propio universo con las peticiones de lluvia necesaria cayendo en la tierra que guardaban en su interior. Algunas miradas se tornaron cristalinas, corrieron lágrimas en los rostros que se mantenían quietos como hipnotizados en sus visiones. Los recuerdos desbordaron un llanto común inexplicable, su relato generó un ambiente de respeto silencioso.
– Me escuché enojada apuntando con las manos a las nubes, al bajar la vista un poco, alcancé a ver en el horizonte el resplandor de la puesta del sol que con su brillo amortiguado descendía lentamente entre tonos malva, amarillos, anaranjados y rojizos que rasgaban otras nubes lejanas. Los rayos abiertos como un abanico parecían una corona enorme, se filtraban iluminando partes dibujadas como islas, se hundían formando caletas, increíblemente apareció para mí, un cuadro con el movimiento del aire. La lluvia había terminado y me concentré en la escena que a la par se había diseñado entre lo fresco y cálido del atardecer. Me vi caminando en un rompeolas, mirando al infinito, de pie entre unas rocas enormes que recibían los tumbos del agua salada y bañaban constantes la orilla. Con los brazos en alto invoqué a la energía poderosa que es capaz de tornar en tormentas y huracanes los vientos suaves que empujan las velas de navíos pequeños o rugen fracturando naves de hierro de gran calado. Ella concluyó su exposición al decir que el sentido de pertenencia que habíamos establecido en el grupo, se integró en su experiencia y le sugería la identidad con la cuál cada uno se relacionaba, y por lo visto era la causa de entrelazar las emociones con el llanto. Quedaba aclarar cuál emoción era tan poderosa que generaba la reverencia de quedar en silencio para escuchar como lo habíamos hecho.
Uno de los oyentes se levantó y pidió la palabra: -Me voy a permitir contarles cómo el agua que tú has descrito en tus visiones ha sido para mí un referente de pertenencia y de identidad. Aquí mismo, me atrevo a decir esa sensación ha sido compartida. Aunque nos consta que en muchas ocasiones estamos en desacuerdo, sabemos que existe algo que en un momento nos reúne, y por eso el llanto, el silencio y el respeto. En mi caso las imágenes me transportaron al final de un largo recorrido con una subida pronunciada, entre gran cantidad de plantas, y la humedad de un clima muy caluroso. Me encontré con la vista de una caída de agua de gran altura; mi cansancio se fundió con la brisa que se desprendía, y con lágrimas que no pude contener. Casi pedí permiso para entrar al suelo que recibía el agua aminorada por las peñas y que se precipitaba en una cascada benigna, pero con la misma energía, me permitió ponerme debajo, cerré los ojos y sentí lo frío del agua, junto con lo tibio de las lágrimas que no pude contener para dar gracias por ese momento. Alguien intervino: Te aseguro que una sensación semejante se transmite. Quiero compartir al respecto lo que me tocó de una manera similar con un conocido.
Esta persona, con mucho entusiasmo, me platicó que por fin había podido hacer un viaje en el cuál el hotel estaba en la playa. No sabes, me dijo, ¡Qué espectacular vista! él desconocía que uno de mis paseos frecuentes eran a las playas, así que procuró destacar todo lo maravilloso que fue su primer encuentro con el mar. -Llegamos, y lo primero que ves es una gama de azules y verdes. Turquesas, jade, esmeraldas, zafiros, y cuántas piedras preciosas sólo había visto en fotografías, en ese instante cobraron vida. ¡El océano las contiene todas! Entendí el porqué se mencionaban ligadas siempre a lo profundo e infinito, y ya sabrás que lloré y lloré, las lágrimas salieron solitas, y mis manos se juntaron para pronunciar una oración y en señal de gratitud-. Su plática me impactó tanto como el reconocer que no todos tenemos las mismas experiencias y además no todos las valoramos por igual. Es increíble que para unos es rutina pasar enfrente del mar o las cascadas y ya no se interesan en mirar; en cambio para otros ha representado un logro, una meta cumplida, o un descubrimiento grandioso. Lo que tal vez nos conmueve es que entre la ilusión, la tristeza y la realidad se elevan las palabras con poesía, con mantras, y se junten las manos para agradecer.
La mayoría movió la cabeza con un gesto de acuerdo. Podían percibir que ese algo perseguido se dejaba ver un poco como en un juego de escondites. Con anterioridad pudieron conmoverse con la imagen de un niño, un animalillo doméstico o salvaje, una persona anciana o un recién nacido. Cada uno al relatar su historia se volvía sensible al ver y escuchar al otro, con cada vivencia configuraban en su memoria y en su presente una mejor atención a lo que los reunía. Nadie esperaba que le dijeran lo que quería escuchar, se proponían conjuntar lo que les sorprendía, lo que no habían podido creer o imaginar, eran realidades innegables no había necesidad de cuestionar. Acaso en algún relato la indiferencia se hacía presente, pero también eso era valioso puesto que nadie permanecía en contra de su voluntad; no había premios, ni se obligaban a estar atentos. Sin embargo, lo mismo era interesante una sensación de alegría que de tristeza, la edad de los protagonistas y sus particulares circunstancias. Por lo tanto otro participante dio un giro a la conversación.
- Muchas veces he conocido personas que creen estar muy lejos de sus aspiraciones. Se han convencido de que hay cosas inalcanzables. Pero he conocido a otras que no se conforman, o mejor aún, no se resignan. Entre estas disyuntivas, me han enseñado que surge intermitente la posibilidad de enfrentar lo que sea. El propio miedo se convierte en una fortaleza. Le han puesto disfraces a sus temores, como lo han visto en las películas para niños, y observan cómo se desvanece lo que los hace temer. ¿Les ha tocado presenciarlo? También ahí se derraman lágrimas, a la par, puede ser que en una etapa, se mezclen el dolor y el miedo para confundir lo que nos unifica, pero doy testimonio de mujeres y hombres que mostraron la fuerza que los alentó a salir de esos abismos y me hace comulgar con ellos. Vivieron con dolor muy diferente al sufrimiento. Supieron distinguir el deterioro de su cuerpo sometido a grandes esfuerzos, pero se hicieron responsables y eliminaron paso a paso el sufrimiento que es la opción personal. Los que se han ido me decían que es complicado, que es difícil, pero se fueron con la certeza de que existe algo que se sobrepondría y nos mantendría unidos. De ahí aprendí significados personales y lamenté profundamente haber sido insensible en momentos cruciales para ellos y para mí.
Los pensamientos de los oyentes nuevamente volaron con su memoria, los ojos rasados del agua viva que son las lágrimas. La congregación quedo conmovida. Sí. Definitivamente había algo que los reunificaba y les daba ánimo para seguir en su búsqueda de identidad.