IDENTIDAD

 Realmente le quise ayudar, es más, todos le ofrecimos algo para hacerla sentir mejor, pero ella solamente nos dio las gracias y se fue. Dijo que seguramente volvería, quería repasar lo que nos había escuchado relatar con tanta sinceridad y se parecía mucho a lo que necesitaba descubrir. Todos nos preguntamos qué sería eso que le causaba tanta curiosidad y nos alegramos de que hubiese querido participar en nuestra reunión. Para nosotros el reunirnos había propiciado un sentido de pertenencia en una búsqueda incierta, pero que al aceptar cualquier inquietud, modo de ser, apariencia, y sobre todo ideas muy diversas, favorecía el exponer las experiencias que nos acercaban como individuos al entender otras perspectivas; recobrar la confianza que se había perdido, no en nosotros mismos, sino en lo que pudiera otorgar mayor aprecio para confirmar una identidad común. Al conocer historias increíbles con el testimonio del que las había  vivido,  se mostraban realidades que guardaban todavía algo que rebasaba lo particular y atraía como un imán a todos.  

La siguiente vez que nos vimos, ella nos pidió que le permitiéramos contar lo que le llamó la atención. Empezó por describir cómo en la tarde  había contemplado  la lluvia a través de la ventana de su cuarto de estudio:- Las gotas caían con un ritmo suave, fue un alivio porque el día anterior, el torrente era tan fuerte que retó a mi tranquilidad al ver las nubes densas de un color gris plomo, cubrir un enorme espacio; sabía que si su contenido se precipitara de golpe, provocaría caudales que arrasaban a su paso con todo, por eso abrí la ventana y les grité que se desplazaran hasta llegar a los campos agrietados por la sequedad, sembrados con semillas en espera del agua para despertar; les hice un reclamo para que mejor fueran a derramar con fuerza sobre los bosques incendiados y apagaran las voraces llamas que los consumían; volaran a llenar las represas, los ríos y lagunas que contenían el abastecimiento para evitar enfrentamientos salvajes de todo tipo-. Su voz resonaba y cada uno empezó a imaginar su propio universo con las peticiones de lluvia necesaria cayendo en la tierra que guardaban en su interior.  Algunas miradas se tornaron cristalinas, corrieron lágrimas en los rostros que se mantenían quietos como hipnotizados en sus visiones. Los recuerdos desbordaron un llanto común inexplicable,  su relato generó un ambiente de respeto silencioso.

 – Me escuché enojada apuntando con las manos a las nubes, al bajar la vista un poco, alcancé a ver en el horizonte el resplandor de la puesta del sol que con su brillo amortiguado descendía lentamente entre tonos malva, amarillos, anaranjados y rojizos que rasgaban otras nubes lejanas. Los rayos abiertos como un abanico parecían una corona enorme, se filtraban iluminando partes dibujadas como islas, se hundían formando caletas, increíblemente apareció para mí, un cuadro con el movimiento del aire. La lluvia había terminado y me concentré en la escena que a la par se había diseñado entre lo fresco y cálido del atardecer. Me vi caminando en un rompeolas, mirando al infinito, de pie entre unas rocas enormes que recibían los tumbos del agua salada y bañaban constantes la orilla. Con los brazos en alto invoqué a la energía poderosa que es capaz de tornar en tormentas y huracanes los vientos suaves que empujan las velas de navíos pequeños o rugen fracturando naves de hierro de gran calado.  Ella concluyó su exposición al decir que el sentido de pertenencia que habíamos establecido en el grupo, se integró en su experiencia y le sugería la identidad con la cuál cada uno se relacionaba, y por lo visto era la causa de entrelazar las emociones con el llanto. Quedaba aclarar cuál emoción era tan poderosa que generaba la reverencia de quedar en silencio para escuchar como lo habíamos hecho. 

Uno de los oyentes se levantó y pidió la palabra: -Me voy a permitir contarles cómo el agua que tú has descrito en tus visiones ha sido para mí un referente de pertenencia y de identidad. Aquí mismo, me atrevo a decir esa sensación ha sido compartida. Aunque nos consta que en muchas ocasiones estamos en desacuerdo, sabemos que existe algo que en un momento nos reúne, y por eso el llanto, el silencio y el respeto. En mi caso las imágenes me transportaron al final de un largo recorrido con una subida pronunciada, entre gran cantidad de plantas, y la humedad de un clima muy caluroso. Me encontré con la vista de una caída de agua de gran altura; mi cansancio se fundió con la brisa que se desprendía, y con lágrimas que no pude contener. Casi pedí permiso para entrar al suelo que recibía el agua aminorada por las peñas y que se precipitaba en una cascada benigna, pero con la misma energía, me permitió ponerme debajo, cerré los ojos y sentí lo frío del agua, junto con lo tibio de las lágrimas que no pude contener para dar gracias por ese momento. Alguien intervino: Te aseguro que una sensación semejante se transmite. Quiero compartir al respecto lo que me tocó de una manera similar con un conocido.   

Esta persona, con mucho entusiasmo, me platicó que por fin había podido hacer un viaje en el cuál el hotel estaba en la playa. No sabes, me dijo, ¡Qué espectacular vista! él desconocía que uno de mis paseos frecuentes eran a las playas, así que procuró destacar todo lo maravilloso que fue su primer encuentro con el mar. -Llegamos, y lo primero que ves es una gama de azules y verdes. Turquesas, jade, esmeraldas, zafiros, y cuántas piedras preciosas sólo había visto en fotografías, en ese instante cobraron vida. ¡El océano las contiene todas! Entendí el porqué se mencionaban ligadas siempre a lo profundo e infinito, y ya sabrás que lloré y lloré, las lágrimas salieron solitas, y mis manos se juntaron para pronunciar una oración y en señal de gratitud-. Su plática me impactó tanto como el reconocer que no todos tenemos las mismas experiencias y además no todos las valoramos por igual. Es increíble que para unos es rutina pasar enfrente del mar o las cascadas y ya no se interesan en mirar; en cambio para otros ha representado un logro, una meta cumplida, o  un descubrimiento grandioso. Lo que tal vez nos conmueve es que entre la ilusión, la tristeza y la realidad se elevan las palabras con poesía, con mantras, y se junten las manos para agradecer.  

La mayoría movió la cabeza con un gesto de acuerdo. Podían percibir que ese algo perseguido se dejaba ver un poco como en un juego de escondites. Con anterioridad pudieron conmoverse con la imagen de un niño, un animalillo doméstico o salvaje, una persona anciana o un recién nacido. Cada uno al relatar su historia se volvía sensible al ver y escuchar al otro, con cada vivencia  configuraban en su memoria y en su presente una mejor atención a lo que los reunía. Nadie esperaba que le dijeran lo que quería escuchar, se proponían conjuntar lo que les sorprendía, lo que no habían podido creer o imaginar, eran realidades innegables no había necesidad de cuestionar. Acaso en algún relato la indiferencia se  hacía presente, pero también eso era valioso puesto que nadie permanecía en contra de su voluntad; no había premios, ni se obligaban a estar atentos. Sin embargo, lo mismo era interesante una sensación de alegría que de tristeza, la edad de los protagonistas y sus particulares circunstancias. Por lo tanto otro participante dio un giro a la conversación. 

- Muchas veces he conocido personas que creen estar muy lejos de sus aspiraciones. Se han convencido de que hay cosas inalcanzables. Pero he conocido a otras que no se conforman, o mejor aún, no se resignan. Entre estas disyuntivas, me han enseñado que surge intermitente la posibilidad de enfrentar lo que sea. El propio miedo se convierte en una fortaleza. Le han puesto disfraces a sus temores, como  lo han visto en las películas para niños, y observan cómo se desvanece lo que los hace temer. ¿Les ha tocado presenciarlo? También ahí se derraman lágrimas, a la par, puede ser que en una etapa, se mezclen el dolor y el miedo para confundir lo que nos unifica, pero doy testimonio de mujeres  y hombres que mostraron la fuerza que los alentó a salir de esos abismos y me hace comulgar con ellos. Vivieron con dolor muy diferente al sufrimiento. Supieron distinguir el deterioro de su cuerpo  sometido a grandes esfuerzos, pero se hicieron responsables y eliminaron paso a paso el sufrimiento que es la opción personal. Los que se han ido me decían que es complicado, que es difícil, pero se fueron con la certeza de que  existe algo que se sobrepondría y nos mantendría unidos. De ahí aprendí significados personales y lamenté profundamente haber sido insensible  en momentos cruciales para ellos y para mí.  

Los pensamientos de los oyentes nuevamente volaron con su memoria, los ojos rasados del agua viva que son las lágrimas. La congregación quedo conmovida. Sí. Definitivamente había algo que los reunificaba y les daba ánimo para seguir en su búsqueda de identidad.    

EN MEDIO

 En la gruta solamente resonaban los pasos y la conversación no tan amable de los exploradores, después de haber  cruzado por la cascada que con un sonido atronador era la entrada  a las cavernas, y formaciones que con el paso del tiempo se transformaban  entre destellos de luces y sombras. Al parecer ambos estaban cansados de su mutua compañía en esas condiciones. Uno de los amigos Comentó: Me disgusta este lugar, no entiendo para qué hemos venido. Cada paso es inseguro se necesita algún apoyo, apenas se ve el camino, y tú me apresuras para ir más rápido. El otro replicó algo molesto: Pues si no te gusta, regresa, no me sigas, si no te das cuenta, para mí es bastante cansado tu paso lento y quejumbroso.

El sonido de las gotas de agua  que se filtraban desde el techo a veces calmaba el diálogo;  en algunos lugares se asomaba por las grietas un pequeño haz de luz que iluminaba el punto en donde caían, para formar círculos concéntricos que se extendían hasta perderse en la oscuridad al fusionarse en el río subterráneo que a pesar de estar como escondido en la penumbra, dejaba escuchar su paso con una corriente llena de murmullos al descender entre las rocas y fluir en las caídas suaves de su curso. El amigo insistió: Realmente me siento cansado, tengo que detenerme. 

La respuesta no se hizo esperar: Como quieras, voy a seguir hasta la cámara mayor que señala el mapa, ahí comienzan varias rutas interesantes, te espero el tiempo que se marca para concluir este tramo. Si decides continuar o regresas ya lo veremos, comprendo que si no entiendes a qué has venido, es inútil que te cuente la sensación que experimento, mi interés en descubrir qué ha cambiado, es de locos creer que detrás de una cortina de agua que ruge cuando se precipita al vacío exista una entrada. Sé que es atemorizante incursionar en una bóveda oculta, oscura y resbaladiza, con la expectativa de ver amplios espacios iluminados y encontrar la salida entre varios senderos alternativos, pero es que ya he hecho el recorrido y te aseguro que no hay algo que temer, ni en la ruta ni en las salidas.  Es peor quedarse en medio como pretendes; pero estar un momento quieto de todas maneras puede ser que te sirva, solamente toma en cuenta la hora y no te olvides de checar el tiempo transcurrido para encontrarnos. Tienes razón, no puedo apresurar tus pasos. Cuando inicié en esta aventura tuve guías expertos que me acompañaron para que disfrutara descubrir con calma lo que hoy me asombra.

 Con un ademán de despedida el compañero reinició la marcha, su silueta se desvaneció a lo lejos. El que había quedado sentado aguzó el oído, y entornó los ojos para tratar de ver la distancia tanto del recorrido de entrada como lo que faltaba para la prevista cámara iluminada. Era difícil interpretar en el mapa la realidad que enfrentaba solo, en un lugar conocido a medias entre la descripción de su amigo que conocía algo y su ignorancia también a medias, porque había leído las crónicas y comentarios de los que visitaban esa clase de lugares para divertirse, hacer un trabajo de investigación o cualquier otro motivo. Ahora se sentía solo en medio de la nada, se preguntaba para qué se había dejado llevar, en lugar de estar muy cómodo sin arriesgarse hasta sufrir un resbalón que podría hacerle daño.

Empezó a imaginar con temor el lastimarse y que no había quien lo auxiliara, se vio con la angustia de arrastrarse hacia la entrada, con la barrera de la potente cascada, o la espera de su amigo que estaba mucho más lejos del regreso para ponerlo a salvo.  Su corazón se aceleró y pudo escuchar los latidos que resonaban secos junto con su respiración que se agitaba tratando de jalar el aire que le parecía insuficiente. Poco a poco la energía del lugar se torno densa, asfixiante, estaba paralizado por el miedo que se apareció como las múltiples amenazas de lo desconocido; la incertidumbre tomó fuerza; y si su amigo no esperaba, si  a pesar de conseguir llegar a una salida, el lugar era peligroso; si confundía el retorno y se quedaba en medio nuevamente.

Para ese momento ya no podía pensar con claridad. Apretó en su mano el mapa, ahí podía observar sus alternativas pero dudaba de sí mismo. No acertaba a tomar una decisión, y el tiempo lo atormentaba. Su indecisión  generaba más dudas que soluciones. En su desvarío, de pronto le pareció escuchar una voz conocida: Puedes escoger entre estos juguetes el que quieras. Pero mira que este es muy pesado, te puedes lastimar, aquel es muy ligero se puede quebrar, el grande estorba y no hay dónde guardarlo, el chico se perderá en la caja entre todos lo que ya tienes. Pero tú decide. Es tu regalo. Luego iremos a comer, piensa lo que quieres pedir. Te encantan esas cosas, pero que tal si pruebas las que te dije. Bueno, no te obligo tú decide, pero hay sabores muy variados, elige, quiero complacerte eres el invitado. 

 Desde otro rincón se oía una conversación: Fíjate bien, será una actividad que harás el resto de tu vida. Será la base para que después puedas mantener una familia, tengas todo lo necesario y ganes un lugar de prestigio y de respeto. O elige lo que quieras, total es tú vida, pero de aire no se come, además la “pareja” que quieres no se fijará en un cualquiera, pero bueno, tú eres especial y deberán apreciarte, así como eres, no te preocupes, sólo decide bien y contempla todas las posibilidades. ¡Ah! Y no te apresures, pero mira que el tiempo pasa y no es lo mismo a los veinte que a los treinta, cuarenta, cincuenta, bueno tú me entiendes. Se va el tren, el reloj biológico no se detiene, tus tíos, y familia esperan mucho de ti, de nosotros, no les podemos fallar. 

Se quedó quieto, recordó que en cada ocasión él sabía que quería, pero con frecuencia había alguien que lo cuestionaba y al final tomaba con desgano lo que fuera. Entre las tinieblas, le pareció ver una sombra que empezó a levantarse al frente, como los fantasmas blancos que espantan a los incautos; giraba muy lentamente y desplegaba un velo junto con su ropaje formado con pequeños trozos sombreados que se desprendían en girones; su atuendo fragmentado de un color negro, resaltaba entre la negrura que inundó su pensamiento. Le  provocó terror que aquellas fuerzas se acercaran  y de golpe lo llevaran a rastras sin piedad. La visión nublada le recordó sus culpas, situaciones de vergüenza, “pecados, faltas y fallas” de juicios propios y de otros tantos dictados por las sombras pequeñas que ahora danzaban alrededor para desquitar su furia, y le provocaban dolor.

Con cautela le miraron de reojo y recitaron en una letanía: No creas que lo hacemos para herirte, tienes que aprender que nada es fácil, que sufrir es parte de tu carga, es inútil que quieras escaparte para eso estamos aquí, para señalar que te equivocas, que tu opinión no cuenta, que haces el ridículo al pensarte agraciado o que eres valiente, mírate en un espejo. Pero tú decide, cambia lo que puedas recuerda que estamos contigo, muy de cerca para acompañarte. Aquí en medio es muy propicio tú lo sabes. Cada afirmación hacía más pesado el ambiente, y a él mismo. El supuesto descanso era contraproducente. 

En un instante las pequeñas sombras configuraron una gran imagen en un espacio deforme, justo en el medio de la decisión que no tomaba. Como resultado el pasado volvió en recuerdos con voces y visiones sorprendentes. Desdibujaba su presente y no acertaba a predecir qué futuro le aguardaba. Parecía desprenderse de algo que él mismo en su inacción estaba construyendo para dominarlo como un ente que le quitaba el aliento y se apoderaba de su situación. Sin embargo, ya no era un infante desvalido cuyas demandas son cubiertas entre engaños o inocencia. Tampoco tenía ya disyuntivas determinantes en una edad de rebeldía en perjuicio de sí mismo, se consideraba capaz de advertir los fantasmas blancos y las sombras negras que lo intimidaron, pero seguía en medio de una aventura que lo mantenía atrapado. 

 Como pudo, se levantó; desplegó el mapa y acercó la luz de la lámpara en su casco. Repasó la distancia de lo caminado hasta la entrada y los metros que había para encontrarse con su compañero. Por un lado, el torrente de agua era una puerta superada, que lo invitó a observar muy dentro algo atractivo, emocionante, complicado pero simple a la vez. Se atrevió a burlarse de sí mismo al saber que estaba en medio de una gruta bajo tierra que ni figuraba como un punto de referencia en la superficie de las montañas. Empezó a caminar y se alegró al escuchar la risa que salió espontánea. Había creado un drama él mismo, en medio de simulacros mentales que dispersan la energía en sitios indefinidos en una mediocre medida. En nada comparable al justo medio que define una gran decisión. Pudo reconocer que en movimiento retomaba su energía, y era mejor usarla.


ORDEN PERFECTO

  La noche había sido larga. Tenía algunos pendientes por lo que abrió los ojos un par de veces, pero era imposible ver en la obscuridad, todavía faltaban unas horas para el amanecer. Era cuestión de ser paciente, pero la mañana se tardaba en llegar. Se acomodó nuevamente entre las cobijas y empezó mentalmente a revisar las tareas que haría; varios pagos, pero nada urgente, atender el trabajo, y algo que le alegraba; probar  el viejo radio que había hecho reparar.  El aparato fue un regalo y lo quería conservar casi como una pieza de museo muy querida. Lo había puesto en el buró y como estaba al alcance decidió encenderlo; sonaba bien; le resultó agradable escuchar en la penumbra algún programa. En el canal sintonizado una voz apacible hacía comentarios: -Es necesario fijar límites para construir formas. Es imposible que en el desorden surjan estructuras intencionadas como los actos creativos para los cuales estamos llamados a realizar mejoras en el hacer y en el ser  al coexistir dentro de una perfección total. Un acto creativo es característico del ser humano; en él está presente el poder de transformar y transformarse al entender el orden que lo integra, conformado por el reino mineral, vegetal, animal, y por lo tanto, reconocer  los límites en su comportamiento para lograr una vida mas allá de las reacciones que gobiernan los instintos.- 

El escucha pensó que palabras como “orden perfecto” eran algo difícil de imaginar. ¿La perfección en el actuar de los individuos?; ¿lo perfecto de las situaciones caóticas? Se distrajo recordando tantas cosas complicadas que se enfrentan cada día; cuando retomó la atención, la voz continuaba diciendo: -Por la cualidad humana es posible establecer un orden creado por límites; al aplicarlos en diversas dimensiones, se da forma a infinidad de creaciones; se desarrolla el hombre mismo y su entorno. La persona que escuchaba se enderezó, y se sentó en la cama, ¡Un momento!: ¿¡De qué habla este sujeto!? ¿Habla de orden, desorden, perfección integrada por la humanidad? ¿¡Cómo!? La voz en el radio coincidió en un dialogo inesperado, hizo una pausa,  y dijo: -El orden perfecto contiene todas las formas, permite todos los límites, a partir de los cuales se recrea infinitamente.-

Imagina, que al fijar límites, se establecen pautas con las cuales, mediante instrumentos o con la voz del hombre producen vibraciones;  se arreglan las notas sonoras en armonía o disonancia para distinguir una melodía. Con el caos de un sin fin de vibraciones, el orden y el desorden con los límites adecuados, propician hacer infinidad de interpretaciones al modificar el esquema primario, pero que contiene en principio el sonido y el silencio. Es decir, que se limitan por un momento cautivas una serie de frecuencias vibratorias, para crear una sola obra musical o un discurso con palabras poderosas. En otro aspecto, con el uso de materiales desordenados dentro de un diseño que los ordena, se levantan estructuras, se delimitan espacios, que con diferentes perspectivas son muros o habitaciones para servir a toda clase de actividades. Pueden revestirse de detalles que lucen mosaicos, piedras, y combinaciones refinadas, para que se perciba la belleza en formas atractivas, además de sorprendentes en fuerza y resistencia. Por lo tanto, a partir de limitar espacios, surge la belleza del orden.

El escucha trataba de seguir a la voz que tan plácidamente divagaba entre conceptos y temas posiblemente desconocidos, o conocidos sólo por especialistas que seguramente tendrían cómo rebatir lo que pretendía describir como algo simple, sobre todo al referirse a la formación de un ser humano en cuya percepción de las cosas y de él mismo se interpreta el sentido de la vida. En ese monólogo interno estaba, cuando el emisor tocó precisamente ese aspecto diciendo: -El orden, el caos o desorden, los límites, y lo que se ha expuesto comprende una amplia gama de significados, que pueden suscitar mal entendidos y ser confusos cuando se trata de poner límites para formar a un ser humano. Me refiero a un individuo que decide evolucionar por sobre los límites que le han fijado toda clase de ideas ajenas. Es muy posible que las creencias de sus padres, maestros, familia, y modelos de autoridad  aceptados  socialmente hayan puesto los límites a sus expectativas en una mezcla desordenada e incomprensible. Así que le resulte complicado entender un orden perfecto en el que transcurre su vida. 

No obstante, les aseguro que cada uno puede sentir la incomodidad ante individuos o situaciones que les disgustan; rechazan instintiva, razonadamente o por intuición; muestran, o ven modos de ser que no aceptan, los deja indiferentes, o los mantiene en alerta, hasta que finalmente se atreven a cuestionar de dónde surgen sus sentimientos de tristeza, de alegría, de satisfacción o de vacío. Normalmente se conocen las emociones que son causa de la envidia, el enojo, la ira, pero sobre todo, del sentimiento de infelicidad. Muchas vidas se cortan o quedan en espera con justificaciones y apariencias; sin darse cuenta, dicen, desconocen el cómo han sucedido las cosas que los abruman. En este sentido, se han deformado o dejado deformar con límites aprendidos dentro de las emociones  y noticias desordenadas.

La formación del ser humano es tan peculiar por los aspectos intangibles que lo conforman; las emociones especialmente “se sienten” de manera particular, pero son evidentes en el comportamiento y la acción. Te suena eso de que; “parece una bestia, o se porta como un animal”, posiblemente en alguna ocasión te han tocado o tú mismo reconoces reacciones que lamentas más tarde. En la escala de superar los miedos y las reacciones de la mera supervivencia, ninguna otra forma del ser posee el don de recrearse. Por el deseo del ser humano cada uno tiene la capacidad de decidir perfeccionarse a sí mismo al elegir poner orden y eliminar los límites impuestos por extraños. La complacencia de los deseos de otros, aprender a querer lo que quieren otros, y pasar la vida en los caminos que marcan desviaciones sin darse cuenta, o al renunciar  a dirigir su propia vida puede convertirse en toda clase de desperdicio de la energía en limitaciones infra humanas.

En la transmisión se hizo una pausa comercial. La mañana ya estaba en todo su esplendor, el aparato se transformó como en un desquiciado. Empezaron las quejas, las noticias alarmantes, las voces cotidianas de información que repetían hasta el hastío el caos en todas partes. Ahora resonaba la manera de in/formar muy diferente. El ruido era ensordecedor, la música altisonante, gente alterada desde adentro y desde afuera. Dentro de este desorden era complicado retener lo que la voz en el radio transmitía. Poner orden, fijar límites, crear formas nuevas o superar las ya existentes. En ese inter llegó alguien, con un consabido saludo para reiterar la insolencia en reclamos de todo tipo de gente; preguntas del porqué de situaciones indeseables; señalamientos para el desamor en toda clase de relaciones y augurios desastrosos. Con otra pausa, la voz retomó la conducción del programa: 

-Si hay un gran espacio vacío, solamente al delimitarlo se consigue dar una forma. La mente humana en ese sentido puede llenarse ilimitadamente de toda clase de información. Posiblemente alguna vez han padecido lo que significa no poner límites al torrente de pensamientos; se convierten en un desorden imparable; resultan en insomnio, desconfianza, es un estado personal que se deja sin control y crea desorden por sí mismo. El caos se aprovecha de la falta de límites, se alimenta de los pensamientos sin control. Pasa por encima de la persona que descuida el orden y cree que la perfección no existe. Es claro que fuera de causes se gestan, deforman y desbordan fenómenos devastadores y es difícil percibir  un orden. Es como la tormenta perfecta que a pesar del desastre que causa, no podría haber sido sino en un orden perfecto. En el ser humano de igual forma se gesta el  caos fuera de límites, pero  existe la posibilidad de detenerse, cambiar de rumbo, nada ni nadie desconocido se lo impide o se lo permite, sólo él mismo como individuo.

Puede ser que en los extremos se genere el desequilibrio y, aun así, lo has comprobado, se restablece la salud, se reinician relaciones, hay otros ingresos de dinero o de recursos, se plantean nuevas metas, se retoman objetivos, se reafirma un propósito. Después de todo si te enteras o no, existe un orden perfecto. Eres tú el que lo acepta, lo acompaña o lo rechaza.- Al terminar la voz despidió el programa, el escucha se sobresaltó incrédulo, casi se le había ido la mañana que tanto esperaba, ahora era tiempo de actuar sin tardanza. 

VISITANTES

¡Por fin, se acercaban visitas! El hombre anciano caminó hacia la puerta en su habitual manera de poner los brazos hacia atrás y entrelazando sus manos. Escuchó algunas voces para calcular el número de personas, a él le hubiera gustado recibir a numerosos grupos, pero últimamente eran muy pocos los que se desviaban de las calles principales para asomarse al rincón en dónde se ubicaba la pequeña capilla que estaba a su cargo. A veces se asomaba por encima de la barda de piedra que cerraba el atrio para ver la fila interminable de turistas y visitantes, pero nadie volteaba para ver el lugar en donde él se encontraba. La mayoría venía para conocer la gran catedral del centro, llena de ornatos y reconocida mundialmente. Cierto que era una obra magnífica. Todo mundo admiraba las naves y retablos cubiertos con lámina de oro. Era una filigrana de figuras, guirnaldas, ángeles, querubines y todos los tronos celestiales. La gente admiraba desde diferentes puntos de vista el conjunto que representaba un templo para los creyentes de un ritual religioso o el estilo arquitectónico como una joya de la capacidad creativa de artesanos y arquitectos.

El anciano se alegró; en cuanto vio al primer visitante le señaló que, además, podrían bajar unas calles para conocer otro rincón que pasaba desapercibido pero que estaba dedicado a un Arcángel de los más importantes. Enfatizó que eran sólo dos cuadras para animarlos a caminar y conocer otras callejuelas interesantes. Casi nadie lo tomó en cuenta, algunos entraron a la capilla y vieron los símbolos que cada uno asociaba con lo que entendía de arte, ritos o de nada importante. Para el cuidador de reliquias y lugares tradicionales, la variedad de actitudes que observaba en cada visitante le resultaban extrañas. Normalmente los mayores de edad entraban para contemplar los altares, fijaban la mirada en lo que estaba expuesto ante sus ojos y posiblemente encontraran algo valioso en sus recuerdos. En su entender les hubiera gustado permanecer más tiempo en silencio, pero los apresuraba la impaciencia de los más jóvenes que ni querían entrar y les aburría la espera. Para el anciano eran incomprensibles muchas actitudes indiferentes si estaban de paseo, a veces le entristecía el poco interés que se mostraba; le desconcertaba la prisa en pasar de largo toda clase de sitios, datos históricos, o lugares que a él le parecían maravillosos en la tierra de sus antepasados. Centro de plateros por excelencia.  

Miraba como en una peregrinación, los cambios dramáticos que desde su juventud él mismo había experimentado. En su infancia lo vistieron de acólito, un término que causaba gestos, y cuestiones en los visitantes al desconocer el significado, pero que no aclaraban al igual que muchas más palabras de uso común en una época en que el adoctrinamiento llamaba a los niños para ayudar en rituales convencidos de que debían actuar con seriedad y devoción, cosas que eran desconocidas o ajenas a los turistas nacionales o extranjeros con quienes había tratado de explicar algo. No obstante, él recordaba cómo su pensamiento se elevaba junto con las espirales de humo del incienso que inundaba los recintos en donde él asistía. Indudablemente aquellas celebraciones le llenaban de alegría; lo guiaban en su actuar con la familia, sus semejantes; en sus aspiraciones, y lo orientaron favorablemente en cada etapa de su crecimiento. No tanto por lo que se decía, sino porque él podía crear sus plegarias, imaginar sus lugares sin la presión de quienes pretendían indicarle su dirección. En ese ambiente tuvo la fortuna de aprender a aislarse. Sí participaba, pero no seguía el oscilar de las cadenas del incensario que mecía con sus manos, pero sí el sonido de las campanillas que era cristalino al repicar. Entre esas dos tareas su mente y sus ideas se escapaban por las ventanas, las puertas, y cualquier rendija que el aire liberaba.

Es verdad que entendió poco a poco el valor de todo aquello que se había labrado como una fortaleza, entre buenas intenciones e ignorancia, entre sueños y realidades que pudo distinguir finalmente y que atesoraba como el presente de sus muchos años. Por eso, con entusiasmo recibía a la gente joven; les daba la bienvenida, aunque luego se alejaran para no tener que ser consecuentes a su discurso lleno de palabras raras. Les agradecía la visita, los dejaba ir con sus buenos deseos dichos en voz baja con la certeza de que tendrían algún día el tiempo para recordar y quien sabe, si volverían con una nueva mirada, aunque él ya no estuviera, para admirar tantas cosas que en aquel momento les eran indiferentes. 

Aceptó seguir de guarda y hacer lo que hacía porque al paso de los años comprendió que lo sagrado y lo profano son etiquetas renovables. Que la vida pone a prueba lo inamovible incrustado de temores; lo valioso se labra con cinceles propios para dar formas insospechadas a las mismas piedras, puesto que también lo había visto en visitantes que llegaban en las fechas establecidas para presenciar la mortificación del cuerpo con rollos de cardos y látigos que laceraban a los portadores. Eran otro tipo de conmemoraciones en las que no había el perfume del incienso, pero estaban para congregar a otros muchos que de igual forma se aburrían o pasaban de largo sin detenerse a mirar las procesiones dolorosas  por imposición propia o como en su tiempo, porque alguien los convencía para ayudar sólo que con otra vestimenta; con cadenas que arrastraban en sus pies rasgando las calles y su piel.

Por lo tanto, ya fuera esperando a los visitantes en su encomienda o de pie para ver pasar las procesiones sabía que la distracción era constante y nada la detenía, igualito que a los cambios planeados o imprevistos todo contribuye, se decía. En su tiempo libre también se convertía en turista y visitante. Se mezclaba con el río de gente, entre los colores de las artesanías, saboreaba un buen bocado, con una bebida preparada o agua fría simple, se deleitaba con frutas cortadas en los puestos callejeros,  y con una especie de panquecitos hechos con harina de arroz envueltos en papel de estraza con dos trocitos de espigas  que cerraban la masa a modo de una "cajita" de donde tenían su nombre típico. Si tenía mayor antojo podía ir a los restaurantes que lucían balcones adornados con macetas llenas de flores, sombrillas, y cortinas desde donde se veía el quiosco central. Le parecía increíble que se juntara cada día el contraste que vivía con la frase milenaria de que “no hay nada nuevo bajo el sol”. Era un reto para el entendimiento o de plano una mala jugada para la evolución. Detener el tiempo aprisionado en una obra grandiosa, dejarlo correr en el olvido, o retomarlo, pero como en un reloj de arena que se escurre de prisa en un diminuto torrente imparable.

Cuando alguien se interesaba en su conversación el hombre emocionado declaraba: Sea como fuere de acuerdo con los dichos de los abuelos: Que te salga bien tu vida es lo importante. Que tu vida transcurra con felicidad es el ideal. Los visitantes encantados le brindaban una sonrisa, viejos y jóvenes por fin se ponían de acuerdo: Sí hombre hay que estar felices aprovechar esta oportunidad. Como era usual algunos entraban a la capilla, otros se sentaban en el pretil de piedra como aburridos, indiferentes, hasta que salía uno con la propuesta de ir a las callejuelas sugeridas, encontrar construcciones dedicadas a seres misteriosos para conocer algo más. Entonces el anciano los detenía un momento y les decía: Aquí viene a cuento un relato de un visitante que llevado por la vida ingresó a un lugar sagrado en donde un monje le dio la bienvenida; lo acompañó para que prendiera muchas velitas que según le dijo, lo descargarían de todos aquellos que se le unieron sin saberlo, para que él fuera el viajero que al ser visitante de un templo les cumpliera su deseo, y pudieran regresar a su hogar con tranquilidad.  

Dedicado a Taxco de Alarcón en el estado de Guerrero, México, y a mi hermano el menor.