PUEBLOS MÁGICOS

  Por la mañana habíamos ido entre campos sembrados, caminos rurales de terracería hasta una panadería en donde se hace el pan con un horno de leña, y visitado una región de prismas de basalto que forman grandes muros de piedra. En temporada de lluvias las formaciones de roca se adornan con caídas de agua, por lo que la coordinadora del paseo y el guía nos animaron a explorar una bajada en cuyo fondo se podía ver una cascada de mas o menos caudal dependiendo de las precipitaciones, y que se convierte en un velo blanco en donde se refleja el arco iris y refresca a los visitantes con la brisa que alborota el viento. Tuvimos suerte y entre piedras húmedas; hojarasca revuelta con ramas, se notaba que el torrente del día anterior nos permitiría ver una de las cascadas prometidas. Mientras nos acercábamos al sitio indicado el sonido del agua se escuchó entre los árboles; para las personas locales era alentador que fluyera el agua para alegrar la visita de los turistas y regar sus campos de siembra. Al  terminar ese recorrido nos dirigimos hacia el pueblo. La hora exacta no la recuerdo, solamente viene a mi mente el sonido de las campanas cuyo tañer repicó no tan sonoro y claro como en otras poblaciones, pero que convoca desde las torres de la iglesia principal, el llamado para que los feligreses acudan al rezo del ángelus que coincide con la hora del ocaso del sol. 

El panorama cambia en ese momento ofreciendo un espectáculo  magnífico; cuando en el horizonte se contempla un esplendor entre rayos naranja y rojos que iluminan como despedida la tarde, las nubes se pintan de tonos malva y rosa, y la tierra se llena de las sombras que preceden a la noche. Empezaba a sentirse el viento fresco y el ambiente se tornó semi obscuro; entre los muros y las casonas viejas del centro del pueblo se colaban las últimas luces como el escenario ideal para caminar y reconocer con entusiasmo las tradiciones, leyendas, y conocer un poco de la historia local. La expectativa en aquel ambiente alteró un poco la sensación de calma, que  se tornó en atención ante la llegada del guía que nos animó a ir a pie al recorrido de los rincones típicos, como las plazas y jardines, que forman parte de la historia nacional, escuchar los cuentos, anécdotas, misterios, y realidades del pueblo mágico en donde nos encontrábamos. 

Con una voz muy sonora empezó a señalar las construcciones hechas de piedra de la variedad de colores en una gama de gris, blanco, color arena, y negro que se extrae de las minas de basalto de la región; las canteras se explotan para aprovechar ese recurso que formaba la mayoría de las edificaciones.  Con paso lento bajamos por una calle empedrada que desemboca en una encrucijada que formaban cuatro puntas de construcciones viejas. En una de las esquinas se veía un techo de tejas que tapaba a medias unas ruinas con columnas de basalto gris. El terreno lo cerca un pretil ancho que impedía la vista del interior, pero que dejaba escapar la humedad entre las luces y sombras del atardecer. 

La persona que nos acompañaba en el recorrido hizo un gesto serio y dijo que al ver aquellas ruinas se le erizaba la piel  y pasaba  de frente con recelo para evitar ver los espacios entre los pilares que alguna vez tuvieron ventanas. Nos indicó que hacía tiempo investigadores de fenómenos paranormales había estado ahí; entraron para medir las energías del lugar y comentaron muy serios que en ese lugar permanecían vibraciones muy bajas. Quien sabe qué tanto y de qué, nadie quiso saber, pero el caso es que la propiedad permanecía abandonada, por más letreros de “Se vende” que le colocaran. Los huecos  de las ventanas semejaban boquetes negros que miraban a todos los que pasaban, y hacía que se apresurara el paso sin voltear atrás. Inclusive, porque en la casa paralela se decía que habitaba un Nahual como vecino de ese predio baldío. 

Durante la narración y siguiendo los pasos del guía llegamos a la contra esquina; nos detuvimos para observar una cruz dibujada con piedritas rojas,cuyo diseño se abría en una especie de abanico en sus puntas; la figura resultaba rara, pero cumplía con señalar a su manera los cuatro puntos cardinales, en uno de los cuales estaba una plazuela frente a la propiedad abandonada. El guía nos dio algunas fechas y datos de a una pequeña fuente en cuyo lado derecho tenía los remaches de donde se fijaba una reja de hierro negro forjado como barandal para dar paso hacia una escalera que bajaba un poco del nivel de la calle hacia un espacio muy peculiar y asombroso. Con mucha curiosidad y asegurando el paso en las escaleras de piedra mojada, bajamos en silencio. 

El techo de dos aguas recubierto de tejas color ladrillo, resguardaba  un manantial de agua cristalina;  el borbollón se encausaba como un riachuelo para abastecer una canaleta principal de donde algunas mujeres de rodillas, sacaban con jícaras el líquido que vertían en las prendas de ropa sucia; las  tallaban sobre un bloque de piedra plana con una barra de jabón que hervía en una espuma color  marrón de la tierra hasta que aparecía blanca; la enjuagaban  una y otra vez; la exprimían haciendo montones de ropa que acumulaban en una bandeja o cesta de mimbre para llevarla a sus casas a colgar para que se secara. Era fantástico observar la disposición de cada una de las piedras que servían para restregar; estaban enmarcadas en un recuadro con una pequeña canaleta que desviaba el agua sucia y enjabonada hacia una cañuela que bordeaba todo el conjunto y la sacaba hacia un drenaje sin contaminar para nada la corriente de agua limpia. 

La visión de todo aquello era pasmosa, por la creatividad de los arquitectos o constructores que ideaban con detalle la funcionalidad de un recinto que además se convertía en un confesionario y testigo de historias; amores secretos; espantos que vengaban la infidelidad de la gente más devota de la localidad. Tanto así, que los lavaderos guardaban una leyenda espeluznante de dos amantes sorprendidos en falta y que un caballo relinchando enfurecido a la orden de su jinete vengó con sus cascos destrozando  a los infieles. El guía con voz pausada nos contó que, si alguien se atrevía a incursionar de noche entre las pilas de agua y piedras en esas horas silenciosas, una voz iracunda resoplaba al viento para expulsar con terror a cualquiera que la escuchaba, y más valía salir corriendo, por la escalera de la plazuela o por otra salida que estaba en el fondo, también con una escalerilla de piedra que desembocaba a otra plaza como especie de terraza de una casa. 

Al terminar el relato, el grupo se dispersó saliendo unos por la puerta que habíamos entrado, y los otros por la puertecilla que daba a la terraza. La casa era de la construcción clásica que se repetía con una entrada de pretil ancho, pilares que sostenían el techo de tejas rojas, puertas y ventanas de madera. Tal vez la salida/entrada hacia los lavaderos era parte de la casa, como una comodidad extra. La puertecita de dos hojas de hierro con adornos que permitía el paso comunal, o privado, se encontraba al pie de un enorme árbol de pirul que mecía sus ramas con manojos de hojitas verdes de donde colgaban racimos de semillas rojas parecidos a uvas miniatura. El pirul es un gran árbol cuyo tronco con el paso de los años se vuelve bulboso y retorcido, tiene raíces tan fuertes que se desparraman por todos lados hacia el fondo de la tierra, pero también hacia la superficie, rompiendo cualquier tipo de piso de lozas o concreto. 

En las tradiciones populares se dice que su leña no sirve para hacer fuego y sólo echa humo que hace llorar…también es un árbol que usan los hechiceros y Chamanes para hacer limpias y ahuyentar las malas influencias. El espléndido árbol se erguía frente a una ventana de un cuarto en la parte superior de la casa. Lo extraño era que también esa construcción estaba abandonada. Las vigas de madera se notaban muy secas y raídas por el paso de los años y la ventana que sobresalía en el techo era como un cuadro denso, un espejo opaco que reflejaba el vacío, con un aire misterioso que de igual manera era parte de la leyenda de los lavaderos continuada por otro relato que el guía se complació en explicar...

´-Sucede que en todo lugar hay niños traviesos y muy latosos; las madres tienen que llevarlos consigo para realizar los quehaceres domésticos; en este caso, el lavar la ropa, así que no habiendo opción los dejaban jugar en aquella terraza frente a la casona en la que habitaba una mujer que todos conocían por sus dotes misteriosas. La llamaban con una palabra que empieza con “B” que pocas veces se atrevían a pronunciar. No obstante, los niños se divertían aventando piedras a la ventana y le decían en coro la palabra prohibida. Se decía que los traviesos sabían que en la casa vivía la señora que elaboraba hechizos; que se disgustaba con la algarabía y el bullicio de los niños que, para acabar pronto, detestaba pero a ellos les provocaba hacer mucho más barullo y aventar piedritas para atinarle a la ventana. 

La mujer muy enojada salía para amenazarlos y los corría de la terraza, pero ellos insistían en molestarla, y continuar con su tormento, hasta que una vez ella muy enfadada subió al cuarto del segundo piso, levantó los brazos, pronunció un hechizo, y de los niños no se supo más. Desde entonces los niños desaparecidos de las mujeres lavanderas no se encontraron; los demás niños se cuidan de no pasar frente a la casa porque en el tronco del árbol de pirul comenzaron a crecer los bulbos con deformaciones más de lo normal, todo el tronco del gran árbol creció como con burbujas deformes; si se fijaba bien la mirada se podía ver rostros entre las deformidades que tenían los ojos viendo hacia la ventana  de la casa abandonada tal vez pidiendo perdón, para escapar de esas celdas de madera que arrullaba el viento todas las tardes entre los racimos de semillas rojas y hojitas muy verdes que caían constantes para alfombrar de verde la terraza.Para finalizar, en  la otra calle que venía en una pronunciada bajada hacia la encrucijada, seguía de frente hasta perderse en el campo, se decía que un grito lastimero recorría de arriba a abajo el trayecto parecido a la leyenda de otros rumbos en donde la Llorona con un lamento profundo buscaba a los hijos que había perdido.

El grupo se quedó quieto divagando entre sus propios pensamientos; de pronto el sonido de las campanas los volvió a la realidad; ya estaba obscuro, los callejones aparecían iluminados con el tenue resplandor de las farolas antiguas. Comenzaron el regreso con el embeleso del recorrido; sobre calles empedradas; el quiosco en el jardín central, gente que al atardecer y la noche salía a tomar un café y platicar en los portales todavía con sus pretiles anchos, sus columnas de basalto, y techos de teja rojiza. Cada uno a su manera se despidió de aquel ambiente apacible, con pocos autos, algunos jinetes en sus caballos con paso lento retornaban del campo hacia sus hogares. Los turistas como nosotros, relatarían seguramente su experiencia para promover el encanto de reconocer no sólo ese pueblo mágico sino todos los sitios que con tanta belleza se han ganado esa denominación en México que desde diversas perspectivas, son inigualables.